Comentario

Las élites tradicionales deben cambiar. Ya. Y tienen que empezar por aquí

19/04/2021

Ilustración: Suandi Estrada

Comentario

Las élites tradicionales deben cambiar. Ya. Y tienen que empezar por aquí

19/04/2021

Ilustración: Suandi Estrada

Anita Isaacs, especialista en Guatemala de Haverford College (Pensilvania), expone cinco rasgos de las élites tradicionales guatemaltecas que, a su juicio, tras décadas de investigación y contacto con ellas, lastran la posibilidad de diálogos fértiles y sobre todo de una democracia más participativa e incluyente. Son, sobre todo, cinco provocaciones e invitaciones a reflexionar.

Texto: Anita Isaacs
Edición: Enrique Naveda

A mediados de la década de 2000, me invitaron a conocer a algunos representantes del sector privado guatemalteco.

Me había reunido con miembros de la comunidad empresarial guatemalteca en varias ocasiones a lo largo de los años mientras realizaba investigaciones sobre democratización, consolidación de la paz y justicia transicional. En esta ocasión, sin embargo, pasé de entrevistadora a entrevistada como autora de una evaluación de Freedom House crítica con el estado de la democracia en Guatemala. Algunos miembros de Cacif y Fundesa querían saber qué se necesitaba para que mi próximo informe calificara la democracia guatemalteca lo suficientemente bien como para optar a una codiciada subvención de Millennium Challenge Corporation.

La visita comenzó con una merecida crítica del contenido y la calidad de la democracia en Estados Unidos y en todo el mundo, antes de pasar al tema que nos ocupa. Una hora después de una conversación que iba en círculos, el convocante fue al grano y me pidió que enumerara cinco cosas específicas que mejorarían las credenciales de la democracia guatemalteca.

Estela Coc Chamán, 18, proveniente de Lancetillo, Uspantán, El Quiché, marcha junto con su hijo, Willy, de dos años, llegando al centro histórico de la capital, durante la marcha de la dignidad por la vida y la justicia en mayo 2019. Simone Dalmasso

Apunté un conjunto estándar de reformas judiciales, de partidos políticos y fiscales, lo que cayó como una bomba. Con palabras que elegí con cuidado, dije que el déficit democrático más flagrante del país era que le negaran derechos de ciudadanía plenos e iguales a los pueblos indígenas del país, como beneficiarios y participantes de la democracia y el desarrollo guatemaltecos. No solo yo, agregué, sino cualquier observador encargado de evaluar a Guatemala, estaría en apuros para calificar como democrático un país que excluye a la mayoría de su población de forma sistemática. Finalmente, los desafié a usar su poder para marcar la diferencia mediante un diálogo abierto y franco con líderes y comunidades indígenas.

Siguió un silencio ensordecedor, roto finalmente por un supuesto y una pregunta:

“Supongamos que estamos dispuestos a reunirnos con ellos”, dijo, “¿cómo sabríamos siquiera dónde encontrarlos?”

Su comentario resumió las líneas divisorias de clase, raciales y geográficas, tan profundas en la sociedad guatemalteca.

Entre las muchas reacciones que podría haber tenido, opté por aprovechar la apertura.

Durante la siguiente década, mi investigación y mis escritos se ampliaron para sondear las posibilidades de implicar al sector privado en crear una democracia guatemalteca más participativa, inclusiva y equitativa. Esos esfuerzos implicaron reuniones frecuentes con miembros del sector privado y repetidos intentos de facilitar las conversaciones entre ellos y los representantes y comunidades indígenas que había llegado a conocer a través de mi investigación. Este ensayo ofrece una reflexión preliminar sobre por qué estos esfuerzos han sido en su mayoría inútiles.

Las ideas que presento aquí se organizan en una lista de cinco factores inhibidores. Son tentativos y deliberadamente provocadores, en parte porque hablan de frustraciones acumuladas y en parte debido a la urgencia de revertir el retroceso democrático.

La persistencia de prejuicios étnicos y raciales

Aproximadamente un año después de esa reunión inicial, regresé a Fundesa para presentar un breve documental casero sobre dos indígenas sobrevivientes del conflicto armado en el que se explicaba la importancia de contar la verdad. Aunque los protagonistas de la película tenían previsto asistir y participar en una discusión de los temas planteados después de la proyección, se sintieron incómodos y optaron por mantenerse alejados, para disgusto del organizador de Fundesa. Cuando terminó la película, el organizador inició una conversación y observó con sorpresa que el hombre y la mujer que aparecían en la película hablaban “bien” y, aunque admitió que todavía estaba molesto porque habían decidido no asistir, quizá era lo mejor porque ahora podrían “tener una conversación inteligente”.

Trabajadores de la zafra regresan a descansar después de un día mas de trabajo, en una finca del departamento de Escuintla, en abril 2012. Simone Dalmasso

En gran medida la élite de Guatemala no deja de ver a los indígenas como los ha tratado históricamente: como seres primitivos, sin educación, invisibles y sumisos. Estos prejuicios perduran por codicia, miedo, hábito y conveniencia. Como ha mostrado repetidamente la historia de Guatemala, también justifican la opresión y la violencia.

La búsqueda del diálogo y de la reforma es esquiva porque requiere más que sentarse juntos. También implica hacer el tipo de trabajo duro contra el racismo que se nos pide a todos en nuestras respectivas comunidades en todo el mundo. Co-imaginar un futuro democrático en Guatemala significa ver y tratar a los indígenas guatemaltecos como conciudadanos e iguales, con esperanzas y sueños, aspiraciones y habilidades, agencia política y voz.

Atrapado en un ideológico túnel del tiempo

En 2006, una década después de los Acuerdos de Paz, encuesté aproximadamente a 400 guatemaltecos de una sección diversa de la sociedad sobre sus percepciones del conflicto armado. Las respuestas sobre las causas y consecuencias del conflicto armado fueron especialmente reveladoras. Mientras los guatemaltecos indígenas y rurales culparon abrumadoramente del inicio de la violencia política a la pobreza y al gobierno autoritario y represivo, ni un solo miembro del sector privado estuvo de acuerdo. Ellos atribuyeron la responsabilidad a la geopolítica de la Guerra Fría, la expansión del comunismo y el surgimiento de un movimiento insurgente. De manera similar, si bien casi todos los encuestados indígenas describieron el conflicto como un genocidio, lo máximo que un puñado de miembros de la élite estaban dispuestos a admitir era que algunos civiles inocentes murieron.

Fuera de la mega sala de tribunales, decenas de personas escuchaban la sentencia transmitida por altoparlantes en una velada nocturna, antes de que se pronunciara la segunda sentencia del juicio por genocidio, el 26 de septiembre 2018. Simone Dalmasso

Estas diferencias hablan de una brecha ideológica política que persiste y dificulta el diálogo constructivo entre el sector privado y las comunidades indígenas. No se trata solo de que las élites y los guatemaltecos indígenas tengan perspectivas tan polarizadas sobre las causas y consecuencias de una guerra devastadora, brutal y prolongada. Tampoco es, como me dicen con frecuencia los representantes del sector privado, que el diálogo no puede suceder hasta que los líderes y activistas indígenas pasen la página y olviden o perdonen.

Irónicamente, y también por una mezcla de hábito, miedo y conveniencia, puede que el sector privado sea el grupo guatemalteco más atrapado en un túnel de tiempo. Incapaces de superar el trauma de la era Arbenz o la lucha de guerrillas que amenazaba con transformar radicalmente el país, creen que la democracia debe ser temida en lugar de abrazarla, que las reformas no deben considerarse sino denunciarse como comunistas, y que los manifestantes no son ciudadanos que ejercen sus libertades sino subversivos y criminales que siembran caos y violencia.

Mentalidad reacia al riesgo

El sector privado guatemalteco no está a la altura de la imagen que proyecta de sí mismo. Una élite que siempre ha ejercido un poder virtualmente indiscutible y cuya esencia misma es el espíritu empresarial, a menudo se comporta con mucha inseguridad y mucho rechazo al riesgo.

Me enfrenté por primera vez a esta confusa paradoja en vísperas de la proyección del documental. Gritando sobre el zumbido de fondo de su helicóptero, al que estaba a punto de subirse, el organizador necesitaba saber exactamente cuántos representantes indígenas planeaban venir. Cuando respondí “cinco, tal vez seis”, me ordenó que invitara solo a los dos que aparecían en la película. Al presentir mi desgana, se agitó cada vez más. No tenía tiempo ni ganas de discutir el asunto, explicó.

Una mujer indígena enseña un cartel de protesta que responsabiliza al sector empresarial del país por el desvío de ríos, durante la marcha del agua de 2016. Simone Dalmasso

“Escucha”, dijo con las palabras grabadas en mi mente, “conozco a mi gente y también conozco a tu gente mejor que tú, y no estoy dispuesto a permitir que tu gente venga y nos cause problemas”.

He encontrado variaciones de esta misma respuesta casi cada vez que desafío al sector privado a hacer las cosas de manera un poco diferente. Por temor a críticas o amonestaciones, se muestran reacios incluso a reunirse con representantes indígenas. No contribuirán un poco más en impuestos porque el gobierno simplemente se embolsará su dinero y, en poco tiempo, se verán obligados a entregar todo lo que poseen, razonan. No pueden apoyar un plan de desarrollo rural integrado porque lo que realmente quieren las comunidades indígenas es una reforma agraria total, aducen. Y no respaldarán las consultas populares indígenas porque hacerlo pondrá en peligro el desarrollo guatemalteco y hará retroceder al país un siglo económico, justifican.

En su mayor parte, el sector privado guatemalteco es insuficientemente curioso y excesivamente tímido para imaginar un escenario menos apocalíptico. Desde su posición ventajosa, el statu quo es el único lugar seguro; el cambio siempre es para peor. Viven en una fortaleza metafórica rodeados no por conciudadanos sino por supuestos adversarios que evitarán preferiblemente y se acercarán solo si logran dictar la agenda. Atrapados en sus prejuicios y en su túnel del tiempo, la democracia y el desarrollo son juegos de suma cero. No pueden imaginar un país en el que la democracia pueda ser a la vez inclusiva, justa, pacífica y próspera.

Un déficit de solidaridad

La solidaridad, motor de cambio social, existe de forma limitada y parcial en Guatemala.

La literatura académica sobre la solidaridad identifica variantes que contrastan. El sociólogo francés del siglo XIX Emile Durkheim postula dos tipos. La primera, una forma mecánica que prevalece en las sociedades tradicionales, se basa en gran medida en lazos de parentesco y redes familiares y se basa en estilos de vida y experiencias comunes. La segunda, una versión orgánica, está asociada con sociedades modernas cuyos miembros dependen unos de otros y confían para realizar servicios especializados.

Aprovechando la temporada de descanso por el cierre del año escolar, un niño transcurre la mañana abonando plantas de milpa en un campo cercano a la comunidad de Rocjá Pomtilá, Alta Verapaz, en noviembre 2016. Simone Dalmasso

En sus escritos sobre capital social, un concepto que se superpone con el de solidaridad, el politólogo estadounidense Robert Putnam también distingue entre dos tipos. Según Putnam, el capital vínculo expresa las conexiones dentro de los grupos que se basan en rasgos, identidades y valores demográficos compartidos, mientras que el capital puente se refiere al conjunto de relaciones personales y grupales que atraviesan las divisiones de clase, étnicas, raciales y sociales.

Como destaca el brillante libro de Alejandra Colom, la solidaridad mecánica y el capital vínculo que integran el sector privado de Guatemala se sostienen y refuerzan con poderosas presiones sociales y económicas de sus pares, una combinación de incentivos y sanciones. Su análisis va un paso más allá para iluminar las dificultades de mezclar y combinar la solidaridad mecánica y orgánica, el capital vínculo y el capital puente. Así, necesitaban anular la iniciativa llamada Cantina (discutida a continuación) no solo por los cambios que pudiera apresurar. La percepción era que el mero hecho de transgredir las líneas divisorias históricas, de clase, raciales y geográficas en un esfuerzo por construir capital puente constituía una amenaza para la cohesión social que une a la élite tradicional del país.

El enfoque de la Cantina

En septiembre de 2017, una década después de mi quijotesco esfuerzo de descubrir un sector privado guatemalteco modernizante, me encontré en otra mesa de conferencias, rodeada de una docena de empresarios a los que no conocía. Nos habíamos reunido para discutir si el sector privado guatemalteco podría ayudar a rescatar a la democracia guatemalteca del borde del abismo en el que estaba, según yo había escrito en el New York Times a raíz de la expulsión del comisionado de la Cicig, Iván Velásquez.

Llegué con pocas expectativas y me fui más esperanzada. Nuestra conversación careció del tono tenso y defensivo habitual, lo que nos permitió pasar de un estudio de la crisis inmediata a una discusión sobre los desafíos sistémicos de la democracia y el desarrollo de Guatemala. Aunque no todos los asistentes estaban en la misma página, nadie invocó el comunismo o la subversión para defender el statu quo; la mayoría reconoció la necesidad de abordar la exclusión, la desigualdad y el racismo; y el grupo comenzó con entusiasmo a compilar una lista de iniciativas que podrían emprender para ayudar a las comunidades rurales indígenas empobrecidas.

Estuardo Porras, miembro del movimiento político La Cantina, en Guatemala, en una entrevista de marzo 2018. Simone Dalmasso

Una vez más, aproveché una apertura.

Esta vez, conté una parábola que me habían relatado poco después de comenzar a trabajar en Guatemala. Según la historia, se contrató a una consultora del Banco Mundial para redactar un plan de desarrollo de una comunidad indígena remota en Brasil. La consultora viajó a la aldea que, aunque estaba a sólo veinte millas de un aeropuerto, requería una ardua caminata a través de la maleza y sobre un camino improvisado. Al descubrir que la comunidad carecía incluso de la infraestructura más rudimentaria, hizo una lista de elementos básicos para el Banco y convocó a los ancianos de la aldea para que firmaran su propuesta, y así cumplir con el requisito de participación local.

Los ancianos de la aldea, sin embargo, se negaron a escuchar sus ideas, y mucho menos a aprobarlas. Insistían en que lo único que querían era una cantina. Incapaz de debatir razones, la consultora se marchó enojada.

Varios años después, estaba de regreso en la misma región de Brasil y decidió visitar la comunidad. Alquiló un vehículo todoterreno y emprendió su viaje. Para su sorpresa, se conducía por una nueva y espectacular carretera que llegaba directamente a una comunidad irreconocible, que ahora contaba con una nueva bomba de agua, una escuela y una clínica de salud.

Al llegar, buscó a los ancianos de la comunidad y los acusó de robarle el plan. Desconcertados, le recordaron que ni siquiera se enteraron de su contenido. Aún así, ella insistió:

“¿Cómo podrían haber adquirido si no la infraestructura que yo recomendé?”

Los ancianos respondieron: después de ella había llegado otro consultor de desarrollo, les había preguntado por sus prioridades, les había escuchado y les había proporcionado fondos para construir la cantina. Una vez tuvieron la cantina, ya gozaban de un lugar para que la comunidad se reuniera y discutiera sus necesidades. Fue entonces cuando decidieron que necesitaban agua potable, educación y atención médica, y un camino para transportar sus productos al mercado.

Esta parábola resonó en el grupo del sector privado que se había reunido esa tarde. En cuestión de minutos se dotaron a sí mismos de nombre, en cuestión de días se conectaron con algunos líderes indígenas y en pocas semanas un puñado de miembros de la Cantina realizaron una excursión de escucha a las comunidades indígenas en las tierras altas occidentales. Aproximadamente un mes después, varios también viajaron a Washington para presentarse a los funcionarios de desarrollo y al personal y asistentes del Congreso que los recibieron con un entusiasmo cauteloso pero optimista.

El lema del CACIF puesto en la sede de la institución. Abril 2016. Simone Dalmasso

Debido a que la Cantina colapsó tan rápidamente bajo el peso del ostracismo social y económico, es tentador descartar el experimento y concluir que sus miembros y posibles adherentes salieron permanentemente escarmentados y no volverán a abandonar el conformismo, que el sector privado nunca puede cambiar y que los incondicionales de Cacif serán para siempre sus únicos representantes legítimos.

Estos no tienen por qué ser los únicos aprendizajes de este ensayo en general o de la experiencia de la cantina en particular.

Adelanto que los miembros del sector privado negarán lo que digo y anticipo que rechazarán rotundamente cómo explico sus creencias, actitudes y comportamientos. Supongo que darán fe de su disposición a enfrentar los prejuicios étnicos y raciales, a afirmar su verdadero apoyo a la democracia y al desarrollo, y profesarán fuertes sentimientos de solidaridad.

Mi débil esperanza es que también tomen la provocación como un llamado a la acción, una invitación a arriesgarse, resucitar y construir sobre la posibilidad de la Cantina antes de que se cierren las cortinas de la democracia guatemalteca.

Anita Isaacs es politóloga y enseña en Haverford College (Pensilvnia). Se especializa en democratización y justicia transicional en América Latina, con particular hincapié en Guatemala.

Otros comentarios del estudio

Élites económicas, EE.UU. y la aspiración a una democracia con contrapesos

Lo diferente es el crimen organizado

Compensar el péndulo

La gran decisión

Cambiar todo para que nada cambie

Ojalá comprendamos que es mejor una democracia incómoda que una dictadura cómoda

Captura del Estado y disciplina: instrucciones de uso

Las élites tradicionales deben cambiar. Ya. Y tienen que empezar por aquí

Élites económicas, EE.UU. y la aspiración a una democracia con contrapesos

Lo diferente es el crimen organizado

Compensar el péndulo

La gran decisión

Cambiar todo para que nada cambie

Ojalá comprendamos que es mejor una democracia incómoda que una dictadura cómoda

Captura del Estado y disciplina: instrucciones de uso

Las élites tradicionales deben cambiar. Ya. Y tienen que empezar por aquí