El temor a otro evento sísmico, el saberse en medio del infortunio, las punzantes ráfagas de frío que se cuelan entre las mantas vinílicas medio amarradas de lo que han dado en llamar “albergues” y la angustia de haber perdido todo, son solo algunas de sus preocupaciones. Vigilante, el Tacaná observa las grietas que se han abierto en la tierra y en los corazones que habitan sus faldas.
Mientras tanto, en la ciudad la tragedia parece haberse desvanecido. Bien reza el dicho que ojos ...
El temor a otro evento sísmico, el saberse en medio del infortunio, las punzantes ráfagas de frío que se cuelan entre las mantas vinílicas medio amarradas de lo que han dado en llamar “albergues” y la angustia de haber perdido todo, son solo algunas de sus preocupaciones. Vigilante, el Tacaná observa las grietas que se han abierto en la tierra y en los corazones que habitan sus faldas.
Mientras tanto, en la ciudad la tragedia parece haberse desvanecido. Bien reza el dicho que ojos que no ven, corazón que no siente y en este país, en esta ciudad, la frase se convierte en una especie de doctrina o mantra de sobrevivencia. Resulta que “en la capi” el Congreso hace chinchilete las frecuencias de telecomunicaciones, el Ejecutivo y el Legislativo se unen en contubernio para usar la Ley de Desarrollo Rural Integral como un elemento para manipular a los terratenientes y eclipsar los asesinatos en la cumbre de Alaska. Procuran desviar la atención y empujan a un segundo plano sus crímenes. Allá, a 252 kilómetros, la gente padece la politización de la desgracia.
No recuerdo el terremoto del 76, no había nacido, pero todos, absolutamente todos los cuentos que me han hecho al respecto están plagados de cierta magia derivada de la solidaridad, el compromiso y especialmente de la calidez humana que se vivió en esos días. ¿Cuál será la diferencia? ¿que ese terremoto también afectó a la ciudad? ¿O que corrían otros tiempos?, tiempos en los que consumir la vida no llevaba tanta prisa como para olvidar el hoy.
No se entiende. No cabe en la cabeza que haya habido más gente preocupada por la dichosa ola newyorkina que por los compatriotas cuasi abandonados víctimas de un desastre natural y de unas condiciones infrahumanas de vida. Tragedia que si despertamos la chispita solidaria aún podemos ayudar a paliar.
Qué, ¿nos vamos a San Marcos a reconstruir vidas?
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