Esto no es un país.
Ahora que cuento la pandemia por columnas, me acuerdo de todas ellas, las que he escrito en los últimos tres meses, las que han escrito también los demás, lo que dice la gente por la calle. Los párrafos en sus redes sociales. Los comentarios en las colas, las llamadas por teléfono, las conferencias por Zoom. Ninguna de ellas tiene en su construcción atisbos de esperanza. Solo anhelos de los que creen que están suficientemente en alto para que la ola no los alcance. Son inercia vital.
Porque, además de las mentiras, el robo, la estupidez, la irresponsabilidad, el cinismo y la indiferencia total al sufrimiento de las élites. Además de todo eso, son ostentosos. Alardean. Los de siempre hablando de comunismo, socialismo o de productividad y de aperturas de aeropuertos. Otros, de hospitales construidos en su imaginación, como los datos falsos, como las muertes falsas, como los sueldos de los médicos. También están los que saben jugar a ser Corleones tropicales. Entre comidas, güisqui y putas compran y venden sentencias, curules, votos, libertades.
Por otra parte, tenemos suerte de conocer la miseria humana y de ponerle rostro, nombres, apellidos, familias y alianzas. Cortes, partidos, corbatas de colores, juntas directivas, plenos, fiscales, voceros, ministros y sus amantes, cámaras, rectores, comisiones, secretarios, operadores, obispos, pastores y los malditos abogados. Yo los veo como se veía un videoclip ochentero, donde las imágenes se suceden rápidamente en una secuencia frenética. Ciento ochenta imágenes distintas en tres minutos. Soy el ojo de la naranja mecánica enganchado para nunca cerrarse, para ser reducado en la guatemalidad. La tierra de los volcanes, las guapas mujeres y la marimba.
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¿Y a esto quieres llamarle país? ¿Al de las banderas blancas que señalas de acarreados? ¿Al ejército de desnutridos? ¿Al de los caminantes con la cabeza gacha? ¿Al de los migrantes vejados? ¿Al profesional sin esperanza? ¿Al de las niñas quemadas y violadas? ¿Al de la mujer maltratada?
Parece la carta de un suicida, pero es la de un ciudadano que vive en una república centroamericana, y eso es triste. También están los edecanes de la libertad, del positivismo (no como corriente filosófica, sino como palabreja estúpida), de la fe y las montañas que mueven, aunque siempre permanecen en el mismo lugar. Del vaso medio lleno, de la milla extra, del emprendedurismo, de las bendiciones, de sus ombligos en el centro del universo. Y esos abundan. Yo los conozco y hablo con ellos lo necesario para rogarles que me paguen las facturas que me deben. Pero no lo harán. Está jodida la cosa, vos. Allí se termina la conversación.
Está jodida la cosa, vos. A ver qué pasa.
Ese es el plan de país, esa es la hoja de ruta, la estrategia en esta pandemia de muchas muertes y mucho desempleo. «¡A ver qué pasa!».
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