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Jonathan Blitzer, periodista estadounidense de The New Yorker.

Jonathan Blitzer: «Estamos viendo al gobierno (de Trump) victimizando a migrantes que no tienen ningún récord criminal»

«(...) provoca mucha frustración porque ves que hay lecciones que, por ejemplo, los políticos no han aprendido que el público desconoce la historia».
«(...) lo que estamos viendo es nada menos que un racismo y xenofobia sin límites».
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Jonathan Blitzer: «Estamos viendo al gobierno (de Trump) victimizando a migrantes que no tienen ningún récord criminal»

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El periodista estadounidense de The New Yorker, experto en cubrir migración en la región, visitó Guatemala para presentar su libro «Todos los que se han ido están aquí» (Everyone who is gone is here) y en la misma semana participó en el Foro Centroamericano de Periodismo (ForoCAP), organizado por el medio salvadoreño El Faro. En ese contexto, Plaza Pública lo entrevistó para profundizar en su libro y en la cobertura actual de la migración en la era de Trump.

Jonathan Blitzer puede contar los paralelismos entre la Centroamérica de los 80’s y la actual, sobre todo, a la luz de las políticas migratorias de Estados Unidos en ambos momentos. En el actual gobierno hay historias que se repiten, otras nunca terminaron.

Tiene 41 años y lleva más de una década cubriendo la crisis migratoria en Estados Unidos y Latinoamérica para la revista The New Yorker. Su libro de 582 páginas es el resultado de una investigación que inició en 2020, en plena pandemia, en la que realizó cientos de horas de entrevistas y revisó miles de documentos para indagar en cómo las políticas migratorias de los gobiernos de Estados Unidos impactaron en Centroamérica. Su libro conecta las historias humanas que iniciaron en los años 80 en medio de guerras civiles e intervención estadounidense, con los problemas migratorios actuales. 

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Esta entrevista fue realizada en Antigua Guatemala, durante el Foro CAP, donde impartió el taller para periodistas «El arte del reportaje profundo». 

—PzP: En la presentación en la librería Sophos me llamó mucho la atención cómo resumiste tu libro, dijiste que es la historia de las conexiones y los efectos de la política de Estados Unidos durante la Guerra Fría en Centroamérica.  A partir de esa frase, ¿cómo se engancha a una persona para que conozca un poco más de esta historia?

—JB: Yo creo que el libro trata de esta relación tan estrecha y tan íntima entre Estados Unidos y los tres países del triángulo norte de Centroamérica. Es una historia que sigue siendo imprescindible. El contexto del libro empieza en el año 80 y se acaba en el 2022. 

Para entender la historia de la región, la de la política migratoria en Estados Unidos, y los efectos de su política exterior, hay que entender el contexto de esta relación entre Estados Unidos y cada uno de estos países, así que la idea es tratar de perfilar esta relación tan dinámica. En ese sentido es como la historia de la migración centroamericana a Estados Unidos desde el año 80 hasta la actualidad. Si tuviera que resumir todo en una frase es esta, es la historia narrativa de la migración centroamericana de esas cuatro décadas.

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—Escribir este libro fue un proceso de años, ¿cuáles dirías que fueron los aprendizajes más importantes? Como experto en migración, pero también como periodista. 

—Sí, déjame pensar.

Hay algunos puntos determinados que aprendí definitivamente como consecuencia de la investigación para este libro. Por ejemplo, yo no sabía mucho del movimiento del santuario, un grupo de activistas que tenían un rol y protagonismo muy importante en los años 80 en Estados Unidos. Criticaban el rol del país en la región, la manera en la que el gobierno estadounidense estaba financiando los regímenes militares en El Salvador, luego en Guatemala, y también cómo estaba ignorando las nuevas leyes de asilo y de refugiados.

Así que este grupo de activistas estaba trabajando en contra de estos abusos de la administración Reagan. No sabía nada de esto antes de comenzar este libro. Yo aprendí más sobre esta historia en particular a través de algunas figuras en el libro como Juan Romagosa, luego conversé con activistas en específico para entender su protagonismo.

Pero es increíble pensar, por ejemplo, que en los años 80 las historias de lo que estaba pasando en El Salvador o en Guatemala salían en las portadas de los periódicos principales de Estados Unidos. O sea que había un nexo muy interesante entre la política doméstica y la política exterior con respecto a los latinoamericanos.

Así que esa relación tan dinámica entre las cuestiones de la política exterior y cómo esto empezaba a afectar la demografía de Estados Unidos en ciudades importantes como Los Ángeles o Washington DC, ha sido fascinante. Eso es un ejemplo de algo específicamente que aprendí.

Yo a lo largo de las entrevistas y del reportaje fui aprendiendo cosas de cada país, cada uno es un mundo entero.

En cierto sentido siempre me sentía como un poco ansioso en cuanto a la ambición del libro, porque claro, narrar 40 años de historia a través de personas de distintos países es en cierto sentido tratar de perfilar cuatro países: Estados Unidos, El Salvador, Guatemala y Honduras. Mi comprensión de lo que estaba pasando en cada uno de estos países cambió profundamente.

Yo estuve entrevistando a gente, en algunos casos por años, así que podía ver cómo sus vidas estaban cambiando, podía entender cómo su entorno estaba cambiando, cómo los países en donde estaban viviendo pasaban por un proceso de cambio. 

—Como periodista y profesional, ¿cómo te transformó hacer una investigación tan profunda?

—Yo creo que es imposible no cambiar como persona cuando llevas tanto tiempo hablando con otra persona. O sea, en este caso, cada uno de los cuatro personajes principales era una persona con quien llevaba años de llegar a conocer. Así que nuestra relación cambiaba, mi percepción del mundo cambió bastante y de alguna forma elegí personas que me inspiraron por diferentes razones, y claro, no estaba pretendiendo describir un libro que fuera como un homenaje a sus personalidades, al contrario, estaba tratando de entender sus mundos a través de las vidas particulares de estas personas. 

Pero yo me sentía muy impresionado por la resiliencia, la fuerza, el compromiso político moral. Y además, entras en una relación con una persona en términos periodísticos en la que estás pidiendo que se abra, así que esto implica cierta generosidad por parte del sujeto, y cada persona estaba siendo muy generosa conmigo en seguir conversando y respondiendo a mis preguntas. 

Luego te das cuenta de cómo los ciclos de la historia se repiten y por un lado puede resultar un poco calmante pensar que hay un contexto más amplio que el momento presente. Por otro lado, provoca mucha frustración porque ves que hay lecciones que, por ejemplo, los políticos no han aprendido que el público desconoce la historia.

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Por ejemplo, te das cuenta que en los años 80 los centroamericanos que estaban llegando a Estados Unidos pedían asilo, huyendo de los abusos de un gobierno. Al llegar se encontraban con un gobierno que no respetaba la ley, que estaba rechazando las aplicaciones de asilo, más que nada por razones geopolíticas. Y luego, 30 años después, en 2014, también hay un montón de personas de Centroamérica llegando a la frontera pidiendo asilo, buscando protección, huyendo de una violencia insoportable, y en esta ocasión la violencia estaba siendo perpetrado por otro grupo, no por el gobierno en sí, sino por las pandillas.

Ves como esta repetición de la desesperación de la gente, de la insuficiencia de los mecanismos legales y de la falta de interés político de Estados Unidos en responder a una crisis humanitaria. Luego te das cuenta también de que en cada elemento de esa historia, en los años 80, los centroamericanos que estaban llegando a la frontera buscando asilo o tratando de escapar de la violencia, pues en cierto sentido estaban tratando de escapar de un conflicto que el gobierno estadounidense estaba empeorando de alguna forma u otra.

La guerra civil salvadoreña fue una dinámica muy compleja, pero el rol de Estados Unidos fue muy decisivo en este conflicto, así que el gobierno de Estados Unidos será y sigue siendo para siempre responsable por el desplazamiento de miles de personas en esa década.

Y luego, por ejemplo, si estás tomando como el punto de partida el momento de 2014, cuando, no sé, 60,000 personas, familias y niños estaban llegando a la frontera de Estados Unidos y México buscando asilo, huyendo de las pandillas, pues también la historia del origen de las pandillas es una historia que implica al gobierno estadounidense porque se formaron en las calles de Los Ángeles y se expandieron en la región como consecuencia de deportaciones masivas durante los años 90. Entonces te das cuenta de que hay tantas conexiones entre los países, así que alguna idea del libro era tratar de detallar estas conexiones, no solamente para señalar la responsabilidad que tiene el gobierno estadounidense, sino también para tratar de abrir un poco la manera en la que en Estados Unidos pensamos sobre la cuestión migratoria, sobre nuestro lugar en el mundo, en la región, lo que debemos a la gente en términos legales, en términos morales y cuanto a nuestras simpatías.

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—En la presentación de tu libro decías que estamos viviendo con un legado del pasado y, por ejemplo, ahora con la administración de Trump es un poco más evidente que, aunque no son los mismos actores, se están utilizando herramientas del pasado para perseguir a migrantes, como la Ley de Enemigos Extranjeros que tiene más de 100 años. ¿De qué forma ves estos paralelismos entre esa historia que investigaste del pasado y las historias que estás reporteando ahora en vivo, en tu día a día?

—Un tema clásico, lamentablemente, en la historia de estadounidense y supongo que en la historia de cualquier otro país del mundo, es la historia de la xenofobia, que ha sido un clásico de los años 70, de los años 80 y de los años 90 hasta ahora, y también se puede empezar hace siglos si quieres. Los residentes de Estados Unidos o  los políticos, por lo menos, de forma muy cínica y muchas veces racista, culpaban a los inmigrantes y trataban de sembrar miedo alrededor de la frontera, sugiriendo que la frontera era como una zona descontrolada, que criminales estaban cruzando la frontera como para asediar a ciudadanos estadounidenses.

Esto siempre se ha tocado como un tema político, y claro, en ciertos momentos históricos esta retórica es más potente porque hay además posibilidades de explotar la retórica, el miedo y la confusión de la gente, así que ahora estamos en un momento que yo creo que tomando en cuenta los últimos 50 años. Sin duda es el momento más extremo que he observado.

Pero es muy llamativo que en la primera administración de Trump, en una época en la que la mayoría de las personas llegando a la frontera venían de Centroamérica. Él convirtió en el enemigo público número uno a la pandilla MS (Mara Salvatrucha) porque estaba tratando de culpar a todos los migrantes y de tildar a todos de ser pandilleros. Y claro, en ese sentido era inevitable quizás que hablara constantemente de esa pandilla, porque en ese momento el perfil del migrante más destacado pidiendo asilo en la frontera era el del centroamericano.

Ahora estamos en otra fase en que la mayoría de la gente que llegó a la frontera de Estados Unidos en los últimos años, en los años de la presidencia de Joe Biden, vino de Venezuela, así que tampoco es extraño que Trump ahora está hablando constantemente del Tren de Aragua, una pandilla venezolana.

O sea que estas jugadas son en ese sentido, clichés, o sea, se repiten cada vez más feroz, cada vez con consecuencias más graves y también hay un efecto acumulado de tantas mentiras, de tanta vilificación de los migrantes. La historia de la relación entre Estados Unidos y Centroamérica en ese sentido es una historia muy presente en todo lo que estamos viendo ahora.

Yo creo que también la otra cosa que ha pasado en Estados Unidos es que realmente hemos confundido el tema de la migración con el tema de la frontera, y eso ha sido una consecuencia de la política estadounidense, la retórica política y esa idea de provocar miedo de lo que está pasando en la zona fronteriza entre Estados Unidos y México.

Así que ahora con el pretexto de, entre comillas, controlar la frontera, de restaurar órdenes en la frontera, el gobierno de Trump está atacando migrantes en ciudades dentro del país; esto no tiene nada que ver con la frontera, pero es la idea de la frontera que sirve de pretexto para cometer estos abusos en el interior del país.

Una manera de entender la historia de este libro, por ejemplo, o más bien de entender la relación entre Estados Unidos y Centroamérica, es la historia de cómo la frontera ha reemplazado la noción de una política migratoria general. La última vez que que modificamos el sistema de la migración en Estados Unidos fue en el año 90, y una razón por la cual no hemos podido modificar el sistema para actualizarlo, para que responda a las realidades actuales, ha sido que la política alrededor de la frontera siempre ha sido tan imponente y tan inevitable que nadie se puede mover, porque los republicanos la aprovechan para provocar miedo. Por su lado los demócratas, que en ciertos sentidos comparten muchas intuiciones acerca de la frontera, no quieren arriesgarse.

Entonces estamos atrapados en una ficción en la que realmente todo el drama se trata de la frontera cuando realmente no, es una cuestión del tipo de país que queremos ser y cómo queremos aceptar la diversidad, cómo queremos respetar la realidad de la importancia de los migrantes en la historia de Estados Unidos.

—Ahora que te escucho recuerdo que durante la administración de Joe Biden hicimos varios artículos analizando cómo el gobierno estadounidense trataba de ayudar a las instituciones de justicia en Guatemala como una forma de tener instituciones fuertes, inversiones, estado de derecho y con eso de cierta forma evitar la migración. En ese entonces el dilema era luchar contra la corrupción o contra la migración, pero ahora vemos a gobiernos en toda la región centroamericana más autoritarios, que violan derechos humanos, donde la corrupción es desmedida y me pregunto si esto de alguna forma sigue siendo de importancia para el gobierno de Trump para evitar la migración y si no, ¿hasta dónde nos va a llevar todo todo esto? 

—Bueno, tengo dos respuestas, la primera es que para mí una forma de entender la trayectoria de las últimas cuatro décadas es que durante la Guerra Fría la ideología en Estados Unidos, el consenso en Washington, era que el gobierno tuvo que intervenir para limitar la contaminación de comunismo, de limitar la difusión de esas ideas de izquierdas. Luego, después del fin de la Guerra Fría, el nuevo consenso de cómo el gobierno en Washington solía ver a la región era tratar de controlar la difusión y el movimiento de las personas.

O sea, que primero era la ideología de limitar la expansión del comunismo y de la ideologías de izquierdas y luego se convirtió en una ideología de limitar el movimiento de las personas y, y esto ha condicionado la actuación de los gobiernos de Estados Unidos, tanto de los republicanos como de los demócratas en la región.

Ha habido ciertos momentos en que esta fijación por limitar la migración, puede tener algunas consecuencias positivas. Por ejemplo, en la administración Biden su decisión de respaldar la legitimidad de la elección del presidente (Bernardo) Arévalo es una cosa positiva y no es algo que podemos dar por sentado porque cuando piensas en la historia de Estados Unidos en Guatemala en particular, o sea, la historia del rol de Estados Unidos ha sido también rechazar la legitimidad. 

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—Como en la era del papá de Arévalo, Juan José Arévalo.

—Ajá, literalmente, exacto.

En ese sentido yo me sentía como  aliviado, digamos, que la intervención de la administración de Biden al menos coincidió con la legitimidad democrática del voto popular aquí. Pero claro, hay otros momentos en que el interés principal, siendo la limitación de la migración, ha hecho que el gobierno haga compromisos que socavan la democracia. Ahora estamos en otro momento.

En la primera administración de Trump existía cierto extremismo dentro de esa demostración, sin duda, pero al mismo tiempo se podía entender un poco cuál era el planteamiento de ese gobierno en cuanto a la región y en cuanto a la migración en particular. O sea, ese gobierno estaba tratando de responder a un problema complicado de cómo limitar la llegada de tantas personas en la frontera, y bueno, se puede discrepar de su forma de entender el problema, de su forma de responder al problema, claro, pero por lo menos se podía entender la lógica, digamos, de cómo estaba actuando esa administración.

Por ejemplo, intentaron cambiar el sistema de asilo para exportar la responsabilidad legal y moral de aceptar refugiados a los países de la región. O sea que en algún momento la mayoría de las personas que pedían asilo en Estados Unidos, venían de El Salvador, Guatemala y Honduras. La primera administración de Trump estaba tratando de hacer que los gobiernos de la región procesaran las aplicaciones de asilo para evitar que Estados Unidos tuviera el rol destacado de responder en la frontera. Yo estaba totalmente opuesto a este modo de pensar, pero se podía entender como una reacción a una dinámica compleja en la frontera.

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Ahora, lo que estamos viendo es nada menos que un racismo y xenofobia sin límites. En la primera administración de Trump había oficiales que lograron frenar un poco sus impulsos más agresivos del y de los otros ideólogos de la administración. Ahora no existe ningún límite sobre estas personas, entonces lo que estamos viendo es algo aún más escalofriante, por así decirlo, en el sentido de que para los ideólogos de esta administración y para el presidente mismo, el ámbito de la migración siempre ha sido como un laboratorio para desarrollar sus impulsos autoritarios, ¿y por qué el ámbito de los migrantes? Pues los migrantes tienen menos protecciones legales contra los abusos del gobierno, el público tiene menos simpatía porque no se puede identificar de manera tan natural con las personas que están siendo victimizadas por el gobierno, porque el partido opositor, el Partido de los Demócratas, tiene cierta reticencia de arriesgarse por el tema de la migración, porque es un tema con complicaciones electorales para sus bases. 

Es decir que hay razones muy determinadas por las cuales la gente de la Casa Blanca puede desarrollar su plan autoritario primero en este espacio de la ley y el sistema migratorio. Por ejemplo, no es por casualidad que la primera vez que en esta administración el gobierno federal ignoró una orden judicial fue en un caso sobre migrantes. O sea, así empieza la expansión de estos abusos autoritarios, así que no se puede entender el drama y la cuestión existencial de la democracia en Estados Unidos sin tratar de entender lo que está pasando en el espacio migratorio.

—Hemos hablado de que ahora son mucho más visibles las acciones contra los migrantes a través videos en las redes sociales, y vemos incluso que ICE (Servicio de Migración y Control de Aduanas de Estados Unidos) cada vez tiene más recursos, más personal, más tecnología y que ahora se está atacando también a funcionarios de gobierno de la oposición. Es difícil anticipar el futuro, pero conociendo la tendencia y habiendo investigado esto desde inicios de los años 80, ¿hacia dónde ves que se dirigen las cosas?, ¿qué te preocupa de ver cómo está avanzando todo? 

—Hubo un momento de este verano en que el Congreso (de Estados Unidos) autorizó la propuesta de la administración de Trump de expandir el financiamiento del Departamento de Homeland Security y en particular de ICE.

Antes uno de los pocos límites que existían para controlar las ambiciones tan extremistas de este gobierno era la falta de recursos y ahora no existe este límite, o sea que el Congreso autorizó dinero como para triplicar el presupuesto de ICE para expandir la capacidad de detener a los migrantes. O sea, vamos a ver una explosión de centros de detención, va a haber más.

Estamos viendo nuevas formas de colaboraciones entre el gobierno federal y las autoridades migratorias y, por ejemplo, el ejército, cosa que en esta región en particular debe llamar la atención porque los ciudadanos de Centroamérica tienen una historia muy marcada con algún gobierno aprovechando los poderes militares para controlar una situación doméstica y estamos entrando en esto.

No sé qué es lo que va a pasar, de verdad.

La otra cosa muy llamativa y, mencionaste esto en la pregunta, es que originalmente cuando Trump estaba justificando su plan para la deportación masiva de las personas, él insistía en que esto era una respuesta a la criminalidad, que era una cuestión de restaurar el orden público y obviamente nosotros sabíamos que esto era una mentira. Pero bueno, evidentemente había una cantidad de gente en Estados Unidos que creía más o menos en este planteamiento como para votar por él.

Ahora, las cifras, las pruebas, las observaciones diarias, los incidentes diarios, demuestran que esto no se trata para nada del orden público. Así que estamos viendo muchas cosas, estamos viendo al gobierno victimizando a migrantes que no tiene ningún récord criminal, ninguna historia criminal, estamos viendo el gobierno perfilando por raza a latinos por ser migrantes e indocumentados, y estamos viendo abusos en cada nivel de elaboración de ICE. Es decir, en los arrestos, en las detenciones. Estamos viendo algún fenómeno muy preocupante en que la gente está desapareciendo mientras está en custodia del gobierno, o sea, a veces alguien está arrestado y puesto en algún centro de detención y la familia pierde contacto con esta persona y no es fácil de localizarla.

Cuando oficiales democráticos en el nivel local, el nivel estatal, el nivel federal, estoy hablando de alcaldes, de miembros de Consejos Municipales, de congresistas federales, cuando están presenciando (las detenciones de migrantes) como para manifestarse en contra lo que está pasando, el gobierno los está arrestando diciendo que están interfiriendo con los agentes migratorios. Se ve cómo esto se está expandiendo y para mí esa es una gran preocupación y es muy difícil imaginar que esto se vaya a frenar a menos de que los demócratas ganen las elecciones legislativas en el próximo año, porque es evidente que las cortes no tienen o no quieren ejercer el poder de restringir a la administración y cuando sí intentan intervenir, el Ejecutivo ignora las órdenes.

Ahora el Congreso está controlado por el partido del presidente, entonces no hay resistencia significativa en ese sentido. Entonces, es muy difícil imaginar cómo la conversación va a cambiar. Pero yo creo que en cierto sentido el público está cada vez más consciente de lo que está pasando porque es imposible no estarlo porque hay tantas barbaridades que están pasando diariamente a plena luz del día.

El único optimismo que tengo en ese sentido es que la gente dirigiendo esta campaña dentro del gobierno es tan extremista que realmente, a pesar del racismo que es innegable de Estados Unidos, estoy convencido de que el extremismo de miembros de este gobierno no coincide con la sensibilidad promedia estadounidense. Entiendo que las encuestas, por ejemplo, en el año pasado decían que la mayoría de los votantes estadounidenses apoyaban la idea de deportaciones masivas, entiendo esas estadísticas, pero no estoy convencido del valor de las mismas porque no sé si la gente realmente entendía en qué iba a consistir este plan de las deportaciones masivas.

—¿Y crees que la elección del nuevo alcalde en Nueva York, Zohran Mandami, puede ser representativa de lo que la gente está pensando, en que quiere algo diferente, o es algo demasiado pequeño en comparación al resto del país?

—Yo creo que la forma en que estoy tratando de pensar en esto es que los demócratas tienen que tener identidades múltiples en los Estados Unidos, o sea, el partido en la ciudad de Nueva York es distinto del partido en New Jersey, que es distinto del partido en Virginia, que es distinto del partido en California.

Es decir que el partido tiene que estar cómodo con las diferentes identidades de candidatos que pueden representar diferentes elementos de la base democrática, pero yo creo que sí, los resultados de esta semana por lo menos son positivos. Lo de Zorhan en la alcaldía de Nueva York obviamente es la historia más dramática e interesante porque es un tipo joven, carismático, musulmán, inmigrante, obviamente es una historia de éxito, pero en cierto sentido es una victoria histórica para la ciudad y para él sin ninguna duda. 

Al mismo tiempo, yo creo que los resultados de las elecciones de gobernadores en Virginia y New Jersey son más importantes porque muestran que los demócratas tienen todavía un control sólido de estos Estados, si ellos demostraban pérdidas significativas en sus votos, esto llamaría la atención y no fue así.

Así que yo creo que sí, yo creo que hay por lo menos, según los resultados que hemos visto, buenas señales de que no hay demasiada apatía, por ejemplo, que que sí, que la gente está prestando atención, que la gente está reaccionando a los abusos del gobierno, eso es es cierto.

–Mencionas que al hablar de migración, en Estados Unidos la gente cree que es solo la frontera, pero también implica desplazamiento, violencia y ahorita hablamos de cómo se está viendo desde adentro de Estados Unidos y aunque vemos todo el drama, la región sigue expulsando a gente. Pienso, por ejemplo, en la época de Juan Romagosa, en tu libro, en los años 80, cuando el mensaje de los gobiernos centroamericanos era cárcel o muerte, ahora ese mensaje es cárcel o exilio. En ese sentido estamos aquí, en el Foro Centroamericano de Periodismo de El Faro, donde hay muchísimos periodistas exiliados, y al mismo tiempo hemos venido cubriendo casos de fiscales, jueces y activistas que tuvieron que salir del país. ¿Cómo ves esta situación? 

—Muy lamentable y sumamente preocupante.

No sé qué decir más allá de que claramente estamos viviendo en un momento en que el autoritarismo tiene un peso significativo, que es un fenómeno generalizado, no estamos hablando de una cuestión particular de algún país, sino de una dinámica regional e internacional, pero esa es una pregunta más para los activistas o para los operadores políticos.

Como periodista yo creo que es importante poner todo esto en contexto. En el año 2022 yo entrevisté a unos diez fiscales y personas que estaban en el exilio y ellos estaban hablando por decenas más, fue muy impactante tener esa conversación. También tuve la oportunidad de estar aquí (en Guatemala) reporteando y la idea de encontrarme con esa gente en Estados Unidos fue muy llamativa. 
Cuando vine aquí para presentar mi libro recibí un mensaje de uno de estos (ex) fiscales diciéndome «qué bien que vas a estar en Sophos» (la librería en la Ciudad de Guatemala) y esta persona está en Estados Unidos, y pensé en que todavía sigue mirando a su país, aunque no pudo regresar.

En cierto sentido esto para ti y para tus lectores es obvio, pero por ejemplo para un extranjero siguiendo la política guatemalteca desde lejos, a lo mejor estaba siendo un poco naive (inocente) en pensar que después de la victoria de (Bernardo) Arévalo por fin este capítulo iba a acabarse, Obviamente entendía que Consuelo Porras seguía en su puesto, que el Ministerio Público todavía mandaba, pero es muy fuerte la idea de que yo estuviera aquí presentando un libro sobre Centroamérica y una de las fuentes para el libro no pudo estar en su propio país para asistir la presentación. 

Me preguntaste por las lecciones, de cómo cambié durante el proceso del libro, fue algo muy impactante para mí. Siempre entendí la idea de que nadie quiere salir de su propio país a menos de que haya urgencia, que muy pocas personas quieren alejarse de su hogar. Siempre lo entendí, por supuesto. Pero lo que sí me llamó la atención y lo entendí muchísimo mejor y de una forma que realmente cambió mi modo de ver estos temas, fue la idea de que incluso los que han alcanzado a vivir en Estados Unidos nunca han dejado de vivir en cierto sentido en sus propios países y esa es la realidad del exilio.

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—Como última pregunta, en tu taller durante el Foro CAP hablabas de eso, de que los migrantes o los exiliados no dejan de vivir en sus países y creo que lo pudimos ver con las y los colegas que siguen reportando sobre lo que pasa en sus países a pesar de la distancia. Quizás debería preguntarle a ellos para confirmar si es así, pero creo que es un alivio incluso para quienes vivimos con la amenaza de que en cualquier momento nos tengamos que exiliar, saber que hay formas de hacer buen periodismo de lejos. En ese sentido, ¿qué aprendiste tú de escuchar a los colegas en estos días?

—Bueno, fue muy impactante iniciar este taller con este grupo de periodistas de varios países a quienes admiro mucho. Al empezar a hablar de las destrezas y las técnicas narrativas me di cuenta de que estaba hablando de ciertos lujos que yo tengo como periodista en Estados Unidos y que quizás todavía existen hasta cierto punto aquí, pero con ciertos riesgos más destacados que en Estados Unidos. Obviamente la situación es relativa a cada país, pero me impactó mucho cuando los colegas nicaragüenses intervinieron para decir, «mira, está bien lo que estás diciendo, gracias, pero bueno, es un poco más complicado para nosotros», uff… Esto demuestra hasta qué grado yo estaba siendo naive (inocente) ¿no?, en pensar que hay ciertas técnicas universales periodísticas que se pueden utilizar para describir el mundo y que es todo cuestión de las condiciones, como por ejemplo cuando un editor nicaragüense dijo que incluso describir el entorno o el paisaje puede exponer a las fuentes y a las víctimas.

No sé cómo decirlo en español, fue humbling (una lección de humildad), tuvo ese efecto sobre mí. Siempre estoy consciente de que trabajo para una revista que me respalda, que tiene recursos, mucha calidad y atención editorial, y que pasar meses profundizando un reportaje es un lujo. Siempre he estado muy consciente de esto, pero la idea de que la técnica de la escritura también es un lujo fue algo muy impactante para mí, es algo que a lo mejor intelectualmente podía entender antes pero nunca lo había pensado de esta manera.

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