Ir

Taina Villalobos: me interesa el arte con consecuencias

Es necesaria una red para poder fortalecernos y cuidarnos de las amenazas que sufren las semillas y los cultivos en general, para proteger  esta herencia ancestral y de origen criollo.
Aunque parezca irracional, inabordable, yo trato de tener el discurso de la esperanza porque  es poco lo que se puede construir desde el pesimismo.
Tipo de Nota: 
Artículo

Taina Villalobos: me interesa el arte con consecuencias

Historia completa Temas clave

Taina Villalobos es una joven artista audiovisual chilena que realiza una residencia artística en nuestro país, con el apoyo del espacio contemporáneo la Nueva Fábrica. Su propuesta vincula el arte con la agroecología y el cuidado de las semillas en Latinoamérica. Su perspectiva es la conexión que puede tener el arte con una nueva mirada sobre la naturaleza, pero también con la posibilidad de la acción política y la transformación a partir de la colaboración entre los distintos saberes.
 

—Vienes a Guatemala con una residencia del espacio de arte contemporáneo  la Nueva Fábrica, ¿verdad? Cuéntame acerca de esto.

—Fue una convocatoria, a la que postulé en diciembre del año pasado. El nombre de mi proyecto es “Medios para cosechar una historia”.  Vine con  ganas de aprender y de colaborar. Generar red, porque creo que es super importante conocernos y vincularnos entre las personas que trabajamos con agroecología o con el cuidado de las semillas en Latinoamérica, como punto base. 

Yo trabajo como artista visual. Soy escultora, pero además formo parte de la red latinoamericana de cuidadoras de semillas. Estudié agroecología en la Universidad de Río Negro, en Bolsón una comunidad de la Patagonia argentina. Allí me enamoré del aprendizaje acerca de las semillas y la biodiversidad. Pero sentía que no era el conocimiento que yo estaba buscando. Más que hacer investigaciones sobre genética de las plantas, lo que yo quería era saber cultivar la tierra. No terminé esa carrera y empecé a estudiar arte en Santiago de Chile. Después de un par de años, me fui dando cuenta que mi vocación con la agricultura y la ecología se podía perfectamente unir a mi pasión por el arte. Mi amor y mis ganas de estudiar sobre la naturaleza, unido a las artes, porque  pueden ser un motor para difundir ideas importantes, provocar revoluciones necesarias, acciones políticas. Allí fue donde le encontré sentido a ser artista. 

—Me llama la atención esta interacción entre la agroecología y el arte. Se repite tanto que el arte no tiene utilidad. ¿Cómo ves esta postura?

—Muchas veces, en la academia te enseñan que el arte no sirve para nada. Entiendo esta postura que quiere diferenciarse de profesiones que persiguen utilidad exclusivamente. Aún descansar puede ser un acto político. Sin embargo, a mí no me llena pensar que el arte sea inútil. Yo elijo ser parte de un movimiento artístico que busca decir algo y que busca servir a la sociedad. Cada uno puede hacer lo que quiera, pero es interesante esa fisura que se puede causar en la sociedad. En mi caso, no podría estar haciendo algo que no provoque emoción a las personas, que no sirva para generar red. Para mí esto es un punto importante de mi trabajo: me gusta que genere colaboración

—Mencionaste que parte de tu interés es “generar red”. ¿ A qué te refieres con esto?

Es necesaria una red para poder fortalecernos y cuidarnos de las amenazas que sufren las semillas y los cultivos en general, para proteger  esta herencia ancestral y de origen criollo. Porque mi trabajo no incluye solamente las semillas nativas, sino también las criollas que, aunque no nacieron en este territorio, pero llegaron acá de manera intencional por intercambios o por medios no intencionados,  antes de la Revolución Verde, que fue la industrialización de la agricultura, y luego de los transgénicos, y las prácticas de monocultivo. Estas semillas que venían de otras geografías se asientan en estas tierras y se adaptan al territorio. Tanto las semillas originarias como las criollas son las que nos alimentan. 

[frasepzp1]

En Guatemala, parte de la alimentación proviene de semillas que siempre estuvieron aquí, como el maíz pues Mesoamérica  es centro de origen de esta planta. Pero en Chile, el maíz no es nativo, pero sí está muy inserto en la cotidianeidad. Es una semilla que llegó de otra parte y se adaptó allá. Aun cuando es criolla tiene el mismo valor y significado de alimento básico. Otro caso interesante es el cacao que no es nativa de mesoamérica y sin embargo, tiene una larga tradición de cultivo y utilización, incluso con significados rituales. En Chile, las papas se consumen mucho porque Chiloé en el sur es el epicentro de origen de este cultivo. Hay más de cien variedades de papas en mi país, pero no se ve en todo el país. Su cultivo es un conocimiento que se guarda en ciertos territorios solamente.

Me maravillo mucho cuando viajo el darme cuenta de toda la biodiversidad que existe. Me interesa  investigar los intercambios. ¿Esta semilla en qué otros territorios está? ¿Cómo se han producido esos movimientos de las semillas? ¿Cómo será en el futuro?  

—¿Y qué has encontrado en Guatemala que alimente tu propuesta artística y agroecológica?

—Creo que en Guatemala hay una enorme interacción entre la espiritualidad y la agricultura, específicamente en el pueblo maya. A mí me ha transformado mucho ya que en Chile yo estoy más desligada de los pueblos indígenas. Pero acá he podido darme cuenta cómo el maíz es la fuente de la vida. No es solamente un cultivo. El humano, hombres y mujeres de maíz. Para mí, descubrir este vínculo tan estrecho de una planta con la cultura ha sido muy hermoso. Me contagia ese amor y me provoca cuestionamientos acerca de qué es realmente la agricultura.

En Guatemala, entendí mucho acerca de la importancia del respeto hacia las plantas vinculado a la espiritualidad. Lo mismo con los animales.  Algo tan cotidiano para ustedes, para mí es un aprendizaje muy profundo: por ejemplo la nixtamalización del maíz. El comer cotidianamente las tortillas,  no solamente se trata de una preparación que atiende a satisfacer el gusto, sino que es una técnica que más que sofisticación culinaria se destina a nutrir mejor al pueblo. También la combinación maíz, frijol que se convierte en mucho más potente que cada una por separado. El sistema milpa es un todo que sigue vivo.

[relacionadapzp1] 

Aquí, la nutrición siempre ha estado unido a la parte ritual y espiritual. Qué bonito poder aprender de los campesinos cosas de que primero se baila con la semilla, antes de sembrarla. Con estos actos se carga esta semilla, se le da toda la fuerza porque se le está dando el valor que realmente tiene. El darme cuenta de esta profundidad ha sido muy importante para mi trabajo. 

—Existe una visión muy antropocéntrica  de la agricultura en la cultura occidental, una visión con poco respeto a la vida no humana.  ¿Qué piensas de ello?

—La simbiosis con las plantas me parece muy interesante: ellas nos alimentan. Nosotros también las alimentamos. Mi trabajo artístico me ha permitido cambiar la mirada: en lugar de pensar en el humano como el ser que organiza todo, y una noción de que las plantas sirven al humano, quizá habría que verlo al revés. Nosotros debemos servir a las plantas porque de ellas dependemos para el sustento.

Esta simbiosis opera también de otras maneras. Hay que tomar en cuenta que  las plantas evolucionaron para que nosotros las propaguemos. Porque los frutos carnosos y dulces están creados para que nos provoquen deseo. A continuación, lo que hacemos es dispersar las semillas. Somos el mayor dispensador de semillas, sin quererlo.  Todos los animales logramos movernos, mientras las plantas están estáticas, aunque también pueden lanzar sus semillas bien lejos o mediante la polinización, pero los mayores propagadores somos los animales. Ellas están asegurando su reproducción mediante la interacción con nosotros. Y, a la vez, nos están alimentando.

El problema es que no tenemos conciencia de esa simbiosis activa entre nosotros y las plantas. La gente cree que puede llegar al Amazonas y cortar 300 hectáreas de selva y que no pasa nada, que no nos afecta. Pero no es cierto. Sí pasa. El poder y la ambición, nuevamente, el dinero que la gente cree que puede darle mejor calidad de vida, pero visto solamente de una manera individualista. 

No se piensa en una vida en colectividad. Como si no fuera importante el bien común… Como si fuera posible el bienestar individual sin contar con el medioambiente. Como si en el mundo no hubiera suficiente para todos. Creo que en los últimos años, se está empezando a recordar lo que los pueblos indígenas nunca han dejado de comprender y hacer. Los mestizos, los ladinos (como dicen acá), están empezando a poner atención a esta importancia de coexistir con los ecosistemas. Creo yo y espero que así sea. Tengo un poco de esperanza en eso. 

—Antes mencionaste que te maravilla la biodiversidad. Uno de los grandes problemas de nuestro mundo contemporáneo es la pérdida de esta riqueza. ¿Cómo lo miras desde tu perspectiva?

Con la pérdida de biodiversidad también perdemos muchos sabores, texturas, colores. Los niños que hoy nacen jamás los conocerán. Y eso es super duro porque te habla de en qué mundo estás. Lo que comes, lo que ves, también se está perdiendo. Las infancias ya no saben que existen distintos colores, o sabores de un mismo alimento. Esto tiene una causa política. El desuso y pérdida de las variedades, el reemplazo de las variedades criollas y nativas por aquellas manipuladas por la industria o híbridas, es decisión de una estructura que incluye ingenieros agrónomos, empresarios, políticos. 

Son decisiones exclusivamente basadas en la productividad. Vamos a cultivar esta; esta será  la que  alimente el mundo. Son pocos decidiendo por todos. El conflicto va por allí, el egoísmo, el poder. Se trata de una mirada que no considera la falta que está teniendo la humanidad en términos nutricionales, pero también de plenitud de vida, de alegría.

—La selección de estas plantas sobre otras, se escuda muchas veces en la necesidad de producir más alimento. ¿Qué piensas de ello?

—Sí, existe  la preocupación acerca de qué pasará en el futuro. Cómo vamos a alimentar a la población que está aumentando y necesitaremos más producción de alimentos. Curiosamente se ha descubierto que los genes de productividad son totalmente diferentes a los genes de sabor y de textura. Es inevitable que a mayor productividad vayamos perdiendo sabores y valor nutricional. 

La manipulación genética se ofrece como solución, pero no es el camino. Porque mayor productividad no significa, necesariamente, mayor nutrición. Peor aún, no significa mejor repartición de los alimentos. O sea, contar con más alimento no significa que va a ser bien repartido para las comunidades. Entonces, hay que cambiar el foco. En lugar de enfatizar en la productividad, revisar la repartición. Cuánto desperdicio hay en los supermercados, por ejemplo. Mientras, ¿cuántas personas viven con hambre o con una baja calidad nutricional? 

—¿Crees que la riqueza de la biodiversidad no se aprecia?

—Existe interés por el valor de la biodiversidad. Por eso están los bancos de germoplasma. Cada país tiene un banco de germoplasma: toda semilla, tubérculo, bulbo, espora que genera la vida de una planta. En estos bancos se supone que se guarda la biodiversidad ya sea nativa, criolla, híbrida o transgénica. Pero, lo realmente preocupante es que los cuidadores de semillas no pueden acceder a ese espacio, de ningún país. Es sólo para científicos y sus experimentos, así como para preservarlos para un futuro. 

Se ha descubierto que hay bancos de germoplasma que tienen hasta más variedades de plantas de otro país que el propio país de origen. En estos casos hay una apropiación y mucho dinero que se mueve allí: en la conservación de patrimonio genético. Estas variedades se compran entre los distintos bancos, por eso algunos países con más dinero pueden tener más. Las industrias agrícolas gigantes compran al banco de germoplasma riqueza genética. Se trata de un mercado de la vida que no es accesible para las organizaciones populares ni para personas individuales. 

[relacionadapzp2]

Por eso,  las comunidades que desean preservar sus semillas, temen que sean captadas por los bancos de germoplasma que quieren apropiarse de esta diversidad genética.  Se trata de un mercado internacional. 

A nivel del Estado, por ejemplo en Chile,  las leyes imponen a las comunidades restricciones que impiden el intercambio de la biodiversidad. Hace un par de años, el Estado quería organizar los intercambios de semillas. Regular cómo iba a darse, cuánto iba a ser, con quién. Y organizaciones como Anamuri, en Chile que es la Asociación Nacional de Mujeres rurales y campesinas se opusieron fuertemente igual que otras organizaciones de Chile y la ley no pudo ser aprobada. Pero era una ridiculez, El intercambio de semillas es un derecho que se ejerce sin pedir permiso. 

—¿Cuál es nuestra relación con los alimentos, en este mundo contemporáneo?

—Quienes no somos campesinos y nos alimentamos, claramente tenemos una falta de conciencia. Pensamos que la comida, aparece por acto de magia en la mesa o en el mercado, pero nos olvidamos de las dificultades y desafíos de la producción. Nos pasa como con la basura. Nos olvidamos de todo lo que hay detrás de nuestra negligencia: la contaminación, por ejemplo. También somos ignorantes de la historia de los alimentos: el conflicto bananero que se movió fuerte en este territorio. Todas estas cosas no se difunden, no nos educan y no es casualidad. Políticamente le conviene al Estado y a las empresas que no se sepa.

—Y todo esto que hemos hablado, ¿Cómo se conecta con el arte?

—El arte para mí ha sido una bonita herramienta para poder difundir estas ideas, esta labor. Porque lo que busco hacer a través de mi trabajo, es acercar a la comunidad al cuidado de la biodiversidad, la conservación. Todo empieza por captar la atención de sus sentidos. Esto es lo mismo que hacen las plantas, atrapar mediante los sentidos: color, sabor. 

Las artes visuales nos ayudan a darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo o de cómo podría llegar a verse la diversidad. Existe un placer estético en la naturaleza. Yo no busco retratarla tal cual es, no me interesa, por ejemplo, hacer un dibujo de una planta tal cual es porque ella ya es maravillosa, ningún arte podría equipararse a su belleza. Trato de compartir con otras personas las plantas mismas. Por eso, me gusta mucho trabajar con la fotografía y el video que me permiten llevar a las personas a lugares a donde quizá no podrían llegar. Mostrar esa realidad. 

—Podría el arte ayudar a quienes viven rodeados de cemento a desarrollar una conciencia distinta de la naturaleza?

—Siento que el arte no puede hacer todo el trabajo. Pero sí puede constituirse como el primer impulso. Decir: mira esta realidad existe. De allí cada quien puede decidir cómo lo siente.. A mí me gusta mucho estar presente en mis trabajos: poder hablar con la gente, resolver dudas, quedar en contacto. Por ejemplo, decirle a alguien que va a un exhibición: si quieres unirte a un huerto comunitario escríbeme, yo te puedo ayudar a llegar a alguno. La idea es que el arte no sea solamente algo que ves en un museo o una galería. Sino que, al salir de allí, vaya a un huerto, plante en su casa una planta, Que sea un arte con consecuencias. Y, mejor si estas consecuencias se propagan también. Yo espero que, al regalar semillas, las personas que las cultivan, a su vez entreguen semillas a otras. Y así, llega un día en que ya no sé dónde están mis semillas. 

—Eso es darle un giro al arte. Llevarlo más allá de los espacios artísticos como el museo o la galería. 

—Sí, mi aspiración es que el arte no se quede solo allí. En la galería, el museo. Realmente creo que mi obra ha dado frutos en ese sentido. Las personas se enganchan y trabajan en proyectos. Estos proyectos no se circunscriben al arte pero, cuando se inspiran en hacer arte, invitan a la comunidad a verse a sí misma. Tengo un documental en donde grabé a organizaciones amigas en Santiago de Chile y en otras partes de la zona central y, posteriormente pudieron verlo en una sala de cine. Fue muy bonito para la comunidad el poder verse. Una mirada que puede ayudarlos a decir: mira lo que estamos construyendo, lo que estamos tejiendo. 

—Me imagino que para los agricultores cuyo trabajo no siempre es apreciado, esto debió ser muy especial. 

—Yo soy nieta de campesinos argentinos y la verdad es que no crecí en el trabajo agrícola, pero sí lo podía ver cuando los iba a visitar. Es un trabajo muy esforzado, muy duro, que se pasa de generación en generación. La urbanización y las tendencias del mundo contemporáneo han opacado el trabajo en el campo, pero éste sigue sosteniendo el mundo, aunque se les invisibiliza. Es la base silenciosa de la humanidad. 

[frasepzp2]

Es una pena que la agricultura familiar ya no les resulta rentable. El poco aprecio a este trabajo provoca esta pérdida. En Guatemala he podido apreciar esa cotidianeidad de la agricultura familiar que en Chile ya no está presente, o por lo menos, ya no está presente a nivel masivo. Hay pocas comunidades donde persiste esta forma de organización en la producción de la comida. Aquí, sales de la ciudad y está lleno de milpa por todas partes. Cada familia tiene sus propias semillas, su propio banco de semillas. Para mí observar eso ha sido una apertura enorme y, con humildad, estoy aprendiendo. 

—Como mujer joven, ¿tienes preocupación por la sostenibilidad del planeta?

—Vivo el presente, un día a la vez. Trato de no asustarme tanto con el futuro, aunque sé que puede ser muy complicado, ya están pasando cosas horribles en el mundo, como el conflicto en Palestina, la historia que nuestros propios pueblos latinoamericanos cargan, que aunque parece que está en el pasado, está viva hasta ahora la herida. Sigue este dolor presente, también en Chile por la dictadura. Lo que yo quiero es trabajar para generar una esperanza. Aunque parezca irracional, inabordable, yo trato de tener este discurso porque  es poco lo que se puede construir desde el pesimismo. Como la utopía. Para qué te sirve la utopía, sino para poder seguir caminando, como dice Galeano.

En un lugar como Guatemala te percatas que la cultura está tan viva, que se están construyendo cosas a futuro, muy bonitas. Comprendes que la micropolítica hace lo suyo. Quizá a nivel mundial es difícil hacer una proyección, pero en cada territorio están pasando cosas que no tienen tanta visibilidad, pero son importantes. 

Estoy muy agradecida de la oportunidad que me ha dado esta tierra, porque sé que es difícil, sobre todo por todos los conflictos que hay con la gentrificación, con el turismo excesivo y sin respeto, porque una cosa es venir a conocer otro país y otra ni siquiera tener un interés mínimo en aprender el idioma. Bajo estas circunstancias, se agradece la apertura que la gente ha tenido conmigo y que entiendan que mi trabajo aspira a ser red. Entiendo esa cautela que hay en Guatemala, la cautela de los pueblos de no querer compartir ciertas cosas. Esto está fuertemente afincado en una rebeldía necesaria. Una, como extranjera, aprende hasta donde está ese límite. Se aprende hasta donde se tiene que aprender.

Autor
Autor