Uno de ellos es la explotación apoyada en una toma de posesión política, en la cual el pueblo colonizado se convierte en instrumento para uso de la nación (Estado) colonial. La historia demuestra que esto solo es posible a través de la fuerza y la fe, que actúan como catalíticos de la dominación a través del Ejército y la religión. En Guatemala abundan las evidencias del rol jugado por ambas instituciones para imponer y mantener la colonialidad en la sociedad.
Desde la perspectiva analítica de los enclaves, estos son determinantes para mantener vigentes las relaciones impuestas desde 1524. El Ejército vino arrasando la tierra y los religiosos siguieron las huellas de aquel utilizando una violencia desmesurada para someter y capturar a los pueblos por la fuerza o por la seducción. La historia previa del colonialismo demuestra que, desde el núcleo de la Iglesia católica, en Europa se lanzaron emprendimientos a través de ejércitos que en nombre de Dios asolaban, mataban, torturaban y robaban, de manera que fincaron lo que en el futuro sería la modernidad y el desarrollo colonial-capitalista, hoy global.
A lo largo de la historia de la civilización occidental, cientos de guerras sangrientas, algunas de larga duración, dos guerras mundiales y las invasiones recientes son ejemplos que perfilan al enclave más importante de todos los coloniales. Sin ejércitos, ni el colonialismo ni la modernidad ni el capitalismo ni la religión serían lo que son. Además, las guerras han generado constantes innovaciones necrotecnológicas al inventar o crear armamentos, estrategias y tácticas: desde el arco y la flecha hasta los drones para bombardear, el napalm usado en Vietnam y los proyectiles atómicos y teledirigidos. Todo ello, alrededor de la constitución legal del Ejército dentro del Estado, que aplica la violencia legal, y también ilegal, para mantener el sistema que lo cobija y le da vida.
Como consecuencia del temor y del terror, la subjetividad de la población ha sido preñada por el militarismo, de manera que cree en el heroísmo, el valor y la lealtad que portan los militares como insignias. Es el Ejército el enclave más consolidado en Estados coloniales como el nuestro. Ejerce la violencia contra los considerados enemigos internos (como los pueblos indígenas), los que se oponen y resisten al modelo extractivista o los que cuestionan los privilegios ilegales e ilegítimos de las oligarquías que controlan el Estado y la sociedad.
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Goza de confidencialidad en el manejo total de sus asuntos internos. Maneja grandes asignaciones de dinero público, que se usa tanto para funcionamiento, inversión y equipo como para enriquecer de manera ilegal a las cúpulas: linajes familiares, blancos y racistas. Esto es en Guatemala y en todo el mundo. Es su presupuesto mayor, muchas veces, que lo destinado a educación, salud o proyección social. Y con limitada transparencia goza de fuero militar para arreglar sus propios asuntos. La jerarquía, al mejor estilo colonial, sigue siendo racializada: altos mandos blancos, soldados indígenas.
En su presupuesto prevalece la lógica extractivista en todos los estados, por ejemplo.
«La dilapidación y la disipación del gasto militar del Pentágono son legendarias donde se han llegado a extraviar (sic) en forma surrealista hasta 35 (¡megasic!) millones de millones de dólares, sin contar el extravío del contralor del Pentágono, el rabino (literal) Dov Zakheim, por 2.3 millones de millones de dólares».
El enclave militar es el guardián real de la Constitución, formulada por las élites dominantes. La Corte de Constitucionalidad es un eslabón intermedio entre las decisiones que pueda tomar el Ejército y lo que dictan las leyes. Las diversas constituciones del país han tenido el aval del Ejército, aun la de 1985, la del inicio de la paz. Las reformas constitucionales son producto de la anuencia militar. Incluso la llegada de presidentes ha sido condicionada por el Ejército, tal el caso del presidente Julio César Méndez Montenegro y del vicepresidente Clemente Marroquín Rojas, quienes en 1966 asumieron con base en un pacto secreto dictado por la cúpula militar de entonces.
A pesar de haber ganado las elecciones, tuvieron que tener el aval del Ejército para asumir los máximos cargos. Se les condicionó a no incluir a comunistas en el Gobierno, a seguir la lucha contra los grupos subversivos, a no dialogar ni pactar con ellos, a respetar su inclusión en el Gobierno y a respetar los bienes de militares y civiles en el Gobierno (continuará).
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