Fue así como dejé de estudiar luego de un desacuerdo con un profesor. Viendo cómo me ganaba la vida, y tomando en cuenta que lo que más me gustaba era escribir, comencé a hacer prácticas en un medio escrito en el que me acogieron para enseñarme qué era eso del periodismo y cómo se contaban narraciones reales. Empecé así a conocer las fuentes, las instituciones del Estado, de primera mano.
Esto del derecho me interesaba por motivos personales. Había ocurrido en mi familia, siendo yo un niño, el secuestro económico de un familiar, lo cual fue un parteaguas en nuestra historia. Luego de experimentar esa incertidumbre, esa aflicción de estar arrodillados por la delincuencia, por una banda de forajidos que por tener pistolas nos amenazaban y nos hacían depender de su voluntad, uno nunca vuelve a ser el de antes.
Allí entré en contacto con la justicia. Luego de ver cómo en el momento en que se sabe la verdad se castiga a los responsables, un cierto brillo es devuelto a la familia, a esta sociedad que es un charco eterno de sangre. Y querer descubrir estos vericuetos, querer observar esas historias en los juzgados, me llevó al periodismo judicial para finalmente amalgamarlo con mi carrera y así analizar y evidenciar el sistema caótico que todos los días se respira en la torre de tribunales.
Por el caos de la existencia, sin buscarlo, me invitaron a ser parte de un grupo que convocaba a una protesta el 25 de abril de 2015. No lo dudé. Al principio no creía que llegaría nadie, pero, como escribí una vez, percibo que ocurrió una alineación inesperada. Desde entonces, quienes allí nos conocimos por azar y muchos más hemos venido intentando darle vida a un movimiento que busca justicia en un país que no es país.
Al principio, todos éramos amigos y protestábamos contra la corrupción. Una época bonita e inocente. Tuvimos que comenzar a dar entrevistas a diversos medios. Se convirtió en algo raro, pues para uno, acostumbrado a la privacidad (en mi caso, era yo quien había entrevistado, y no al revés), no es muy agradable que la gente te reconozca en la calle. Pero ese salto no fue algo que hubiéramos ansiado, sino que el momento demandaba dar la cara para que se pudiera continuar con las marchas.
Cuando se empezó a buscar reformas a un sistema que facilita la impunidad, a ver que algunos de quienes estuvieron en las manifestaciones también resultaron involucrados en investigaciones, creció la resistencia contra la ola que empuja los cambios.
A tal grado que, como las convocatorias se dieron en las redes sociales y desde estas un conglomerado de actores hemos comunicado ideas, propuestas, gritos que no se oyen en otro lado, los tiburones heridos de las mafias se han trasladado a esta cancha, que siguen teniendo perdida, y buscan desprestigiarnos con tácticas guerreristas, amedrentarnos con datos disfrazados para difundir mentiras, para paralizar un movimiento que va más allá de la plaza misma, pues es una evolución indispensable para detener el viaje al precipicio.
Es una voz que estalló por una necesidad escandalosa. Porque esta sociedad está enferma. Es sociópata, violenta, temerosa. Vivimos agrediéndonos. Mujeres violadas, niños en la calle… Pero esa pequeña rendija de luz que conocimos en las plazas, que ha permitido que nos hayamos encontrado, que estemos tejiéndonos como una telaraña de acero, es la que aterroriza a los fantasmas que han operado en la infinita oscuridad de la noche guatemalteca.
Creerán que paralizarán algo que es ya inevitable, que el miedo podrá callar a uno, pero olvidan que no se trata de un conglomerado de luces individuales, sino que es un sunami efervescente que se ha venido nutriendo de personas que ya no crecimos en un conflicto armado, que creemos en la posibilidad de un vínculo con lo que no conocemos, que saboreamos el poder del misterio y el descubrimiento de lo inédito.
No podrán callar a uno o a otro porque la transformación ya empezó. Y, dure lo que dure, esas nubes gordas de jóvenes van a hacer que llueva y que esta tierra florezca.
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