La democracia en el mundo está en crisis: el último reporte de Freedom House sobre las libertades en el mundo, que fue presentado la semana pasada en Guatemala, concluye que durante 18 años consecutivos, la libertad se ha visto sistemáticamente amenazada por el surgimiento de gobiernos abiertamente autoritarios: «Los derechos políticos y las libertades civiles se redujeron en 52 países, mientras que sólo 21 países lograron mejoras. Las elecciones defectuosas y los conflictos armados contribuyeron al declive, poniendo en peligro la libertad y provocando graves sufrimientos humanos», concluye el informe.
Esta crisis global de la democracia quizás tenga también relación con otro fenómeno en auge. La revista Fortune publicó recientemente un reporte sobre el desafío de la democracia en el mundo, debido a lo que Clifford Young llama «el síndrome del caudillo autoritario», fenómeno que es impulsado por el sentimiento de injusticia global que se ha diseminado por el mundo, aspecto que ha sido recopilado por el «índice del sistema roto»: en una encuesta llevada adelante en 25 países, el 71 % de encuestados piensa que la economía está articulada en favor de los ricos y poderosos, 81 % piensa que los políticos siempre terminan encontrando maneras de proteger sus privilegios, por lo que el resultado lógico es que existe un sentimiento anti-elitista que favorece la emergencia de cualquier líder que prometa combatir a la clase política.
El índice del sistema roto se basa en cinco premisas: 1) el sistema se organiza para beneficiar a los ricos, 2) los políticos no se preocupan por los ciudadanos, 3 y 4) el país necesita un líder fuerte que arregle los problemas, aún si ello signifique saltarse las reglas; y 5) los expertos no conocen la realidad de los ciudadanos.
El resultado de lo anterior es que la confianza institucional y el sentimiento anticorrupción impulsan las candidaturas de cualquiera que prometa acabar con los privilegios, tal como lo hizo Nayib Bukele en El Salvador, o Pedro Castillo en Perú, o Javier Milei en Argentina, por poner solo un par de ejemplos. En Guatemala, el sentimiento anti-CACIF que enarboló el Partido Semilla también contribuyó a la victoria de Bernardo Arévalo.
Este entorno crecientemente antidemocrático y caudillista es un auténtico desafío para el mundo actual, debido a que también coincide con otro fenómeno mediático: la fascinación por los personajes carismáticos, fuertes, valientes o habilidosos que, en el imaginario colectivo, pueden acabar con quién se les ponga enfrente sin ayuda de nadie, al estilo del todopoderoso Rambo.
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En el mundo empresarial, se le rinde culto a figuras como Steve Jobs, Bill Gates o Elon Musk, mientras que en el mundo deportivo figuras como Leonel Messi o Cristiano Ronaldo concentran la fascinación de un gran número de personas. En la política, los ciudadanos parece que también apuestan por amar u odiar a sus propias figuras: Donald Trump, por ejemplo, en el 2016 afirmó que él podría «disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos», algo que parece que fue cierto, aun con todas sus excentricidades y problemas, el ahora candidato Republicano para las elecciones norteamericanas de 2024 sigue siendo idolatrado por una parte muy importante de ciudadanos, lo que no deja de sorprender.
En Guatemala empezamos a ver un comportamiento similar de quienes ahora han decidido defender a capa y espada al nuevo gobierno de turno: las investigaciones de los periodistas Sonny Figueroa y Marvin del Cid siempre fueron recibidas con agrado por muchos sectores de la sociedad civil guatemalteca, pero ahora que han publicado una investigación que pone en entredicho la voluntad de cambio del nuevo gobierno, han sido duramente atacados por los defensores del presidente Arévalo, lo cual no deja de ser un signo de alarma. El entorno global del mundo actual es favorable al surgimiento de caudillos autoritarios, algo que debemos evitar a toda costa en Guatemala.
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