Segundo sorbo mientras ordeno el huracán de ideas que trataré de plasmar en estas líneas. «El bullying nos hacía más fuertes» es una frase aparentemente trivial, pero profundamente insensible, que revela una preocupante falta de reflexión sobre las secuelas del acoso y la violencia psicológica. Dicha declaración minimiza el sufrimiento de miles de niños y adolescentes —de ayer y de hoy— que cargan con heridas invisibles producto del hostigamiento.
La frase, amplificada por miles de aplausos, sintetiza una peligrosa distorsión colectiva: la idealización de la violencia bajo el disfraz de la nostalgia. Detrás de su aparente inocencia, se esconde un discurso que banaliza y justifica prácticas que han dejado profundas huellas en la salud mental de generaciones enteras.
Desde la psicología (y desde la experiencia) sabemos que el bullying no fortalece: traumatiza. Numerosos estudios demuestran que las experiencias de acoso —especialmente durante etapas formativas— alteran la estructura emocional, cognitiva y social de las personas. Las burlas, humillaciones, los golpes y exclusiones sostenidas en el tiempo no son «pruebas de carácter», sino experiencias que modifican la autopercepción, erosionan el sentido de valía personal y condicionan la capacidad de confiar en otros. Muchas personas adultas que crecimos bajo ese tipo de violencia todavía luchamos con ansiedad, miedo al rechazo y la maldita vergüenza interiorizada.
Cuando figuras públicas con masiva afluencia (como Arjona) romantizan o justifican el maltrato, refuerzan narrativas peligrosas que perpetúan la insensibilidad colectiva. No es solo una frase: es un mensaje que normaliza el abuso y responsabiliza a las víctimas de «no ser lo suficientemente fuertes». Y sí, dirán «generación de cristal», pero es la que se ha hecho consciente de los altísimos niveles de violencia a los que estuvimos expuestos los de generaciones previas y se niegan a repetir el patrón heredado. Gracias a Dios por ellos.
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¿Hacernos más fuertes? Muchos dirán que es positivo eso de reivindicar la «resiliencia» o el «aguante», pero confunden la capacidad de sobrevivir con la necesidad de soportar la violencia. La psicología contemporánea, sin embargo, ha dejado claro que la resiliencia no surge del maltrato, sino del acompañamiento, la empatía y el apoyo emocional. Idealizar el dolor como motor de crecimiento perpetúa una cultura donde el sufrimiento se romantiza y la compasión se debilita. En tiempos donde la empatía debería ser el centro de la convivencia, celebrar el bullying como una «escuela de fortaleza» no solo es un error conceptual: es una forma de violencia discursiva que merece ser señalada, analizada y transformada.
En fin, las letras de Arjona ya han sido criticadas por su mirada reduccionista sobre las mujeres, su discurso artístico que reproduce estereotipos machistas y una visión asquerosamente simplista de la complejidad humana. En lugar de cuestionar los modelos culturales que sostienen la desigualdad y la violencia, su obra parece reafirmarlos.
Resulta preocupante que figuras con tanta visibilidad utilicen su plataforma para reproducir discursos insensibles, ignorantes y desinformados, sobre todo en una época donde la salud mental infantil y adolescente enfrenta desafíos alarmantes. Y no, no es libertad de expresión: es irresponsabilidad social. En un mundo que todavía lucha por erradicar la violencia y el acoso, cualquier intento de convertir el dolor en una anécdota graciosa y vendible debería ser motivo de reflexión profunda, no de aplausos. Un artista que ignora esta responsabilidad se convierte, aunque no lo pretenda, en cómplice simbólico de la violencia que dice rechazar.
Entonces, el problema no es solo la frase de Arjona, sino el eco que encuentra en su público, dispuesto a aplaudir sin cuestionar. Anticipo, por supuesto, la visceral reacción de quienes verán en esta crítica un «ataque» a su ídolo. Pero estas líneas, vago intento de análisis psicológico, no buscan destruir reputaciones, sino invitar a la reflexión colectiva sobre el poder del discurso.
Los profesionales de la psicología sabemos que las palabras modelan la realidad. Cada discurso público moldea imaginarios, legítima conductas y define lo que una sociedad considera aceptable. Por ello, cuando un artista con millones de seguidores defiende —aunque sea entre líneas— la idea de que el maltrato «forja carácter», contribuye a normalizar la crueldad y a restar gravedad a los daños psicológicos que provoca.
Quizá Arjona no mida el peso de sus palabras, pero quienes hemos vivido el bullying y el acoso en un entorno cercano sabemos que no hay nada de fortaleza en el sufrimiento impuesto. La verdadera fuerza está en construir una cultura donde la violencia no sea ni normalizada ni celebrada.
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