Sin embargo, lejos de haber sido una gesta ciudadana que buscara garantizar el desarrollo en una vida independiente de la Corona española, la decisión de los gobernantes de 1821 tenía otros fines. El primero, evitar, según indica el acta misma, que el pueblo declarara por sí mismo la independencia. Lo que menos deseaba la élite en el poder colonial y luego supuestamente independiente era ceder el control de la colonia primero y de la república después.
Los mismos próceres, en su mayoría funcionarios de la Corona en tierras apropiadas por la violenta invasión que dirigió Pedro de Alvarado, siguieron al frente de la declarada república independiente. Desde entonces, salvo una pequeña primavera de una década (1944-1954), el resto del tiempo que ha existido este terruño llamado Guatemala, este ha sido gobernado por dichas élites.
Se declararon independientes para satisfacer sus intereses y conservar los privilegios. Por un lado, para garantizar el no pagar tributos (impuestos) a la Corona y mantener la posesión de las tierras de las que se apropiaron los invasores. La evasión fiscal y la apropiación indebida de tierras fueron su divisa y lo siguen siendo ahora, dos siglos después de su rompimiento.
A partir de entonces fueron diseñando el Estado a la medida de sus intereses y necesidades. No rompían con su origen y se garantizaron la descendencia mediante mezclas intra- e interfamiliares que aseguraran sus linajes. La obra magistral de Martha Elena Casaús Arzú, Guatemala: linaje y racismo, lo analiza a plenitud. Las ramas del árbol genealógico de la criollada chapina tienen como fundamento filosófico el racismo que la caracteriza y que no se refleja solamente en conductas o comportamientos culturales.
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En Guatemala, el racismo es la base misma de la organización del Estado, para el cual las élites estructuraron un brazo armado que les es funcional. Tan funcional que, en aras de mantener el estado de cosas ante la rebelión social, cometió actos de genocidio que representaron la máxima expresión del racismo que los mueve: un racismo que a lo largo de la historia marca la lógica permanente de la exclusión étnica, social, económica y política.
El hambre, la desnutrición crónica general e infantil, la violencia social y política y la carencia de condiciones dignas de vida para la mayoría de la población no son un hecho fortuito. Son, en esencia, el único mecanismo posible de gobierno de las élites que fundaron este Estado cuya vida pretenden celebrar en septiembre.
La independencia no ha existido para los pueblos de Guatemala. La independencia solamente ha sido un pretexto elitista para sostener el cuerpo castrense o instalar un imaginario social de artificiosa pertenencia. Tal es el grado de alienación que el alcalde municipal de Quetzaltenango y su concejo acordaron ceder un terreno boscoso para ser talado en aras de cementarlo y llamarlo parque. Matar el bosque para satisfacer el ego. Pensar en el interés de unos pocos aunque se dañe algo que beneficia a la mayoría. Nada nuevo en la conducta de las mentes colonizadoras y colonizadas.
No es cierto que todos los pueblos (porque no es un solo pueblo) se levanten para celebrar el bicentenario del decreto de evasión fiscal fundante. Mientras sigamos dependiendo de los caprichos de las élites parasitarias, hoy asociadas con el crimen, seguiremos con las cadenas que impiden el desarrollo. Nada tenemos para celebrar cuando, hasta para la distribución de las vacunas contra el covid-19, la corrupción y la voracidad son el factor dominante, más que el interés por proteger a la mayoría.
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