En 1998, el destacado sociólogo argentino Emilio de Ipola publicó su libro La crisis del Lazo Social: Durkheim, 100 años después, en él reflexionó sobre los desafíos del mundo moderno, al irse diluyendo los mecanismos y procesos que han mantenido el orden social desde los orígenes de la humanidad. A lo largo del tiempo, otros destacados sociólogos han hecho reflexiones igualmente profundas que intentan explicar los complejos rasgos de la sociedad actual: Alaine Touraine con su libro Podremos vivir juntos, o el informe de Peter L. Berger Los Límites de la cohesión social, hasta llegar a la visión más conocida al respecto, tal como lo es la visión de Bauman sobre la Modernidad líquida.
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El argumento central de todos estos enfoques es diverso y complejo, pero comparten un núcleo común: los valores, las visiones y las normas compartidas son cada vez más escasos. Las causas son múltiples, aunque en general remiten a un proceso iniciado en la modernidad temprana: la emergencia de la libertad y el individualismo como eje central del sistema democrático-liberal, el cual hoy también atraviesa una crisis.
El sociólogo Ulrich Beck, por ejemplo, sostenía que las generaciones actuales son «hijos de la libertad», lo que implica que ya no están destinadas a seguir rígidamente los patrones heredados. Esta idea, por cierto, resuena con fuerza en ciertos cursos y enfoques de liderazgo, especialmente aquellos de inspiración empresarial, que promueven lemas como «si no está roto, rómpelo» o «de las vacas sagradas se hacen las mejores hamburguesas».
El enfoque del liderazgo es, por ejemplo, el leitmotiv del colegio de mi hijo, que siguen el modelo Montessori de aprendizaje autónomo y colaborativo que en el tiempo en que yo estudiaba era una rareza. Las consecuencias de ello son que, a muy temprana edad, las discusiones con mi hijo son de un nivel avanzado impresionante: una vez, me dijo de forma retadora: «Si eres experto en el tema de democracia, demuestra que sabes más que Google». Me enfrasqué con él en una intensa discusión que luego de 20 minutos terminó en una claudicación de su parte: «Sí sabes», finalizó. En mi mente pensé: «si no logro convencer a un niño de 10 años, empoderado de tecnología y enfoques pedagógicos novedosos, pobre de mí».
Ahora bien, durante muchos años he reflexionado que justamente este énfasis en la individualidad y en el pensamiento propio es lo que ha creado muchos de los problemas actuales. Por supuesto, su lado positivo es lo que se conoce como «emprendimiento» en el mundo empresarial y del trabajo, pero su lado oscuro es que es el causante directo de la crisis del lazo social. Y lo sé porque lo vivo en carne propia: pese a que el ambiente del colegio donde estudia mi hijo ha permitido su desarrollo social e intelectual, hay una fase perversa que noto en la comunidad de padres de familia y en la cultura general del establecimiento, ahí abundan la prepotencia, la vanidad, la falta de respecto y las manifestaciones de abuso de poder. A la hora de recoger a los estudiantes, por ejemplo, frecuentemente hay padres que llegan tarde y se cuelan, mientras que otros intentan intimidar a las autoridades y a los docentes por medio de infinidad de mecanismos formales e informales, para que «atiendan» de mejor manera a sus hijos: una sociedad guatemalteca en chiquito, donde el abuso de poder y la prepotencia es el pan nuestro de cada día. Lo peor es que ese patrón lo he visto en muchos otros lados, a mayor riqueza y poder, mayor impunidad, mayor abuso de poder, mayor tráfico de influencias. Como diría el dicho «en todos lados se cuecen habas».
La cita de Timoteo con la que inicia esta breve reflexión se complementa con la idea de que la confianza en el dinero y el poder que trae consigo es la base de esta crisis social: A dinero en mano, el monte se hace llano
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