La llegada de Donald Trump a su segundo mandato presidencial anticipó un ambiente poco favorable
para la
población migrante en Estados Unidos.
Todo pronóstico de hostilidad quedó corto. Horas después de
asumir,
firmó la Declaratoria de Emergencia Nacional de Militarización que caracterizó a la migración como
una
invasión y por lo tanto requirió del despliegue inmediato de las fuerzas militares para reforzar la
seguridad
en la frontera sur.
En sus primeros 100 días emitió más de 135 órdenes ejecutivas orientadas
hacia una reforma
migratoria basada
en perseguir y expulsar del país a las personas migrantes. Cada fin de semana traía nuevas
disposiciones,
una más dura que la anterior:
la imposición de un gravamen a las remesas; la luz verde al
perfilamiento racial
y la reactivación de redadas masivas; amenazas contra estudiantes extranjeros y universidades; el
aumento a los
costos de las visas; el uso de tobilleras con GPS; la creación de una cárcel en condiciones
infrahumanas rodeada
de caimanes.
Y las deportaciones. Aviones con cientos de hombres y mujeres retornados después de meses o décadas
fuera de sus
municipios.
Ariel Ruiz, investigador del Instituto de Política Migratoria, describe las estrategias para
atemorizar y hacer
aún más difícil la vida de las personas migrantes en condición irregular en Estados Unidos.
Para Guatemala, el punto álgido de estas medidas fue
el intento de retornar a más de 600 niños y
adolescentes
guatemaltecos que se encontraban bajo el resguardo de la Oficina de Reasentamiento de
Refugiados
(ORR). Es una
dependencia encargada de salvaguardar la integridad de los menores de edad que llegan solos a
Estados Unidos.
La mayoría huye de alguna situación de violencia, maltrato o vulnerabilidad en sus países de origen.
«Tenemos una declaración jurada de los padres de una adolescente que dicen que ella está amenazada
de muerte, que si
el gobierno de Estados Unidos la regresa a Guatemala, ellos harán lo posible para que vuelva a
escapar porque ahí no
puede estar a salvo», relató
Efrén Olivares, abogado del Centro Nacional de Leyes de Inmigración
(NILC) que detuvo
la repatriación de estos niños y adolescentes ante un juez.
El propio presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, reconoció que el país estaba listo para
recibirlos en grupos de
150, no más. Pero esa cifra no dependía de las capacidades locales. La Procuraduría General de la
Nación (PGN) y la
Secretaría de Bienestar Social (SBS) esperaban este retorno en medio de incertidumbre, poca
información y recursos limitados.
La decisión del juez detuvo la deportación de los menores, por ahora. El gobierno
estadounidense aún
podría apelar
este fallo. Pero el mensaje fue claro: la determinación del gobierno estadounidense de expulsar, no
reunificar,
a niños y adolescentes guatemaltecos.
Las historias de terror del Programa de Movilidad Laboral
A la redacción de Plaza Pública llegó una denuncia, el testimonio que reveló un problema no
abordado,
otra cara de la migración.
Una historia se multiplicó en más de una decena de relatos de terror de
hombres
y mujeres guatemaltecos que sufrieron experiencias traumáticas al participar en el
Programa de
Movilidad
Laboral del Ministerio de Trabajo. Una opción que el gobierno promociona como una
alternativa segura
de migración laboral.
Personas que compartieron su experiencia –su muy mala experiencia– entre lágrimas y conversaciones
que duraron
horas para contar los abusos, maltratos, humillaciones y dificultades en Estados Unidos entre 2022 y
2024.
Ninguna autoridad guatemalteca acudió para apoyarlos. Confiaron en Plaza Pública para contar algo
que,
por vergüenza o por miedo a perder oportunidades de trabajo, callaron por meses e incluso años.
A pesar de la coyuntura no se agota la capacidad de asombro. Tenemos la mirada puesta en las
decisiones que
en el norte se tomen y los sobresaltos que acá provocan. ¿Qué sigue? Reportar para ustedes los
efectos en las
personas retornadas y cómo intentan reinsertarse al país que un día los expulsó.