Como una sombra que crece con el paso del tiempo, la época electoral se va acercando para Guatemala inexorablemente, por lo que es seguro que las lógicas políticas en el 2022 estarán claramente marcadas por una carrera silenciosa por parte de las potenciales opciones políticas para posicionarse de manera ventajosa en la mente de la ciudadanía, allanando con ello el camino para las elecciones del 2023.
El contexto de estas elecciones no podría ser más angustiante: luego de la euforia política que vivió la ciudadanía del 2015 al 2017, cuando se respiraban aires de cambio, el panorama empezó a cambiar lentamente hasta concluir con una apabullante derrota de las intenciones de cambio en el 2019, justo el año en que el llamado “pacto de corruptos” logró expulsar a la otrora todopoderosa Cicig, con lo que se fortaleció la inercia perversa del sistema, que está lejos de aminorar: las descaradas acciones del gobierno actual han manteniendo la inercia de los privilegios, las prebendas y las prácticas corruptas, con el agravante que se han empezado a cerrar paulatinamente los espacios para el desarrollo democrático, con lo que el panorama político sigue siendo preocupante.
La inercia político-electoral, igualmente, no podría ser más amenazante: hasta el 2015, se consideraba que Guatemala vivía un “penduleo” ideológico que permitía un viraje hacia el lado opuesto de la ideología triunfante: si en una elección triunfaba un candidato conservador, en la siguiente se elegía un candidato progresista.
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Esta dinámica, sin embargo, se alteró con la elección de Alejandro Giammattei: en los años 2015 y 2019, Guatemala se inclinó a favor de opciones cada vez más conservadoras y autoritarias, lo que ha consolidado este cierre de espacios de participación y la cooptación sistemática del sistema de pesos y contrapesos de la democracia guatemalteca. Ciertamente, no vivimos los mejores tiempos políticos en Guatemala.
A pesar del contexto adverso, hay varios aspectos positivos que hay que señalar: en primer lugar, pese al avance del conservadurismo, las ansias de transformación de la ciudadanía siguen intactas: en la mente de muchos ciudadanos, las jornadas cívicas que caracterizaron a Guatemala en el 2015, siguen siendo un punto luminoso de referencia, y aunque el contexto ha cambiado, la euforia por la renuncia de Otto Pérez Molina como presidente, sigue siendo un momento glorioso de nuestra historia reciente que no hay que olvidar nunca: demostró el poder de una ciudadanía que salió a las calles con la única convicción que el cambio.
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A esta conciencia renovada del cambio, hay que agregar la constante búsqueda de alcanzar un gran frente común que permita fortalecer la posibilidad de transformar esta matriz estructural caduca, antidemocrática y excluyente que caracteriza a Guatemala desde hace décadas.
En ese sentido, han aparecido importantes espacios de diálogo y coordinación como Alianza por las Reformas y la Asamblea Ciudadana contra la Corrupción y la Impunidad, así como la consolidación de algunos partidos políticos con la bandera de cambio como el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP).
Lo que aún no se ha concretado, sin embargo, es la decisión estratégica que permita finalmente articular estas fuerzas emergentes, de manera que finalmente alcancen una unidad política que tenga alguna posibilidad de alzarse con la victoria en las elecciones del 2023.
La clave de la elección del 2023, por lo tanto, sigue siendo la posibilidad de unidad política de la oposición progresista, y la capacidad que tenga este bloque de transformación de conectarse con el anhelo de cambio.
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La reciente experiencia hondureña debe apuntar hacia este aspecto: si en el 2017, los partidos de oposición optaron por ir separados, en el 2021 lograron una unidad estratégica que ya augura vientos de cambio: la presidenta electa, Xiomara Castro, ha anunciado ya la creación de la Cicih, la hermana gemela de la Cicig guatemalteca, con lo cual el panorama en ambos países se ha invertido: si en el 2015, Honduras veía a Guatemala con admiración, ahora es Guatemala quien debe ver a Honduras con esperanza, intentando aprender la forma en que, de forma sorprendente, se ha canalizado el anhelo de cambio de toda una ciudadanía que ahora visualiza el futuro con esperanza.
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