El 12 de octubre fue por mucho tiempo una fecha de celebración acrítica: el «encuentro de dos mundos», el «descubrimiento de América». Pero hoy, en medio de discursos racistas y de exclusión recalcitrante, esa conmemoración se convierte en un espejo incómodo. ¿Qué significa realmente celebrar la hispanidad en un mundo que aún nos desprecia y nos margina?
El «Día de la Raza» nació bajo una idea colonial: exaltar la mezcla, pero desde la superioridad de lo europeo. A lo largo de los siglos, esa narrativa se mantuvo viva, aunque medio disfrazada.
Hoy, el racismo hacia los latinos en EE. UU. —acentuado por el discurso antiinmigrante de Trump— no es otra cosa que la prolongación moderna de esa jerarquía racial. Los latinos seguimos siendo vistos como una masa trabajadora, ruidosa, pasional; rara vez como sujetos de cultura, pensamiento crítico y poder. Se nos celebra en la música y el colorido de nuestro traje, pero no se nos respeta en la política. Se nos baila, pero no se nos escucha, quiero decir.
Entonces, que Bad Bunny sea el artista invitado al espectáculo más popular y más gringo de Estados Unidos no es solo un logro musical; es una declaración social y política. Un latino, que canta exclusivamente en español y que reivindica su identidad caribeña, subirá al más popular escenario del país que se ha puesto como tarea excluirnos y deportarnos.
Así, podemos comprender que Bad Bunny se ha convertido —a los ojos de muchos estadounidenses conservadores— en una provocación. No pueden hacerse más los sordos ante nuestra voz que suena recio sin necesidad de ser traducida. Para millones de latinos, este conejo ejecuta un acto de reparación simbólica: nos da visibilidad y lo hace sin pedir permiso.
Entre los cambios sociales que debemos tener en vista a partir de este evento están: que nuestro idioma ya no se esconde, el futuro se lee en spanglish. Aunque busquen deportarnos, hemos llegado para quedarnos y no para quedarnos callados. Ser latino ya no es una categoría geográfica, sino una forma de estar en el mundo con resiliencia e igualdad.
Celebrar el 12 de octubre pasa de ser una fiesta de conquista a un acto de memoria y resistencia cultural. Una fecha de reconocimiento a las heridas históricas del colonialismo, un honrar las raíces indígenas y exaltar a quienes, como Bad Bunny o tantos artistas y migrantes, hacen historia sin negar su acento. Porque nuestra música, nuestro idioma y nuestra identidad son también un acto político.
En otras palabras, en un mundo que todavía intenta definirnos desde el prejuicio, la verdadera celebración es existir con dignidad, sin pedir permiso y sin traducir lo que somos: híbridos, incómodos y poderosos.
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Y dirás que no te importa y que no tiene nada que ver contigo, que ni te gusta su música, pero te explico: esto se trata de la soberanía cultural. Ese inalienable derecho que tiene una comunidad de sostener y promover su identidad, tradiciones y prácticas sin interferencia externa. Este concepto enfatiza la importancia de la propia determinación de los pueblos frente a la opresión histórica y los esfuerzos de asimilación.
Más que un artista de talla mundial presentándose en el evento más visto de Estados Unidos, Bad Bunny es una irrupción simbólica en un espacio históricamente reservado para lo blanco y dominante. Una cachetada en la cara de los gringos racistas, pero también una a lo que este mismo evento ha representado hasta hoy.
No se trata de idolatrar a un artista. Se trata de reconocer el significado político de su presencia.
Porque mientras algunos se indignan por «lo vulgar» o «lo ruidoso», otros entendemos que el ruido es también una forma de reclamar espacio, un símbolo de algo más profundo: la reconfiguración del poder simbólico.
Estemos atentos, entonces, porque en cada nota musical de este medio tiempo habrá un fuerte recordatorio: la cultura también es territorio, y hoy, ese territorio se llama dignidad. Pues la soberanía cultural es, también, un acto de resistencia.
Por eso, aunque no bailes reguetón, este momento te atraviesa. Este Super Bowl ya lo ganamos los latinos, porque no es solo será entretenimiento, será historia cultural escribiéndose ante nuestros propios ojos.
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