Confieso que me costó encontrar el hilo para este texto. Resumir el 2025 desde la mirada de mi
cobertura periodística es complejo: hay demasiado que decir sobre la política, los derechos humanos
y el pulso del país. Pero encontré la claridad que buscaba una noche de viernes, cuando caminaba,
después de la medianoche, por el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala.
Antes de que alguien piense mal, solo estaba saliendo de un cumpleaños. Nada extraordinario. Sin
embargo, sí noté algo fuera de lo común justo cuando iba a subir al carro para regresar a casa: una
patrulla estacionada a la par. Tres policías adentro. Sin hacer nada. Observando la calle como quien
espera a alguien, o a nadie.
Quizás exageré, pero me sentí nervioso. Era casi la 1:00 a.m. Estaba solo. Y la zona 1 nunca ha sido
el lugar más confiable a esas horas. Como reportero había escuchado demasiadas historias —relatadas
por hombres y mujeres— sobre agresiones de policías en la madrugada. En los medios veía noticias
sobre capacitaciones recientes, sobre el grupo de agentes recién graduados, sobre las colaboraciones
con Estados Unidos para mejorar la seguridad. Sin embargo, nada de eso me alcanzó en ese momento
para sentirme tranquilo.
Me apuré a guardar la mochila, subí al carro, encendí el motor y me fui. Casi de inmediato. Como si
huyera de un peligro inminente, como si mi cuerpo reaccionara a una amenaza que estaba por asomarse.
Lo curioso es que no pasó nada. Aun así, algo no me dejó en paz.
Cuando iba manejando de regreso a casa pensé: esto es. Era muy probable que hubiera mejores policías
en las calles, aun así quise alejarme de la patrulla. Para mí, así se resume el 2025, al menos en
materia de seguridad. Los avances que alcanzamos este año no bastan para hablar de un despegue real.
Y, en varios lugares del país, la violencia fue tan dura que dio la sensación de que estábamos yendo
hacia atrás.
Cuando a un gobierno le va bien, a todos nos va bien. Por eso deseo que el 2026 no llegue con los
mismos titulares de 2025: aumento de la violencia homicida, fugas de pandilleros en las prisiones,
señalamientos de corrupción contra autoridades y demás historias que, aunque irresistibles para un
periodista, corroen el bien común.
En lugar de eso, espero que el próximo año progresemos de verdad: que se reduzcan los homicidios,
que mejore el control de las cárceles y que continúe la depuración de las instituciones encargadas
de cuidarnos.
El nombramiento de Marco Antonio Villeda —un juez conocido por decisiones implacables contra
criminales— como ministro de Gobernación es una señal de que podríamos ir por el camino correcto. Me
dio esa vibra desde que dijo que en Guatemala, a diferencia de El Salvador, no se puede capturar a
nadie sin pruebas y que solo los jueces pueden decidir a quién mandar tras las rejas. No es poca
cosa.
Pero la ruta al éxito no se construye solo con buenas intenciones. Son urgentes más y mejores
acciones. Y esto es todavía más evidente cuando recordamos que dentro del propio Estado persisten
estructuras que siguen alimentando la lista de tragedias violentas.
No puedo dejar de subrayar el caso de los siete agentes en San Andrés Itzapa que, este 2025, fueron
procesados por supuestamente asesinar a dos muchachos: un hecho marcado por abuso de autoridad,
negligencia estatal y homofobia. Esta historia, que a lo largo del año cubrimos con detalle en Plaza
Pública, quebró la confianza que la comunidad de Itzapa tenía en sus fuerzas de seguridad. Y sigue
impune. Su resolución llegará a mediados de 2026.
Los próximos 365 días pueden ser distintos. Quiero que el miedo irracional que sentí aquella
madrugada frente a una patrulla deje de ser parte del reflejo automático de tantos guatemaltecos.
Que la desconfianza no sea la primera reacción al ver un uniforme. Que la justicia avance lo
suficiente para que el caso de Itzapa no siga acumulando polvo y para que ninguna familia tenga que
aprender el lenguaje del dolor a manos de quienes deberían protegerla.
Porque, en el fondo, lo que está en juego no es solo la seguridad: es la posibilidad de vivir sin
esa sensación permanente de que algo puede salir mal. Es la posibilidad de llevar una vida digna.
Cuando escriba el próximo resumen del año, ojalá lo haga desde un país que tenga menos miedo de
encontrar a un policía en la noche.