No te llegué a conocer, ni tú a mí. No conocemos a los que queremos, solo la parte que dejamos ver. Reconozco que un poco de misterio viene bien. Que cuando nos hacemos mayores y tú más viejo, las cosas son más fáciles. Las conversaciones son recuerdos de pasados momentos y de lo que vas a comer ese día. Ya no hay planes, solo el día a día.
Ayer me llamaste para despedirte, otra vez. Ya lo has hecho varias veces en estas últimas semanas. Entiendes ese proceso inexorable hacia la muerte y te da miedo, pero la aceptas, no sabemos si saldrás de ésta o habrá prórroga. Eso de la vejez es una mierda, para ti y para mí. Yo te veo y me veo. Tengo tanto de tus modos y manías, de las que criticaba y de las que me daban risa.
Lo mejor que puedo hacer es no juzgarte, no condenarte, no dictar ninguna sentencia. Me abstengo, me inhibo de conocerte no soy imparcial. Eras el que daba abrazos y besos. Demasiado inocente para este mundo de cuchillos, zancadillas e intrigas. Por eso no fuiste un buen abogado.
Yo te vi feliz preparando tus clases, tu material didáctico, tus filminas y presentaciones, tus manuales y notas de clase. Fuiste maestro. Toneladas de papel que corregías con tu lápiz rojo, tus anotaciones inteligibles y tu nota final acotada en un círculo mal cerrado.
Fuiste tú, mi madre, tus periódicos, tus películas y música. No sé en donde encajábamos nosotros, pero allí estábamos. Estabas muy a gusto en una casa sin hijos. Estabas muy bien, con las visitas ocasionales de los tuyos. Todos juntos, pero no revueltos.
[frasepzp1]
Cuando pienso en ti, pienso en mi infancia. Los recuerdos de tu camisa polo verde con el cocodrilo, tus abrigos y trajes. Tus jerséis de colores vivos, tus pañuelos y tu lunar en la nariz, que te quitaron en el setenta y siete. Recuerdo los veranos en Cullera, esas noches cálidas en que salíamos a tomar horchata, el cine al aire libre viendo la Batalla de Midway y tu comentando un libro a mi madre «Verano del 44», cómo te había gustado, cómo te identificabas con el protagonista, la inocencia de tu adolescencia en una Guatemala que solo existió para ti.
Es raro que toda evocación sea a la infancia, claro que si hago un pequeño esfuerzo puedo situarte en mis catorce, diecisiete años o enseñándome a manejar. Pero me gusta más ese idílico pasado que aislamos y donde nos sentimos protegidos, viajando por España en esas carreteras secundarias, pueblos y ruinas romanas, iglesias románicas, catedrales góticas, elecciones generales, amnistía y libertad de un postfranquismo en ciernes.
Me quedo con la mitad de tu ADN, con la afición a los filis, a las noticias. Me quedo con tu mano haciéndome cosquillas, «el cosquilloso» te hacías llamar.
Hola cosquilloso, adiós cosquilloso.
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