Irene Vallejo: «Los libros nos defienden de la fugacidad y del olvido»
Irene Vallejo: «Los libros nos defienden de la fugacidad y del olvido»
En esta entrevista, la autora nos introduce a una de las obras literarias más fascinantes de los últimos tiempos y que trata de la historia del libro, Vallejo explica: «Nos relatan la épica de las conquistas, las guerras, pero hay una épica del conocimiento, de cómo se transmite, de cómo se expande, cómo se controla, cómo se democratiza. Se trata de una explicación muy profunda, de cómo hemos llegado a ser quienes somos.»
El Infinito en un junco está redactado como una aventura que atraviesa varios siglos de historia. El personaje central es el libro. ¿Cómo surgió tu idea y cómo fue el proceso de trabajo?
Ciertamente, El infinito en un junco es un libro de aventuras, porque están los héroes que salvan libros, los villanos que intentan quemarlos, censurarlos, destruirlos, acallarlos y todas las personas que han amado los libros, que los han escondido, que los han coleccionado, que los han buscado, que los han copiado, que han querido pasar al otro mundo con sus libros favoritos, (hay momias enterradas en Egipto con fragmentos de textos).
Ya desde que existen las primeras bibliotecas, se vivía una sensación de fragilidad frente a lo que los antiguos llamaban los dientes del tiempo, las uñas del fuego, todo lo que destruye los libros, los insectos que se los comen, la humedad, el fuego en el que arden sea accidental o provocado, también la desidia Es toda una humanidad moviéndose con el impulso de salvar o de rescatar, o de hacer sobrevivir sus libros amados o, todo lo contrario, de destruirlos y eso me parece una gran aventura.
En cuanto a mi trabajo, es el resultado de una serie de azares y acontecimientos inesperados. Había dedicado una década a la investigación de la historia de la lectura y del canon literario. Cómo se jerarquiza lo que se escribe, el concepto de clásicos, a quién se otorga reconocimiento desde la antigüedad, hasta el presente. Me interesaba también qué autores y autoras han quedado fuera. Pero luego, me volqué en el periodismo y la literatura de ficción y no había vuelto a pensar en la esfera de aquel trabajo.
Cuando nació mi hijo, tuvo problemas de salud y tuvo que estar ingresado meses. Era una situación confusa, pero se entre veía que iba a tener que volcarme a cuidarlo durante mucho tiempo. Pensé que la carrera literaria se había acabado. Decidí escribir un último libro. ¿Qué libro puedo escribir? Me pregunté,. Entonces recordé todo el material que tenía de aquellos años de investigadora y me dije: “qué tal si convierto todo eso que está escrito en una prosa académica en un ensayo muy literario, con otro lenguaje y otro enfoque, dirigido a otro público.
No fue que me sintiera llamada a escribir ese libro. Fue el que sentí que podía escribir. Y como, al mismo tiempo, estaba elaborando un duelo por abandonar mi sueño de dedicarme a la escritura, un homenaje a los libros sería simbólicamente una forma de decir adiós.
En la actualidad existe una enorme fascinación por lo “tecnológico” y la gente pasa más tiempo con su celular que con amigos y seres queridos. Cuando sostenemos un libro quizá no pensamos en él como un sofisticado artefacto tecnológico, pero tu obra nos lleva a esa conclusión. ¿Qué nos puedes comentar al respecto?
La primera sofisticación es la escritura. Se trata, posiblemente, de una de las revoluciones tecnológicas más importantes que ha vivido la humanidad. Creamos una herramienta capaz de dejar huella y hacer perdurar el conocimiento, las ideas, las historias, los poemas, los relatos, la mitología, las leyes. Implica la posibilidad de conservar esos imaginarios, de generación en generación.
Cuando un niño aprende a leer se le abre un nuevo universo. Es como si se tratara de un segundo nacimiento intelectual, que nos permite tener una conversación con todo el conocimiento acumulado a lo largo de los siglos. Una conversación con los muertos, con el pasado, con la memoria. Es una ampliación inmensa de nuestras vidas. Antes de empezar a leer, vivimos en ese estrecho cauce del tiempo en el cual nos tocó vivir y, de repente, lo expandimos hacia el pasado, hacia la memoria y con todo ese conocimiento acumulado podemos proyectarnos hacia el futuro. Leer es como atravesar un umbral y entrar en otra esfera vital.
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Por eso no me extraña que, en la antigüedad, existieran rituales en los que se celebrase el aprendizaje de la lectura. Que se concibiese como un ritual de transformación, un ritual de paso, que tenía sus ceremonias, por ejemplo: cubrir una pizarra con miel y lamer las letras, para incorporarlas al cuerpo. Era un momento vivido con intensidad.
Hasta hace muy poco tiempo, leer y escribir era un signo de status, eran las clases más privilegiadas las que aprendían a leer y escribir y tenían acceso a los libros. El salto que hemos dado de crear un público lector amplio, concebir la escuela como un mecanismo de democratización, es muy reciente y es algo extraordinario, aunque es una labor que todavía tiene muchos pendientes. Hemos inaugurado una era donde la alfabetización y el acceso a la información ha crecido como nunca y esto es muy reciente. En términos históricos, ayer mismo.
Muchos creerán que la globalización es un fenómeno contemporáneo. Pero tú nos hablas de la que impulsó Alejandro Magno en el mundo antiguo. Curiosamente, uno de sus empeños fue la biblioteca de Alejandría. ¿Por qué era importante una biblioteca para un conquistador interesado en dominar el mundo?
Siempre hemos oído hablar de Alejandro Magno en clave bélica, pero era un discípulo de Aristóteles y un apasionado de los libros que dormía con un ejemplar de la Ilíada debajo de la almohada. La idea de fundar esa biblioteca en Alejandría tiene el sello de sus ambiciones universalistas. Sería muy coherente que él lo hubiera pensado y, al situarla en Egipto, propiciaba la unión de pueblos de Europa y Asia, algo que estaba buscando de manera violenta, y que, tarde o temprano, tendría que sustentar en unos imaginarios compartidos. La manera de poseer el mundo es a través de las ideas, las religiones, las tradiciones. Gobernar las almas de las personas, implica saber dónde están sus pasiones, sus sueños, sus creencias, sus leyes.
Alejandro murió muy joven y no pudo llegar a afianzar lo que había conquistado. Quizá la biblioteca de Alejandría fue su mayor logro porque allí sí que logró reunir al mundo conocido de aquel entonces (no sabían que existía América y otros lugares), a través de los libros, las historias, el conocimiento. En este propósito fue muy exitoso porque el mestizaje cultural que soñaba, se produjo en la biblioteca. La Biblioteca es el símbolo de un imperio cosmopolita. Un símbolo muy potente durante toda la antigüedad.
Hay que tomar en cuenta que la biblioteca estuvo activa durante un milenio. Durante ese tiempo, mucha gente sacó copia de los libros que allí estaban y los hizo fluir en todo el territorio. La biblioteca fue un impulso constante para la protección de los libros, la conservación, también para su expansión. En la época romana ya fueron surgiendo muchas más bibliotecas, y todas ellas son un poco ahijadas de la de Alejandría. Incluso, me atrevería a decir que todas las bibliotecas del presente, son ahora una sucursal de esa idea.
Tu obra es un homenaje al libro. Pero también a todos los que contribuyeron a su existencia. De estos personajes parece fascinante el papel del copista. ¿Puedes comentar este momento en que no existía la imprenta?
En esta historia de la lectura y del conocimiento hay una suma de personajes anónimos a los que no prestan atención las crónicas y hay que irlo cosechando en las fuentes, aquí y allá. Bibliotecarios, maestros, editores, libreros, encuadernadores, a lo largo de los siglos han sostenido el éxito del libro y han sido poco conocidos. Es otra historia de la literatura que no es la de los grandes nombres de escritores y mecenas. Dentro de esta red, están los copistas que fabricaban los libros en la antigüedad. Copiar un libro es muy costoso económicamente y exige una gran cantidad de tiempo, en una época en que además, los materiales eran muy caros, no se podían permitir fallar, equivocarse, echar a perder, una hoja de papiro, de pergaminos.
En la antigüedad había copistas profesionales que fabricaban copias en las librerías. En su mayoría eran esclavos, muy cultos por supuesto, que manejaban perfectamente la escritura, incluso en varios idiomas, y, cuando se querían hacer de una sola vez varios ejemplares, alguien dictaba y varias personas iban tomando el dictado porque era la forma de multiplicar ejemplares en un tiempo reducido.
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Más adelante, en la Edad Media, desaparece el sector comercial del libro que existió en la antigüedad, se desmantelan todas esas redes que había creado el imperio romano y entonces, las bibliotecas en Occidente, en Europa, se refugian en los monasterios. Eran pequeños enclaves muy cerrados al mundo exterior, pero que crearon una especie de red por medio de la cual se prestaban libros, se hacían copias en la scriptoria medieval, los llevaban de un sitio al otro y van multiplicando muy laboriosamente esos libros.
Allí se crearon algunos de los libros más hermosos que existen. Esos ejemplares mineados, ornamentados con colores, dorados, azules, rojos. Costaba muchos meses copiarlos enteros y que era como un trabajo sucesivo. Primero se hacía toda la maquetación y diseño de la página y luego entraba el copista, otro era especialista en las letras capitales, otro el que hacía los dibujos. Eran unos libros creados como tesoros.
Si tienes el privilegio de acceder a esos manuscritos, verás anotaciones de los copistas, en las que habla de su experiencia de trabajo. La mayoría de ellos se quejan de dolor en los riñones, de tener encorvada la espalda, de cómo les desgasta la vista. En fin, ellos son conscientes de que están haciendo algo que tenía también un matiz de sacrificio para dios y que estaban fabricando joyas.
Hay comentarios conmovedores en los que los copistas piden al lector del libro que lo traten con ternura, porque se ha dejado allí su tiempo, su fuerza, su juventud, la luz de sus ojos y le dice al lector “por favor, trátalo con cuidado, porque a veces las manos de los lectores pasan como borrascas por los libros”. O sea que se ve que hay allí un esfuerzo humano, una pasión, siglo tras siglo.
La quema de los libros. Pareciera ser que es uno de los actos de dominación más repetitivos en la historia humana. En Mesoamérica sucedió una de las más grandes quemas de libros de los pueblos originarios. ¿Qué nos puedes decir de estos actos de brutalidad?
El que quema los libros intenta tener control sobre lo que se recuerda y lo que sobrevive. Cuando se destruyeron los códices mesoamericanos a manos de los españoles, fue porque sabían su valor. Fue una forma de condicionar qué ideas, qué conceptos, qué creencias religiosas pasarían al futuro y ellos eran muy conscientes.
Se confirma que, a lo largo de la historia, quienes han destruido los libros han sido quienes mejor conocen de su importancia y del valor de un libro para vencer el tiempo. Eran personas que los destruyeron porque querían dominar. Pensemos en el emperador chino que quería acabar con cualquier recuerdo del pasado para que nadie lo comparase con otro, hasta las grandes catástrofes mundiales del siglo XX: Stalin, Hitler… Por cierto, Hitler era un gran lector. Él mismo era escritor y lo mismo Stalin era poeta. Mao trabajó en una biblioteca. Es decir, eran personas que tenían sensibilidad hacia los libros, sabían lo importante que eran y, por eso mismo, se dieron cuenta que si querían mantener las riendas del poder, tenían que destruir todo aquello que les obstaculizara su camino. Por eso desencadenaron espirales de destrucción de libros.
Al preparar este viaje, leía el Popol Vuh con mi hijo Pedro y pensábamos en cuánta sabiduría hay en estos relatos. Cuánto podemos aprender de la relación con la naturaleza, cómo esa otra cosmovisión nos abre la mirada. Nos deberían interesar sobre todo las tradiciones que no son las nuestras. Cuando los relatos son tan fundacionales, aunque se quemen los libros, se vuelven a escribir. Las comunidades encuentran formas de salvar esos relatos, de mantenerlos de forma oral para en otro momento volverlos a registrar, en otro alfabeto o como sea. Existe mucha sabiduría en las culturas.
Nos cuentas que la historia de la literatura empieza con un texto firmado por una mujer. Esto es una contradicción importante a la cita de Homero que dice: “La palabra debe ser cosa de hombres”. Cuéntanos acerca de cómo fueron silenciadas muchas voces de mujeres en la historia de los libros
Lo de las mujeres a mí me llamaba mucho la atención porque sentía que los textos me hablaban siempre de hombres. Las historias de los clásicos son escritas por hombres, y no se hallaba el aporte de las mujeres. O bien la mayoría no aprendía a leer y a escribir o escribían y sus libros no eran considerados valiosos. Yo siempre me hacía esa pregunta.
Cuando trabajaba sobre el canon, empecé a revisar en todas las fuentes qué se decía sobre la presencia de las mujeres y siempre eran cuestiones muy tangenciales, secundarias, alguna anécdota. En los textos de erudición, las enciclopedias antiguas, buscaba en dónde se mencionara a una mujer que escribiera y de qué trataba su obra, cuál era su nombre, para intentar al menos, hacer una nómina de pérdidas, de ruinas.
Al ir tirando de los hilos, llegué a este personaje llamado Enheduana, una sacerdotisa acadia, que resulta ser la primera persona que escribe un texto en primera persona y que lo firma con su propio nombre. Es quien marca el tránsito de la literatura anónima a la literatura con nombre propio. Es una revolución enorme, ya que la autora deja de ser solo portavoz de una comunidad y sus leyendas, y se convierte en alguien que escribe por sí misma, manifiesta su personalidad, sus experiencias. Pensé que era inconcebible que esta mujer estuviera fuera de los relatos de la historia de la literatura, solo porque es una mujer.
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Hablamos de Homero, como si fuera el principio de la autoría, cuando es un personaje del que apenas sabemos nada, ni siquiera si es una sola persona, qué papel ocupó, dónde nació, cuál fue su vida. Y, en cambio, de Enheduana tenemos muchísimos datos porque ella misma los relató, acerca de su biografía, sobre su exilio, sobre su posición de poder, sobre sus luchas, sobre cómo escribía, sobre la relación que tenía con la diosa Inanna que la inspiraba.
No se trata solamente de que las mujeres lo tuvieran más difícil para tener una educación y acceder al mundo de la cultura y la escritura. Es que las que vencieron todos los obstáculos han sido arrinconadas. A lo largo de la historia de la literatura, se ha contado la historia de determinadas personas y de otras no, de ciertos territorios, clases sociales, o ciertas experiencias, pero muchas otras se han omitido, se han perdido y no han tenido su espacio. Nos hace falta abrir el espacio de visión de lo humano. Hay muchas historias que forman parte pero no están teniendo el lugar que merecen. Hay que trabajar para eso. Para que todos los territorios y todas las experiencias formen parte del mapa de la literatura y no se queden fuera.
Hoy, el scrolling de las redes sociales hace que todo parezca fragmentado y transitorio. Uno de los aspectos que tú subrayas es cómo los libros nos comunican con el pasado. Los libros guardan esa memoria que nos defiende de la fugacidad y del olvido. ¿Cómo pueden los libros ayudarnos a ganar perspectiva?
Vivimos en una época en la que se subrayan las diferencias y se exageran las fronteras. Nos quieren hacer creer que un extranjero es alguien completamente diferente, que no tiene nada que ver contigo, y hay tanto racismo y tanta sensación de que formamos comunidades con unas identidades muy fuertes, amenazadas por otras identidades.
Hay una serie de emociones humanas que todos compartimos. Esa es la esperanza: que si tenemos todo ese prisma de experiencias comunes, podemos acercarnos a las otras personas. Los clásicos nos ponen en comunicación con ese bagaje común: tienes el caso de Antígona, con sus muertos que no puede sepultar. Ahora mismo en España, estamos luchando para que los muertos de la guerra civil tengan una sepultura, pues muchos están enterrados y no se sabe en dónde: en caminos, en fosas comunes. Cuando lees a Antígona caes en la cuenta de que está hablando del presente. Acontece en tantos países donde hay muchas víctimas que no han sido honradas. Entonces dices, está hablando de nosotros.
Edipo, Antígona, Eurídice hablan sobre el duelo y la posibilidad de admitir que una persona amada haya muerto. Ovidio habla de las metamorfosis y cómo el cambio está presente en todo lo que vivimos, y la dificultad de adaptarnos al cambio, sentirlo, vivirlo. Homero ansía volver a casa, pero se va entreteniendo en el camino con las amantes. Penélope la vemos así pasiva, pero fue reina durante veinte años de la isla de Ïtaca, y mantuvo la prosperidad y la paz durante todos esos años a pesar de una situación muy difícil y muy expuesta, sin su marido a su lado. Todos los rostros de esos personajes, nos hablan de nuestro mundo.
Tu libro ha tenido un enorme éxito que desdice esa falacia de que la gente ya no lee. ¿Estamos frente a un renacimiento en el deseo por los libros?
Las ferias de los libros demuestran que hay un fervor, una relación con los libros que va más allá de considerarlos simples objetos que utilizas para tu entretenimiento. Es una relación mucho más profunda, hay allí una experiencia, una posibilidad de comunicación.
El fenómeno de los clubes de lectura es muy hermoso porque está sucediendo en todos los países, es un fenómeno internacional, y son personas que dejan a un lado las pantallas, los celulares, para leer a solas, y luego para reunirse con otras personas, platicar sobre los libros. Eso me parece una doble rebeldía, no solo leo a solas, sino que creamos una comunidad que vuelve al carácter colectivo que tenía la oralidad. Los libros no eran para una sola persona, sino que eran para compartir, hablar sentir, expresar emociones.
Cuando yo trabajaba con mis editores en «El infinito en un junco» no teníamos ni la más remota sospecha de que el libro fuera a pasar más allá de las fronteras de España, ni que fuera a alcanzar muchos lectores. Teníamos unas expectativas muy limitadas. No trata un tema candente que despierte pasiones. No imaginamos que fuera a despertar curiosidad. Su éxito sucedió precisamente cuando los gurús de los libros nos decían que estaba terminando la lectura en papel. Se decía que, para el 2020, se extinguiría la lectura tal y como la habíamos conocido. Defender la historia y el trayecto del libro iba a contracorriente, una idea un tanto excéntrica.
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