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Una tienda de abarrotes en un municipio rural del departamento de Guatemala./ Simone Dalmasso

Obesidad y desnutrición: la paradoja de la doble carga de la malnutrición en Guatemala

«Entonces vimos esos extremos en los cuales hacían falta proteínas, frutas y verduras, pero había un exceso de bebidas azucaradas».
«La industria de alimentos está haciendo lo posible por evadir esa responsabilidad, que ya está afectando grandemente a la población y será peor en el futuro». 
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Obesidad y desnutrición: la paradoja de la doble carga de la malnutrición en Guatemala

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Renunciar al consumo de un vaso de Incaparina o un caldito y, en cambio, preferir un Yus, medallones congelados, una sopa instantánea o una Raptor es común en muchos hogares guatemaltecos donde, al menos, un niño menor de dos años tiene desnutrición crónica. ¿Simple preferencia? ¿Una forma de ahorrar tiempo y esfuerzo? ¿O exposición a mucha oferta de comida chatarra?
 

Sofía Mazariegos, experta del Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (IARNA), de la Universidad Rafael Landívar, coordinó un estudio que se propuso describir qué factores medían los patrones de consumo de alimentos en hogares con al menos un caso de desnutrición crónica, en tres departamentos del occidente del país. 

Su equipo entrevistó a madres de ocho hogares en cada uno de seis municipios (Patzité, Santa Cruz del Quiché, San Juan Atitán, Malacatancito, Cajolá y La Esperanza) y plasmó sus conclusiones en el estudio: Un análisis exploratorio de impulsores del consumo de alimentos en hogares de los departamentos de Quiché, Huehuetenango y Quetzaltenango. Diálogos para construir soluciones.

En una conversación con Plaza Pública, la investigadora explica cómo ha cambiado la dieta con el paso del tiempo y la necesidad de nuevas regulaciones a la industria para prevenir enfermedades crónicas no transmisibles, como diabetes o hipertensión.

―A modo de antecedente, la investigación advierte que en Guatemala es posible encontrar familias con cuadros de sobrepeso u obesidad y desnutrición al mismo tiempo, ¿por qué ocurre esa paradoja? 

―Nuestra nación, a lo largo de muchos años, ha tenido un historial alarmante de desnutrición crónica que no ha cambiado. Desafortunadamente, esta cifra se ha mantenido. La prevalencia a nivel nacional -según la última encuesta de 2015- fue de 46.5 por ciento. Guatemala es el país que tiene la talla más baja, a nivel mundial, en mujeres. Esta talla baja es un factor de riesgo en las futuras generaciones. Desde el momento del embarazo, la madre ya tiene una deficiencia y precariedad en nutrientes. Eso hace que el feto también tenga una deficiencia y alteración metabólica. Y cuando crece, la exposición a alimentos no saludables hace que sea más favorable el desarrollo de sobrepeso y obesidad. El término técnico es doble carga de la malnutrición.  
Se inicia con una mamá desnutrida que tiene a su bebé con deficiencias y al combinarse con factores como una exposición a alimentos que no existían antes, altos en sodio y grasas, hace que exista un incremento en sobrepeso y obesidad. 

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―La investigación acoge el concepto de sistema alimentario, que es clave para entender los patrones de consumo. ¿Puede explicar ese concepto? 

―El sistema alimentario es toda actividad, persona e institución que tiene que ver con el cultivo de un alimento, hasta que llega a la mesa. Son todas las actividades que pasan para que los alimentos lleguen a las personas. Los sistemas alimentarios proponen la alimentación que habrá en el mundo, en un país, en una comunidad. Estos se mueven por intereses económicos y políticos porque, dependiendo de los grandes productores, se va mediando los tipos de productos que va a tener la población.  

Dentro del sistema alimentario está el ambiente alimentario. Es la parte física donde se da la interacción del usuario con el alimento, que va a estar mediada por factores culturales, sociales, pero también físicos, en el sentido de qué tantos locales hay con diferentes opciones de alimentos para que la gente pueda comprar. El consumidor toma la decisión de qué consumir de acuerdo con lo que encuentra a su alrededor. 

Dentro del ambiente alimentario se manejan dos componentes que van a mediar el consumo. Primero está el dominio personal, donde distintos factores como interno o individuales influyen en la decisión de qué alimentos la persona va a consumir. Estos factores pueden ser las distancias para acceder a diferentes alimentos, qué tanto poder adquisitivo tiene la persona para poder adquirirlos o qué tanto tiempo o esfuerzo se tiene para prepararlos, o bien se elija un alimento de acuerdo a la preferencia que la persona tenga, según su cultura o conocimiento. Por ejemplo, las sopas instantáneas son un alimento conveniente porque ya sólo hay que agregarles agua.

De ahí, está el dominio externo, que contempla los factores que tienen que ver con la presencia de diferentes fuentes de alimentos que van a estar a mi alrededor. Los precios que ya están determinados, la regulación y el marketing que se va a tener. Mientras más publicitado es un producto, más atrayente va a ser para la persona. Y una regulación también va a mediar el producto porque esta puede censurar ciertos alimentos, dependiendo del sentido de la regulación. En el caso del ambiente alimentario, esas regulaciones pueden verse, desde un etiquetado nutricional, hasta un impuesto a bebidas azucaradas.  

―En el estudio visitaron hogares del occidente del país y quisiera ampliar sobre estos ambientes alimentarios. ¿Qué elementos les llamaron la atención? 

―Este estudio mostraba una realidad de un hogar con carencias, porque eran hogares con al menos un integrante con desnutrición crónica. Lo que se hubiese esperado exactamente es reflejar un consumo deficiente. Nosotros elegimos municipios con alta prevalencia de desnutrición crónica y también municipios con baja prevalencia. Encontramos en algunos hogares un consumo deficiente de proteínas, que es la base fundamental para que no exista desnutrición crónica, pero, a la vez, tenían un consumo muy alto de bebidas gaseosas y otros productos no saludables. Entonces vimos esos extremos en los cuales hacían falta proteínas, frutas y verduras, pero había un exceso de bebidas azucaradas, así como el consumo de otros productos altos en grasa, sodio y bebidas energizantes.  

Lo que parece paradójico es que uno pudiese pensar que, debido a que son lugares con escasos recursos, va a haber una ausencia total de consumo, pero lo interesante es que no. A este ambiente alimentario se le tipifica como un ambiente obesogénico, que es cuando existen factores físicos, culturales y sociales que median un consumo que genera obesidad. Tuvimos la oportunidad de medir la presencia, por ejemplo, de carretas y otros locales de comida rápida y, es interesante notar que sí existe una compra importante en estos establecimientos. 

Notamos que lo que más está consumiendo ahora la persona son medallones de pollo, en su presentación congelada, o salchichas, que las venden en la tienda. Y como son alimentos a bajo costo y fáciles de preparar, obviamente facilitan el tiempo y es un ahorro en leña, por lo que son bastante accesibles. Desafortunadamente, estos alimentos se caracterizan por tener una exagerada cantidad de preservantes, sodio y grasas saturadas, por lo tanto, no se consideran una opción saludable, pero sí altamente conveniente.  

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También consultamos qué era importante para las madres al momento de cocinar. Ellas estaban muy orientadas en la importancia del sabor y platicaban de la diferencia de épocas. Estos frescos en polvo que existen ahora no existían, lo único que había para condimentar era chile y sal. En cambio, ahora hay sopas instantáneas, las cuales «nos brindan el sabor que a los niños les gusta». Ahora «tenemos estas bebidas azucaradas que a los niños les gustan». Entonces, para ellas también la función del sabor es importante y estos productos son valorados por el sabor. 

―¿Qué implicaciones puede tener la mayor disponibilidad de condimentos procesados y azúcar? 

―En 2018, la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) hizo un informe de los costos de la doble carga de la malnutrición; es decir, de la coexistencia de sobrepeso, obesidad y desnutrición, ya sea en un hogar, una persona, un país o en una comunidad. Se hizo una proyección para el 2082 y, de acuerdo con las prevalencias de sobrepeso y obesidad que se tienen actualmente, se mostró que, para el 2082, los gastos de la doble carga de la malnutrición ya no van a ser destinados para la desnutrición, sino para el sobrepeso u obesidad por las complicaciones que se van a generar a raíz de su desarrollo, como la diabetes y la hipertensión. Hablan del 88 por ciento del gasto del sistema de salud que sería destinado a abordar la hipertensión y la diabetes tipo dos.  

―Llama la atención una frase que les reiteraron en las entrevistas a las madres de los hogares. Muchas expresaron que la idea de comer bien era ingerir hierbas, verduras, incaparina, caldos y, sobre todo, comer mucho. ¿Cómo evalúa esa percepción? 

―Lo de los caldos y las hierbas es una percepción generalizada en las mamás que consultamos, como una percepción de algo saludable. Pero, lo más saludable para un hogar con desnutrición crónica serían las proteínas como las carnes, los lácteos y los huevos, que no fueron mencionadas por ninguna mamá. Uno de los comentarios que surgió en los grupos focales fue «lograr que todos se llenaran». No importa con qué, la importancia es llenarse de comida. Obviamente, la nutrición adecuada no es llenarse en exceso, sino comer de una manera variada diferentes tipos de alimentos. Lo que se puede resaltar acá es que, en los hogares, dentro de la concepción de comer sano, las proteínas como carnes y leches no figuran. 

―En gran medida eso está determinado por un factor del ambiente alimentario que es el económico, ¿o no? 

―Exactamente. Para la madre el alimento fundamental que prevendría la desnutrición, que son las proteínas, como carnes, huevos y leche, no están mapeados dentro de la alimentación saludable por su alto costo, que hace que estas opciones sean poco accesibles. Pero hay otros factores que están influenciando como las preferencias de estos alimentos por el sabor y conveniencia a la hora de cocinar, por ahorro de recursos como leña o tiempo de preparación.

―Llama la atención que, en el caso de los hombres, una de las estrategias para rendir más es el consumo de bebidas energizantes. ¿Qué consecuencias puede tener en la salud? 

―Las consecuencias principalmente son renales. Lo que pasa es que el agricultor está trabajando todo el día y está expuesto a ondas de calor muy intensas. Este consumo de bebidas estimula el sistema nervioso central. Entonces, aunque estén cansados, los va a estimular. Y el problema es que la combinación de no tomar agua, las ondas de calor, más estas bebidas que estimulan el sistema nervioso central y que a la vez los deshidrata, crean un problema renal. Desafortunadamente, este tipo de bebidas se está visualizando como la oportunidad que tiene el agricultor de rendir y aguantar más estas jornadas tan fuertes de trabajo. 

―¿Hay una concientización en las personas sobre la gravedad de las consecuencias por el consumo de estas bebidas?  

―No tienen esa concientización. Es interesante notar que es el esposo quien las usa. Sin embargo, dentro del consumo de alimentos de la mamá, se reflejó que ellas también las están consumiendo. Cuando le preguntamos a la mamá sobre los cambios de los alimentos desde que eran niñas hasta ahorita, decían: «Ahora hay salchichas, medallones, sopas instantáneas, Coca-Cola y Raptor, aunque más la consumen los hombres porque les da fuerza para el trabajo». Entonces la percepción es que les da fuerza. Se asume que ellas dicen: «Si a mi esposo le da fuerza, a mí también».  

―En el estudio citan que las madres ahora comentan que los niños prefieren la comida «más preparada y calditos bien preparados». ¿Es posible, de alguna manera, introducir en ambientes alimentarios de hogares tan precarizados alternativas más saludables? 

―A nivel global se han tomado medidas para la mejoría del consumo, en específico en niños. Aquí en Guatemala ya se tiene la Ley de Alimentación Escolar, que busca darle al niño un alimento balanceado y diverso en su almuerzo. Otra iniciativa que se ha propuesto es la iniciativa de Ley 5504 de Promoción de alimentación saludable, que propone un etiquetado obligatorio para alimentos envasados altos en calorías, grasas saturadas, sodio, grasas trans y edulcorantes, pero también se contemplan otros componentes como la promoción de alimentación saludable para toda la población, la restricción de publicidad dirigida a niños, la promoción de alimentación saludable dentro de la escuela, donde, entre la currícula del Ministerio de Educación, se introduzca el tema de guías alimentarias. Esta parte es importante porque si al niño, desde pequeño, se le está informando qué es una buena nutrición, la concepción no va a ser que comer bien es «comer mucho».  

―En la investigación también detectaron «desiertos alimentarios». ¿Puede explicar a qué se refieren? 

―Tal como lo mencioné, existe un historial de desnutrición crónica en Guatemala y ha impactado tanto que el país tiene la talla más baja de mujeres a nivel mundial. Y lo que también ha detonado el sobrepeso y obesidad –no solo en Guatemala sino a nivel global- es el surgimiento de una transición nutricional, es decir, un cambio abrupto de la dieta nativa que se tenía, a una propuesta de alimentos altos en grasas, calorías y altamente publicitados y accesibles.  

Algo característico de esta transición nutricional es el surgimiento de desiertos alimentarios, tanto a nivel urbano como rural. Se da cuando las personas tienen nulo o muy escaso acceso a alimentos saludables, ya sea por acceso o por precio. Usted va a un lugar y siempre lo más caro es lo saludable. Y esto es importante notarlo porque condiciona mi consumo. Cuando salimos a un centro comercial lo que más abundan son las cadenas de comida rápida, son muy pocos los locales que dan alimentos saludables. Esto es un desierto alimentario.

En el estudio se encontró la presencia de estos desiertos. Se evidenció que para los hogares con mayor precariedad, el acceso a mercados donde se compran alimentos saludables requieren que las personas inviertan hasta dos horas de su tiempo, sólo de ida, y gastar Q15 y Q20 de pasaje, evidenciando acceso limitado a este tipo de establecimientos. Y al mismo tiempo se mostró que existe un rango de hasta 10 carretas de comida rápida cercanas al hogar, a una distancia de menos de 15 minutos a pie.

―Este año se ha incluido en la discusión legislativa la iniciativa de ley 5504, Ley de Alimentación Saludable. Las cámaras empresariales se han opuesto aduciendo que se incluye etiquetado frontal, sin homologarse con el resto de países mediante los Reglamentos Técnicos Centroamericanos (RTCA). ¿Cuál es su opinión sobre esto?

―Lo que pasa es que se está buscando no romper esa unión centroamericana, pero Costa Rica está buscando también su ley. El Salvador está proponiendo su ley y Panamá también. O sea, cada país centroamericano está haciendo lo mismo y ya tiene una iniciativa o propuesta. Entonces, se nota que este argumento es puramente un interés empresarial. A la industria no le conviene decir que su producto no es saludable.  

Esta ley no sólo trata sobre el etiquetado, sino también sobre la parte educativa que habría en el currículum del Ministerio de Educación para que los niños pudiesen entender qué es una nutrición saludable. También busca campañas de educación nutricional a todas las personas, o sea, no es sólo un etiquetado. Además, esta iniciativa de ley establece que un producto no puede tener publicidad cuando tiene más de cuatro sellos, en lo cual yo estoy en desacuerdo porque, para mí, con el hecho que tenga un sello ya no debería tener publicidad.  

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Es una vergüenza para Guatemala que pongan una excusa que no tiene sentido. Lo más triste es que no se está pensando qué representará ese 88 por ciento de gasto en salud si seguimos como seguimos, y la pérdida de productividad derivada de las discapacidades y muertes prematuras que esto va a generar. La industria de alimentos está haciendo lo posible por evadir esa responsabilidad, que ya está afectando grandemente a la población y será peor en el futuro. 

―¿Qué reflexiones finales destaca luego del estudio?

―Algo que no mencioné es que este estudio mostró hogares con desnutrición crónica, que están consumiendo alimentos no saludables en grandes cantidades. ¿Qué pasará después? Se trata de familias que invierten en leña, que van a lavar su ropa al río, que perdieron la cosecha porque no llovió y luego, la persona encargada del hogar, ahora tendrá diabetes y por falta de recursos para comprar insulina le podrían amputar una pierna. Esto podría ser una realidad en todos los hogares con precariedad. Cuando uno ve la pobreza en Guatemala, no es poca. No sólo es que los hogares guatemaltecos muestran un consumo alto de alimentos no saludables, sino que las personas con más vulnerabilidad, en muy poco tiempo, aún con todas sus dificultades, deberán tener adicionalmente gastos en medicamentos para diabetes o en hipertensión, que no son accesibles. Eso es preocupante. ¿Y qué provoca la diabetes? Problemas renales, ceguera, amputaciones...  No sólo se trata de que el sistema de salud vaya a estar colapsado. Estas enfermedades crónicas merman, producen discapacidad y, si hay discapacidad, no habrá productividad en el país y, por lo tanto, no hay desarrollo y progreso. 

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