La capacidad de asombro en Guatemala cada vez es más limitada. Esto se debe a que somos una realidad compleja en la que estamos llenos de noticias que nos preocupan, nos indignan, nos sorprenden o nos causan esperanza, muchas veces en un mismo día.
¡Bienvenidos a la montaña rusa de las emociones chapinas!
Para muestra, un botón: el martes 14 de octubre, muchos guatemaltecos estaban entusiasmados por el triunfo de la selección de Guatemala contra El Salvador. Con él se recuperaba la esperanza de clasificar al mundial, lo cual, indudablemente, había causado emoción y alegría. Sin embargo, justo el fin de semana anterior, la población estaba preocupada, debido a la confirmación de una fuga masiva de reos de alta peligrosidad, hecho que causó malestar debido a la opacidad con la que el Gobierno había manejado la situación.
Apenas quince días antes, las noticias que dominaban el escenario eran igualmente preocupantes: el derrumbe ocurrido en el kilómetro 25 de la carretera a El Salvador demostró, una vez más, que durante la época lluviosa la ausencia de planes de ordenamiento territorial, la falta de una regulación efectiva en el uso del suelo y la incapacidad de las instituciones públicas para mitigar el riesgo provocan numerosos desastres que podrían haberse evitado.
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Unos días antes, la indignación ciudadana llegó al tope: un conductor había atropellado sádicamente a un motorista en tres ocasiones consecutivas, pero el juez encargado le había otorgado prisión domiciliar y tipificó el delito como «lesiones graves» en lugar de «homicidio en grado de tentativa», que era el que pedía el Ministerio Público. En días previos, un estudiante acusado de participar en la toma del campus de la Universidad, había sido enviado a prisión, con lo cual se demostraba un doble estándar para castigar a los procesados: el sádico conductor premiado con cárcel domiciliar, el estudiante enviado a prisión.
Apenas unos días después, un vehículo pesado que transportaba un cilindro de gran tamaño terminó derribando una pasarela en la Aguilar Batres, una de las vías más concurridas de la ciudad, lo que causó otro enorme caos en esta ciudad, acostumbrada a los desastres y caos viales. Unos días antes, los usuarios comentaban que, pese a que las autoridades municipales de la Ciudad de Guatemala llevan más de 30 años en el cargo, no han logrado resolver el problema de las inundaciones en las calles, lo cual demuestra una severa ineptitud.
Por otro lado, en la dinámica política del país, se supo que las desventuras del Ejecutivo no terminaban: la Corte de Constitucionalidad se negaba a otorgar el amparo solicitado para detener la publicación del decreto 7-2025, la llamada «Ley de Cocodes», con lo cual se consumaba otra derrota bochornosa del actual gobierno.
La improvisación, la defensa de intereses sectarios, la falta de cohesión social, el diseño obsoleto de las instituciones públicas y la falta de ética de muchos operadores políticos y empleados públicos han configurado un sistema basado en lo que el economista británico Guy Standing llamó «precariato». Este concepto explica la aparición de una nueva clase social que sobrevive cada día entre grandes carencias, como se evidencia en la realidad de muchos guatemaltecos.
Posteriormente, fue aplicado por los académicos chilenos Dasten Julián-Vejar y Ximena Valdés para entender a la sociedad chilena como un caso de «Sociedad precaria». Ya no se trataba solamente de un concepto que aludía a la precariedad como un tipo de condición socioeconómica que caracteriza el día a día de grandes grupos sociales, sino también era un concepto central para explicar la matriz de dominación de sociedades enteras. La precariedad es, entonces, un modelo político y económico, una condición deliberada y estructural del capitalismo actual. La consecuencia: la inseguridad se vuelve norma y, con ella, la vulnerabilidad y la indefensión se instalan como estrategias de dominación.
La sensación ciudadana generalizada de que el sistema está roto, tal como lo plantea el estudio sistemático de Ipsos, sería la prueba de que avanzamos hacia modelos sociales de precariedad organizada, de la cual Guatemala es el mejor ejemplo. Por eso, a ningún político ni funcionario público le quita el sueño la preocupación: el sistema se alimenta de provocar, alentar y mantener la precariedad como forma de control y dominación.
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