Llevo varios meses reflexionando sobre el mundo que nos ha tocado vivir. Y, ciertamente, estoy cada vez más desencantado de la realidad, debido a que los marcos interpretativos con los que un día crecí, parece que ya no son suficientes para guiar mi pensamiento y mi acción cotidiana. 
Nací, como todos nosotros, soñando con un mundo mejor donde todos fuéramos más felices y que viviéramos mejor. Con el paso del tiempo, he percibido que esa visión del «cielo prometido» es engañosa: la felicidad no es un estado definitivo, por lo que también el bienestar es sumamente relativo y pasajero. Igualmente, la bondad y la maldad no pueden separarse nítidamente, porque igual que en la vida, en nosotros habita tanto la bondad como la maldad. Lo importante, como proclama la filosofía china, es encontrar el equilibrio entre la luz y la oscuridad, entre nuestros impulsos negativos y nuestros pensamientos altruistas. El Yin y el Yang en equilibrio. 
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Parte del problema es la tendencia necia del ser humano en dividir el mundo en dos mitades prolijamente separadas: el universo de lo bueno y deseable, y el universo de lo malo y desechable. Si estás del lado de lo bueno, eres el héroe; si estás del lado de lo malo, eres el villano. Demasiadas veces he comprobado que no existen «héroes» totales ni villanos odiosos y totalmente perversos: todos tenemos una sombra malévola que nos acompaña, y aún los más malvados seres humanos tienen actos de amor y bondad. Pero claro, para quienes no se molestan en ver los matices, la visión dualista fácilmente se convierte en maniqueísmo: el mal hay que erradicarlo, lo bueno hay que aceptarlo sin cuestionar. 
La mayoría de las religiones actuales explotan al máximo esta división simplista de la vida, lo que lamentablemente produjo monstruos como el llamado «Lobo de Dios», el que fue considerado uno de los hombres más ejemplares y virtuosos, al punto de que gozó la protección de diversos jerarcas católicos, incluyendo el llamado «Papa Grande», Juan Pablo II: el sacerdote Marcial Maciel. 
Maciel, sin embargo, tiene una historia más oscura de lo que se creía. Críticas similares de una historia oculta igualmente se le ha atribuido a otros personajes considerados «buenos», tal como la madre Teresa de Calcuta, o Mahatma Gandhi, Steve Jobs o Gustave Flaubert, entre otras figuras históricas. 
Milán Kundera exploró esa naturaleza compleja y variable del ser humano en su obra magistral La Insoportable levedad del Ser, donde nos habla de un concepto interesante: el «Kitsch», la síntesis de la visión dualista de la vida. El kitsch es la actitud que se basa en la premisa: ¡Qué bello es el mundo sin mal! Lo cual, en esencia, es la base estética del maniqueísmo. Lamentablemente, la sociedad moderna está plagada de dualismos maniqueos, ya que esta es la forma más fácil en que han recurrido los políticos para dominarnos. Nos hacen creer en que existen enemigos que hay que combatir, debido a que engendran en sí mismo la amenaza creciente de un mal mayor. 
Guatemala está plagada de visiones simplistas y maniqueas, tal como el relato de un grupo golpista y malévolo llamado «pacto de corruptos». Mientras que, del otro lado, hay un grupo inmaculado y bueno de «semillistas» que representan la esperanza de cambio. Pero, como la vida nos ha enseñado, hay algo de razón en los «golpistas», y algo de culpa en los «semillistas» que, al final, parece que no son tan buenos como parecían. 
La conclusión, claro está, no es exculpar a los «malos» o criminalizar a los «buenos», porque esto sería simplemente invertir el maniqueísmo actual. Lo ideal es más bien emprender el camino hacia una sociedad menos maniquea, lo que comienza con que cada uno de nosotros acepte la «insoportable levedad» de no tener respuestas absolutas y claras, por lo que hay que atreverse a romper el sistema de categorías superficiales que nos encarcelan.
 
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