Como ocurrió en otras partes del mundo, la crisis por covid-19 ha estado acompañada por una crisis económica que en la isla significó un descenso significativo del turismo y, por tanto, de la entrada de divisas. La carestía crónica de productos se ha agravado, especialmente en la sensible área de alimentos. Como dicen en la isla, no hay dónde amarrar la chiva.
Estos son más o menos los hechos gruesos, pero, como todo lo relativo a la isla, las interpretaciones varían y se presta mucha atención en los medios. El Gobierno cubano responsabiliza al estadounidense y al exilio en Miami de provocar la desestabilización, mientras que los últimos interpretan lo sucedido como la crisis final del régimen, como lo han venido haciendo desde los tempranos años 60.
Lo cierto es que Cuba todavía despierta pasiones en los distintos sectores, pues dicho país ha sido más grande que su territorio. Desde 1959 representa un modelo para la izquierda latinoamericana, una fuente de sueños de libertad y de igualdad. Mientras tanto, para la derecha ha representado una pesadilla de igualitarismo y de autoritarismo estalinista.
La historia de la revolución ha sido compleja y sus resultados tienen luces y sombras. Las luces están en los logros en el área de educación, con un analfabetismo prácticamente inexistente y una población altamente educada (con niveles superiores a la media latinoamericana), así como en el área de salud, en la cual, por ejemplo, han desarrollado vacunas contra la covid-19, algo que ni economías mucho más grandes como la mexicana o la brasileña pueden presumir. También se pueden señalar sus éxitos en el deporte, la solidaridad de sus brigadas médicas y su política exterior independiente.
Pero también tiene sus sombras. Las más graves han sido la pobreza y el bajo nivel de consumo, que, como en este momento, se ven agravados por la crisis mundial. Comida, ropa, electrodomésticos y otros bienes de consumo son difíciles de alcanzar para la mayoría de los 11 millones de cubanos.
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La explicación también varía de acuerdo con la posición que se ocupe en el espectro político, entre el bloqueo económico, que dura décadas, y el modelo socioeconómico y político del país. No pretendo ser imparcial y decir que las posturas son equivalentes. Por ejemplo, Estados Unidos acusa al régimen cubano, pero voltea la vista cuando se habla del bloqueo económico (¿qué otro país podría resistir un bloqueo de este tipo?).
Lo cierto es que la isla ha pasado momentos muy difíciles, como el llamado período especial de la década de los 90, así como realidades como la de una migración extensa y preocupante. Esta migración, comparable en números con la centroamericana, es de naturaleza bien distinta, puesto que en países como Guatemala y El Salvador se compone de campesinos y sectores populares con bajo nivel educativo mientras que la cubana incluye profesionales de alto nivel (médicos, psicólogos, deportistas, etcétera).
Debo insistir en que en estas líneas no pretendo un acercamiento imparcial a las posiciones políticas respecto a la realidad cubana, aunque, como me ha dicho un amigo cubano, un centro político resultaría deseable.
Lo que sí quisiera señalar es que las protestas que están ocurriendo por las carestías agravadas por la crisis (y también por cierta falta de expectativas de sectores importantes de la población) se producen en un contexto mucho más complejo que las simpatías y las antipatías, que los odios y los amores que se tengan por la isla.
¿Qué soluciones se necesitan para mejorar la economía? ¿Cómo resolver los problemas del pueblo cubano? Desde un lugar del mundo en el cual no sabemos cómo resolver los problemas propios, ofrecer una opinión sobre el tema puede ser particularmente peliagudo.
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