Marvin García Citalán: «Los proyectos culturales tienen un único y claro fin: generar nuevas formas de convivencia.»
Marvin García Citalán: «Los proyectos culturales tienen un único y claro fin: generar nuevas formas de convivencia.»
Según el pensamiento maya, el número 20 representa la totalidad del ser y, en armonía con esa idea de plenitud, este año se celebra la XX edición del Festival Internacional de Poesía en la ciudad de Quetzaltenango durante los días del 26 al 29 de noviembre. Marvin García Citalán, ganador del premio Iberoamericano a la gestión escénica, nos ofrece una provocadora entrevista acerca de lo que ha implicado para él como gestor cultural, editor y poeta ser el responsable de la organización de uno de los festivales de poesía más importantes y antiguos de la región.
Eres poeta, gestor cultural y editor. Existe un vórtice que une estas cosas: la poesía. ¿Por qué ha sido este el vector de tu enorme energía?
Nos escogimos ambos. Me identifico como una persona maya-quiché, mestiza, urbana. Llegar a esa definición me tomó 20 años de trabajo y reflexión. Empiezo por esto porque vengo de una familia que a finales de los años 60 se convirtió a la religión cristiana evangélica. La decisión fue un mecanismo de protección de mis abuelos frente al racismo que en Xela siempre ha sido muy fuerte. Mi familia elige la religión evangélica como ruptura de una tradición para proteger a mis padres. Todos los marcadores culturales más importantes para definirse como quichés, fueron violentamente anulados de mi familia: el idioma, el traje. A partir de aquel momento se determinó cómo mi familia cercana y extendida asumimos la vida.
Además, soy hijo de padre y madre obreros. Gente muy humilde que tuvo trabajos mal pagados y diversos. Mi madre, por ejemplo, a partir del racismo y del machismo, solamente estudió hasta 6to de primaria. Mi futuro estaba planteado para que yo, al graduarme de Bachillerato a los 17 años, tuviera la obligación de ponerme a trabajar para ayudar a la familia, principalmente a mi mamá.
Mis padres tomaron una decisión un poco extraña porque me inscribieron en un colegio privado caro para ellos. Fueron los años en que más sufrí con los actos de racismo, clasismo y bullying, una experiencia muy fuerte para mí. En medio de ese momento tan difícil, conocí a Julio Serrano que empezaba a hacer poesía. Él tiene papás muy ilustrados, en su casa había libros y recuerdo que, cuando salíamos del colegio, nos íbamos allí a leer. Leíamos mucho a Darío, empezamos a descubrir a Asturias. Yo tenía alrededor de 15 años y le debo mucho a la familia de Julio que me dio acceso al mundo de la literatura y el arte. Esta experiencia me permitió pensar que para mí existían otras posibilidades. Porque, aunque ahora lo abrazo con mucho orgullo y amor, los planes de mi familia eran que yo terminara con algún oficio de los usuales. No existía la idea de que pudiera dedicarme a lo que ahora hago y que ha sido mi vida. La poesía ha sido para mí todo, lo bueno y lo malo. Y no lo digo desde una visión romántica. Yo se lo debo todo a la poesía.
¿Cuál es el origen del Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango? ¿De dónde salió la idea de convertirte en gestor cultural?
Julio se fue a estudiar el bachillerato a El Salvador y yo me quedé en Xela. Durante esos años, fui al primer taller de poesía con Enrique Noriega, un taller maravilloso. En aquel entonces había en Xela una librería llamada Frida Kahlo y fue allí que, al cierre de ese taller, realicé mi primera lectura de poesía. Cuando Julio regresó de El Salvador, me introdujo a un poeta muy famoso que había conocido: Otoniel Guevara. Era mayor que nosotros, y vino a pasar una temporada en la casa de Julio. A través de él, empezamos a pensar en formar un grupo, organizar lecturas de poesía. Fue él quien nos introdujo a los formatos de los festivales de poesía en otros países. A principios del 2000, empezamos las primeras lecturas de poesía en Xela, en las que yo también participaba.
Esto pasó durante los años de apertura cultural de la posguerra, ¿no?
Habían pasado cuatro años desde la firma de los Acuerdos de Paz y en Xela no habían tantos espacios pero ya empezaban a surgir algunas cuestiones, por ejemplo, un Centro Cultural que se llamaba Las Calas y otro más underground que se llamaba La Mocha que lo abrió Juan Miguel Arrivillaga, pareja de Lucía Escobar. Una vez, un ilustrador que se llama Alejandro Azurdia, trabajaba en Siglo XXI, hizo una performance y fue para mí una experiencia muy impactante. Me dije a mí mismo: yo quiero hacer esto. Y no me refería a la performance, sino a provocar esos espacios en que la gente sintiera lo que yo había sentido. Me nació la curiosidad de abrir los espacios culturales. Con Julio y Otoniel decidimos crear un grupo que se llamó Ritual. A nosotros se sumó Martín Díaz, Gabriel Rodríguez y más adelante, Carmen Lucía Alvarado.
Nos juntábamos todos los sábados un parque de Xela que se llama Parque de Las Enfermeras que está por el centro. La idea del grupo era tallerearnos, compartir nuestros poemas, pero luego ya surgió la inquietud de compartir con otras personas estas obras y, para una de las celebraciones de la firma de los Acuerdos de Paz, hicimos una lectura en el Centro Cultural Las Calas y fue la primera vez que leímos nuestros poemas, todos juntos: Carmen, Martín, Julio, Gabriel y yo. Esa fue la semilla del Festival que actualmente existe. No puedo contar todos estos años del Festival, sin partir de allí
El espacio público y la cultura, el Festival tiene mucho que ver con esto: tomar el espacio común, cotidiano para hacer poesía. ¿Qué impacto tiene ese acto político, como tú lo llamas, de leer poesía en las calles de una ciudad?
Xela es una ciudad muy compleja, aquí hay una lucha muy fuerte de clases y etnias. El arte, la poesía han estado relegados a ciertos sectores. Cuando empezamos a hacer estas lecturas, nuestro principal objetivo era llevar la poesía a todos lados. El mismo objetivo tiene el Festival: que la gente tenga la libertad plena de encontrarse con un poeta, con un poema, en sus propios espacios cotidianos.Para que eso pueda suceder hay que salir de los que, tradicionalmente, acogen a las expresiones artísticas y que terminan siendo excluyentes.
El Teatro Municipal es un espacio bello en términos arquitectónicos en Xela, pero si hacemos otra lectura, desde la sociología o la antropología, nos vamos a topar con que es un espacio de validación y de categorización del ejercicio cultural. Sacar la poesía de esos espacios ha sido un gesto categórico que nos ha generado, por un lado (y es lo más valioso), mucha gente que se acerca al festival y muchos jóvenes que buscan en la poesía el camino para plantear sus vidas, pero también ha generado anticuerpos porque se estamos rompiendo ciertas estructuras muy enraizadas en la sociedad quetzalteca. Lo sienten provocador.
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Por muchos años, estos gestos provocadores no eran premeditados. Lo que pasaba es que teníamos que plantear soluciones cuando no nos daban el teatro. Por ejemplo: la inauguración del Festival la hacíamos afuera. Ahora, vamos a lugares muy diversos tales como cárceles, estaciones de policía, hogares seguros, colonias y barrios, urbanos y rurales. También la gente lo pide en espacios fuera de Xela, en el occidente del país, por ejemplo, o la ciudad capital.
Plantear este movimiento cultural desde el occidente es un gesto político. Queremos afirmar que este es otro centro y, desde este centro, hacemos poesía. Pero nuestra propuesta no es tomar el papel de rectores, con una sola fórmula o formato. Solo queremos ser una especie de puente para llevar a los poetas. Reconocemos que cada lugar tiene su propia forma de sentir la vida y queremos que el Festival respete eso. En los lugares a donde vamos, la gente abraza el festival desde su propia forma de organización, desde su propia forma de gestión y desde sus propias formas de entender la poesía.
¿Cómo relacionas tu actividad como gestor cultural y como poeta?.
Hay una mala interpretación en el ejercicio de la gestión cultural. Se cree que al ser artista una persona se puede convertir de manera automática en gestor cultural y viceversa. Pero son dos cuestiones completamente diferentes. Yo soy poeta por vocación, pero separo mi actividad como tal de la gestión cultural. El Festival surge desde mi trabajo como gestor cultural. Los proyectos culturales tienen un único y claro fin: generar nuevas formas de convivencia. Que podamos hablarnos, que podamos reconocernos, ver la diversidad de pensamiento y respetarlas. El vehículo que nosotros hemos elegido para generar nuevas formas de convivencia es la poesía.
Tengo clara la responsabilidad y visión de que es necesario generar pensamiento, saber cómo funciona la gestión cultural porque, en Guatemala, lo que necesitamos son procesos que generen mejores formas de convivencia. Por ejemplo, vincular al sector público con empresas, con ciudadanía. Esto es maravilloso cuando se logra porque significa que hay una estructura que se pone de acuerdo para lograr un propósito.Creo que en este tipo de articulación estamos logrando muchas cosas. Y lo hacemos a través de la poesía.
¿Puede ser la gestión cultural una herramienta para generar ciudadanía?
Definitivamente. Y, además, no es una casualidad que las universidades no le presten atención a su profesionalización. El modelo social, político y económico no permite que este necesario fortalecimiento se dé en el país, porque cuando profesionalizamos a las personas hay nuevos modelos, la gente empieza a proponer, incluso desde sus propios conocimientos, desde sus imaginarios y desde sus propios territorios. Para mí es fundamental en un contexto como el nuestro, histórico, social que la gestión cultural juegue un papel más importante.
Con frecuencia haces referencia a la historia de Guatemala como un referente necesario. Una historia de raíces coloniales, violencia y despojo. ¿Por qué te parece tan importante?
El arte y la poesía me sirvieron para comprender cómo la historia me atraviesa. No podemos entenderla, si la vemos como un fenómeno externo. Debemos comprender lo que nos atraviesa y asumirnos como sujetos históricos. Desde la historicidad interpreto y planteo mis formas de trabajo, mis formas de vida y todo lo que yo hago.
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Sin esta capacidad de reflexión yo no hubiera entendido, por ejemplo, que mi familia ha sufrido violencia y desigualdad, anulación de la memoria y de implantación de modelos diferentes de espiritualidad. Esto implica que, a gente como nosotros, nos cortaron las alas, no nos dejaron ser. A raíz de esa conciencia que me nació, de esa claridad, puedo entender lo que me pasó y me pasa porque yo vivo el racismo. Es distinto hablar de racismo a vivirlo y sentirlo. No es lo mismo hablar de desigualdad a estar sometido a la desigualdad.
El mecanismo del Festival debe ser útil para que las demás personas puedan tener, a través de la poesía, la posibilidad de reflexionar. Y, al final es muy fácil: tú pones a un poeta o a una poeta a hablar y automáticamente algo pasa. Yo no lo logro entender y, afortunadamente, no se puede entender porque es un misterio. La poesía es un misterio. Cómo alguien extraño te puede tocar con su poesía, de tal manera que la gente empieza a reaccionar y decir cosas como «a mí me pasó esto, o lo otro». En este contacto tan real empiezan las transformaciones. A partir de estos gestos sencillos, no tratamos de cambiar el país porque va a ser imposible, pero podemos cambiar a la gente y lo hacemos a través de la poesía. Pero no es gratuito. Para poder lograrlo tenemos que tener conciencia clara de quiénes somos y desde dónde planteamos el proyecto.
En Guatemala nos han querido convertir en personas a-históricas, como si debiéramos olvidar el pasado.
Ese es el principio del silencio. La anulación de todo conocimiento y la satanización como un instrumento para que la gente le huya a todo lo que nos puede hacer sentir y pensar. La poesía, eso es lo que hace: nos hace sentir y pensar.
En relación con la historicidad que reclamas, me llama mucho la atención tu aseveración tan clara de ser un hombre mestizo. El mestizaje es muy difícil en Guatemala porque hay muchos sentimientos alrededor de esto: afectos, curiosidad, culpas, cuestionamientos. Quizá sea una realidad que el mestizaje (vinculado a nuestra historia) nos atraviesa a todos. ¿Cómo lo sientes tú?
Como dije al principio de la entrevista, vengo de una familia quiché, urbana. Ya allí existe un problema porque el quiché urbano no está planteado desde el paradigma usual de lo que significa ser maya en Guatemala. Para empezar, la vinculación con la tierra. Yo no tengo y esto cuestiona qué tan maya soy. Nunca sembré nada y quizá faltan los grandes marcadores que definen en términos colectivos. Esos marcadores desde donde se cuestiona quién sos o qué no sos.
La búsqueda de mi propia identidad, ha sido un proceso difícil, sobre todo por lo que mencionaba antes del racismo. Como un posicionamiento político yo me empecé a nombrar como un poeta quiché, pero si vas con algunos poetas quichés y les preguntas acerca de mí, probablemente te van a decir que no lo soy. Para mí la identidad es cómo me asumo e identifico. Por eso afirmo que vengo de una matriz quiché que, pese a todo, está allí y siempre estuvo allí. Ha sido un trabajo comprender esos códigos que se insistió mucho en anular, pero sobrevivieron. Identificarme lo veo, primero como un acto personal y luego para que la gente me entienda.
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También abrazo a mi ladinidad, porque eso soy, somos. El maestro Rony Alvarado, padre de Carmen Lucía Alvarado, tiene un nuevo concepto que contrapone a «pueblo originario»: el de «pueblo originado». Ese «pueblo originado» es el mestizo que no sabe bien hacia dónde ir y que ha sido satanizado. La ladinidad es la perspectiva desde donde se gravita. Tenemos que sentirnos orgullosos y también tenemos la harta obligación de entender esto y abrazarlo también.
¿Cómo se plantea el Festival desde el mestizaje?
El Festival está planteado desde allí, sin duda. Su base filosófica es maya. Esto no significa, de ninguna manera folklore. No se trata del empleo de cuestiones alegóricas que popularmente vinculamos a lo que es maya. Tampoco se trata de caer en esencialismos. Lo importante es lo que sentimos, la manera en la que nos organizamos que es desde la comunidad, desde la palabra como el centro de todo, como un gesto poético en el tiempo y en el no tiempo. Esta es la base profunda de la filosofía maya.
He leído algunos poetas mayas que publica la editorial Metáfora en sus propios idiomas, por cierto, y que reflejan mucho de esa visión del mundo.
Es importante hablar de estas publicaciones porque estos poetas que no escriben en castellano, históricamente, han sido anulados también. Esto es parte del principio filosófico maya que nos inspira porque el Festival rompe con estructuras tradicionales de muchas maneras. También los lugares desde donde se habla. Muchos poetas van a sitios sagrados, por ejemplo las montañas, van a la comunidad y no se ponen frente a un escenario, a la manera occidental, sino que hacen un círculo, en algunos lugares se enciende un fuego. Toda esa diversidad de maneras de abrir espacios y abrirse a nuevos espacios, es lo que le da sentido al Festival.
Parte del trabajo de la Editorial Metáfora, a partir de este año, es que estamos trabajando en una colección de poetas, incluso de otros países, que van a ser traducidos a diferentes idiomas de origen maya. Ya tenemos los primeros dos libros en kaqchiquel, estamos trabajando uno en quiché,
Los procesos de traducción no son fáciles, pero ya tenemos una primera experiencia con el libro de Balam Rodrigo de México. Le publicamos un libro que se llama Ceibario y la traducción la hizo Miguel Angel Oxlaj al kakchiquel. El libro salió muy lindo.
Una de las ediciones del festival fue dedicada a los desaparecidos y a la memoria histórica. Cuéntame acerca de esto.
He aprendido que el Festival es un mecanismo importante para hablar de temas que de otra forma no se podrían abordar. Alrededor del año 2015 empezamos a hablar de la memoria histórica y de los desaparecidos. Es un tema pendiente de dialogar en la sociedad en Guatemala y creímos que, a través de la poesía se podría hacer algo al respecto. Nos fuimos acercando a colectivos, organizaciones que tenían muchos años trabajando en esto y coincidimos en algo: la importancia de hacer una reivindicación simbólica y gestos de solidaridad con familias que han vivido esta experiencia. Vimos que la poesía podía conectar con esto y fue así como, a partir de ese año, hasta la fecha, el Festival es un espacio de reivindicación de la memoria.
Lo hacemos desde la perspectiva humana, acercarnos a las personas y que, a través de un gesto como leerles poesía, sientan que no somos ajenos a su sufrimiento. Decirles: nos solidarizamos con ustedes, sentimos el dolor. Y con mucho respeto lo hemos hecho. Especialmente porque Xela es un lugar en donde muchas familias atravesaron por desapariciones debido a la guerra, pero a causa de muchos factores la gente decidió el silencio y el olvido. Casi no se habla de este tema, pero a través del Festival podemos cambiar eso.
Hace casi diez años, nos atrevimos a poner los rostros de los desaparecidos en el parque de Xela. Cuando la gente los miraba, algunos sentían curiosidad de acercarse, algunos decidieron buscar cómo saber más. Otras personas se acercaban porque tenían algún familiar desaparecido para saber cómo buscar información. También hubo gente que lo rechazó y nos pedían que los quitáramos, se nos veía mal. En medio de todo, lo que provocó fue muy importante.
Ahora, hemos empezado a trabajar con familias migrantes que tienen desaparecidos en el trayecto a los Estados Unidos. Este es otro tema importante porque, ¿cuántas familias en Xela y todo el occidente del país tienen familiares desaparecidos, por ejemplo en México? Un poeta como Balam Rodrigo escribe un libro extraordinario que se llama El libro centroamericano de los muertos y, dentro del Festival les lee estos poemas a personas que han vivido la tragedia de un familiar migrante desaparecido. Allí hay conexión inmediata. La gente se identifica, llora, se siente acompañada, pero lo importante es que el gesto les de la fuerza para seguir en esos procesos tan complejos de búsqueda de la justicia.
Hablemos de la nueva edición del Festival que se realizará la última semana de noviembre.
Cumplimos 20 años de celebrar el Festival anualmente, excepto el año pasado porque atravesé una crisis de salud muy fuerte. Además, contrario a lo que pensábamos, no hubo un apoyo decidido del gobierno de Bernardo Arévalo. Todo lo contrario, fue difícil porque no se aportaron los fondos.
Dentro de la filosofía maya, el 20 significa totalidad Hun Winaq, la totalidad del ser. Queremos celebrar esta totalidad. En estos años de trabajo hemos logrado convertirnos en uno de los festivales de poesía más importantes de América Latina, y no lo digo yo, sino que es la manera en que lo considera mucha gente. También somos el Festival más antiguo de poesía en Centroamérica, igual que en Guatemala: el más antiguo y el más grande. Afortunadamente ahora hay otros festivales, lo cual me alegra mucho pero nosotros tenemos 20 años de estar insistiendo.
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Para celebrar la totalidad del ser representada en el número 20, decidimos hacer dos dedicatorias: la primera a don Daniel Matul Morales que es uno de nuestros más altos pensadores del planteamiento científico, poético y filosófico maya, de hecho, ha sido uno de nuestros grandes maestros. Le damos este homenaje ya que es un gran pensador que estuvo en el exilio y, luego de la Firma de la Paz, regresó a Guatemala y fundó la Liga Maya que es una organización importante del pensamiento maya, con sede en Xela. Realiza anualmente congresos acerca del Popol Vuh, tienen varias publicaciones, es un trabajo muy brillante el suyo. Y, dentro del tema de la memoria histórica, Daniel y su familia también sufrieron desapariciones de familiares suyos durante la guerra.
La otra dedicatoria es a la abogada Rosemary Yax Canastuj, defensora de los derechos humanos. Ella también es de Xela y trabaja en la Fundación para la Justicia, con sede en México, que da acompañamiento legal a familias de migrantes que están desaparecidos. Creemos que es importante reconocer el trabajo de Rosemary porque es una extraordinaria y valiente mujer que pelea todos los días con las fiscalías en México para buscar el paradero de tantas personas. Detrás de ella están todos los comités de madres, comités de familias, papás, hijos. Es impresionante cómo estas familias de migrantes guatemaltecos desaparecidos se han organizado para buscar justicia y para ser escuchados. ¿Qué puede ser más poético que pelear porque la gente pueda por fin tener certeza de dónde está su familia? En gestos como este está el verdadero ejercicio poético.
A través del homenaje a Rosemary pretendemos que las familias tengan espacio en el Festival para que cuenten sus experiencias, para que se acerquen a las autoridades y puedan ejercer más presión para agilizar los procesos legales.
¿Quiénes vienen al Festival este año?
El Festival tiene su propia energía, que está más allá de mis intenciones. Todos los años crece. Y a mí me pone la tarea de seguir con esta dinámica. Inicialmente había pensado en 20 poetas, pero hasta el día de hoy tenemos 35 confirmados. Viene gente de España, de Sur América (Colombia, Ecuador), de Centroamérica, varios poetas de México, de Québec, Canadá. Hay un poeta que vive en Canadá, pero de raíces guatemaltecas. Se llama Héctor Ruiz y está invitado. También vendrán poetas de distintas regiones de Guatemala. Los poetas viajan a diversos lugares del país, porque la idea es que el Festival tenga actividades simultáneas. Durante tres días, la gente tendrá un buen dolor de cabeza para elegir a dónde ir y a qué poetas escuchar.
Empieza el miércoles 26 y termina el sábado 29, con aproximadamente 50 actividades en todas sus distintas sedes: Xela, San Juan Ostuncalco, Concepción Chiquirichapa, San Juan Comalapa, Nahualá. Me acompaña un equipo de gente maravillosa. Nunca hemos tenido una retribución económica por realizar el Festival, todos somos voluntarios, pero gente muy comprometida. Y creo que lo hacemos con gusto porque el Festival le cambia la vida a quienes participan. Los poetas se van de Guatemala alucinando, los chavitos que son voluntarios también, la gente de las comunidades que reciben a los poetas también.
Editorial Metáfora tiene una colección dedicada a publicar autoras, ¿no es así?
Tanto la editorial como el Festival están planteados para incluir a la misma cantidad de hombres y de mujeres. Tenemos varias antologías de mujeres y, además, hemos publicado libros de varias poetas. Se trata de un catálogo muy grande de mujeres y también espacios de participación en el Festival para las mujeres de muchos territorios.
Además, trabajo en otras iniciativas. Por ejemplo, en Concepción Chiquirichapa, con motivo de esta edición del Festival, se inició en agosto un taller de poesía. Me hablaron de esta comunidad porque querían participar en el Festival y yo les propuse lo del taller. Para mi sorpresa, se inscribieron nueve niñas de 11 a 15 años. No han faltado a ninguna sesión. Este año se van a presentar al Festival como un grupo y escogieron el nombre Palabra de Niña. Estarán en la ceremonia de cierre y les vamos a publicar un libro. Resulta muy importante tener tan temprano este reconocimiento y es uno de los resultados del Festival. En un país donde existe tanta violencia en contra de las niñas, contar experiencias de validación, puede implicar un cambio radical en sus vidas. Les estamos diciendo: hay otras formas de plantearse el futuro, escriban, no se queden calladas.
¿Qué te ha enseñado el constituirse como organizador de un festival de poesía en Guatemala?
El Festival ha sido un camino para aprender y también para desaprender. Lo primero que aprendí fue a reconocerme: que soy indio, que soy pobre y que soy macho. Desde ese reconocimiento, puedo plantear nuevas formas de vida, de convivencia, y nuevas formas de hacer cultura. Porque si no reconozco lo que soy, difícilmente voy a cambiar mi conducta. Sé de dónde vengo y sé lo que tengo. Al reconocer que soy pobre, sé que no puedo aparentar lo que no tengo; al reconocer que soy indio, entiendo a qué parte de esta fragmentación social pertenezco. Ser macho implica reconocer modelos heteropatriarcales violentos que están bien enraizados en la cultura.
¿Cómo podemos generar mejores espacios de convivencia, sin admitir que, desde esos condicionamientos se producen acciones que quizá ni siquiera notamos? Hay que desaprender. La poesía, el Festival me han enseñado a verme. Parafraseando un verso de Humberto Akabal que me gusta mucho:« De vez en vez, camino al revés, es mi modo de recordar.» La poesía me brindó la oportunidad de reconocer de dónde vengo, el conocimiento ancestral que habita en este territorio, su poética. Mi vida está planteada a partir de allí.
Recibiste un reconocimiento a nivel Iberoamericano por tu trayectoria en la gestión cultural.
Me lo dieron a propuesta del gobierno de Guatemala. El viceministro me explicó que cada país del fondo llamado Iberescena debía proponer un candidato. Finalmente quedé como uno de los seleccionados para el reconocimiento. Lo celebro porque es una forma de reconocer todo el trabajo que hemos hecho en Xela. Sin embargo, por un lado hay reconocimiento y, al mismo tiempo, hay que ver cómo se sobrevive, cómo se pagan las cuentas. Cómo se puede continuar generando fondos para el Festival. Es muy agradable que te den un reconocimiento, pero ojalá llegara con los fondos presupuestados, ya asignados al Festival sin tener que batallar cada año. Por un lado te dan un premio y por el otro te cierran las puertas para que los proyectos sean viables.
La acción política desde la sociedad civil y desde el Estado, ¿cómo se pueden combinar estas dos fuerzas?
Hay un libro de Carlos Mosiváis que me gusta mucho: Las sociedades que se organizan. Él plantea que en espacios de abandono o de caos, es la organización ciudadana, la que de forma orgánica genera modelos de participación.
Ante un sistema de abandono institucional, y digo abandono porque debería haber más presupuesto y apoyo, formas de promoción de este tipo de eventos (el Festival debería ser un evento de la Municipalidad de Xela, o del gobierno central, una cuestión muy grande), pero ante esta ausencia, nos toca a nosotros y para eso debemos organizarnos. Dentro de ese caos, se puede aprovechar bien lo poco que tenemos. Yo no voy a hablar mal del gobierno. Durante estos 20 años hemos lidiado con varios de diferentes partidos, así que conozco perfectamente cómo se mueven.
Hay mecanismos que hay que abordar. No resulta conveniente, como hacen muchos gestores culturales, pelearse con la institucionalidad. Cuando se plantean proyectos culturales cuya finalidad es generar mejores formas de ciudadanía, toca tarde o temprano, dialogar con ese “otro”, que lo constituyen las políticas públicas, los órganos de gobierno.
Con frecuencia hablas de la ternura como una acción importante en la convivencia. ¿Cómo se hace para rescatarla en medio de la polarización y la violencia, incluso en la comunicación y el lenguaje?
Tuve la suerte de que a mí me criaron mujeres. Me cuidaron mis hermanas y todavía ahora que estuve enfermo, estoy con vida gracias a mi mamá y mis hermanas. He crecido muy cercano a la ternura, a una forma de ser amable, y de no ejercer violencia ni siquiera en el plano de las ideas. Tener la capacidad de escuchar a los otros. No hay gesto más lleno de ternura que verse a uno mismo y revisar lo que está haciendo mal. Plantearse el ser amable como forma de relacionarse con las personas, el entorno, todos los seres vivos, el Universo. Al final, el propósito de la vida se resume en que uno tiene que ser amable. Para mí eso es la ternura.
¿Se puede llevar al plano político la ternura?
Desde luego. Debemos plantear nuevas formas de hacer política, de hacer gestión. Y, curiosamente, es un planteamiento filosófico maya, la ternura como base de la relación con los otros. Desde el pensamiento positivista rara vez se examinan los fenómenos desde el sentimiento. Hacer un Festival no solamente como un proyecto de acción, sino reflexionar cómo lo siente Xela, cómo lo sienten los poetas. Trabajamos para que el Festival pueda regalarnos, en verdad, un abrazo. Y ese debería ser un principio filosófico en la Academia, en los procesos políticos, en los procesos de decisión. Está demostrado que el modelo estrictamente racionalista ha fracasado.





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