¿Cómo entender de verdad las caravanas de migrantes? Manipuladas o no, son fenómenos de hoy que nos afectan, y me parece que en Guatemala estamos muy mal preparados para entenderlas a fondo. Son expresión de fenómenos socioeconómicos sumamente complejos, y enfrentarlas con medidas simplistas o equivocadas puede resultar contraproducente, pues, lejos de contribuir a solucionar el problema, terminarán empeorándolo.
Una primera complejidad para entenderlas es su origen. Hay quienes reducen el asunto a que son resultado de grupos con intereses políticos o de cualquier otra índole que manipulan a la población hondureña que está sufriendo la precariedad y la pobreza. Por supuesto, no se debe descartar que algo de eso haya, pero generalmente se pasa por alto que, para que un agitador o incitador tenga éxito, deben preexistir condiciones para que la gente tome la dramática decisión de, manipulada o no, emprender la caminata por una ruta muy peligrosa y muchas veces mortal, hacia un destino del cual posiblemente no tengan una idea muy clara de cuán lejos está y con la incertidumbre absoluta de qué les espera en caso de que lleguen.
Así pues, manipuladas o no, quizá lo importante para entender el fenómeno de las caravanas sean las causas estructurales de Honduras, que son muy parecidas a las de Guatemala. La pobreza, la exclusión socioeconómica, la desigualdad y el subdesarrollo serían las categorías más generales, que se desgranan en una miríada de problemas y de tragedias cotidianas. También se deben mencionar la corrupción, la negligencia de los gobiernos durante décadas y la estúpida intención de seguir defendiendo teorías como la del derrame económico, que en pocas palabras rebuzna que seguir incrementando la riqueza de unos pocos generará tarde o temprano un derrame de esta que favorecerá a los demás, especialmente a los que sufren la pobreza y la iniquidad. Las caravanas de migrantes deberían ser ya prueba contundente e inequívoca de que esa teoría definitivamente está equivocada o, por lo menos, de que no debe ni puede aplicarse en Centroamérica.
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Y de la incapacidad o negligencia para entender las causas estructurales de las caravanas se desprenden peligrosas reacciones y respuestas. Una que me parece particularmente preocupante es que en la cultura de odio y de discriminación que caracteriza a Guatemala surjan expresiones de xenofobia y de nacionalismo, de guatemaltecos defendiéndose de esos hondureños, como si los primeros estuviésemos bien y los segundos fueran pordioseros que vinieran a ensuciar nuestro pulcro y prístino país. Por supuesto, semejante tontera pasa por alto que, en demasiados sentidos, Guatemala está igual o peor que Honduras y que las desgracias cotidianas de un país son también las de la mayoría en el otro.
Así, las escenas en las que se ve a soldados guatemaltecos reprimiendo a la caravana hondureña me causan repugnancia y vergüenza. Evidencian de la manera más cruda que no entendemos el fenómeno y que somos incapaces de responder adecuadamente, como si poner soldados a dar golpes y gritos fuera nuestra mejor respuesta. Quizá las escenas deleiten a neofascistas como Donald Trump, quien durante su desastrosa presidencia en Estados Unidos se dedicó a alentar este tipo de brutalidad, pero me parece que en Guatemala podríamos demostrar que no todos somos lacayos obedientes de Trump y que podemos demostrar un poquito de inteligencia.
Las caravanas de migrantes plantean una serie de problemas para los países de paso, pero, dada la gran complejidad de sus causas, poner una barricada de soldados a dar palos y a descargar gas lacrimógeno definitivamente no es una solución adecuada ni inteligente. Está por verse si el cambio en la presidencia estadounidense genera incentivos para reemplazar fuerza bruta por inteligencia gubernamental.
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