En la historia de las ideas políticas se atribuye a Montesquieu la noción de división de poderes como una forma de limitar la concentración del poder, algo que vivió en carne propia, pues fue testigo del surgimiento del denominado «Rey Sol», mejor conocido como Luis XIV, quién fuera inmortalizado por una frase que sintetiza su obra y su vida: «El Estado soy yo». Amante de los excesos, fiel creyente de su grandeza, Luis XIV gobernó a base de sus ideas y caprichos, gracias al hecho de que su voluntad era sinónimo de la ley, que se cumplía sin demora. El surgimiento del Estado Constitucional de Derecho liberal es una clara oposición a la figura de todos aquellos que pretenden erigirse como los nuevos «reyes sol» de la época moderna, tal como nos ha ocurrido muy frecuentemente en la historia política guatemalteca, tan plagada de personajes carismáticos y autoritarios tales como Álvaro Arzú, Alejandro Giammattei o Alfonso Portillo, por poner solamente unos pocos ejemplos.
Desde la teoría sociológica, también hubo un pensador importante para entender los orígenes del absolutismo moderno, al estilo del monarca francés; nos referimos a Max Weber, quién desarrolló la noción de burocracia como un antídoto contra el personalismo institucionalizado que instauró el Rey Sol. Desde esa perspectiva, la burocracia sería la forma más evolucionada de organización política, al punto que sería un «tipo de poder que se ejerce desde el Estado, y que está llamado, desde el punto de vista técnico, a lograr el grado más alto de eficiencia», tal como afirma Gregorio Montero. La burocracia de Weber aspiraba a alcanzar una división y distribución racional y formal de las responsabilidades y del trabajo, así como por un control jerárquico de las relaciones administrativas, gracias al énfasis que hizo Weber en torno al apego a las normas formales. Desde esa perspectiva, la arbitrariedad y la interpretación del burócrata era innecesaria, ya que el sistema descansaría en reglas claras, transparentes y estables. La concepción weberiana de burocracia estaba en clara oposición al otro tipo de instituciones que representaba el monarca francés, a quien Weber llamaría patrimonial, un tipo de organización en la que un monarca ejerce el dominio hacia los súbditos mediante un aparato administrativo integrado por favoritos fieles al soberano, quienes ejercen el poder para beneficio personal, descripción que es notoriamente parecida a lo que ocurre en la institucionalidad del Estado de Guatemala, tan llena de arbitrariedades, contradicciones y abusos.
El concepto de Estado anómico implica un tipo de Estado que se reviste del ropaje del derecho, al estilo de Montesquieu: formalmente existe una separación de poderes, en donde supuestamente no hay nadie que sea superior a la ley, y en la que el norte más relevante es el del cumplimiento del imperio de la ley como premisa política fundamental, tal como nos recuerda la jefa del Ministerio Público siempre que se le exige su renuncia.
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En la práctica, lo que realmente se desarrolla se parece mucho más al patrimonialismo de Weber: los aspirantes a seguir los pasos del «Rey Sol» otorgan los puestos importantes no basados en la capacidad o la idoneidad, sino más bien en la confianza alcanzada, por lo que estrictamente producen una suerte de neopatrimonialismo, un sistema administrativo plagado de lealtades invisibles que privilegian los deseos de los jefes, por encima del espíritu de la ley. Justo por ello, el ecosistema público está plagado de inconsistencias y problemas, ya que prevalecen una maraña de reglas formales caducas, obsoletas, inoperantes y absurdas que nadie se molesta en revisar o modificar, ya que al final del día, lo importante no es el cumplimiento de la ley, sino satisfacer los deseos de los jefes.
Desmontar las inercias anómicas que favorecen la interpretación antojadiza de la ley para satisfacer los caprichos del nuevo «Rey Sol» de turno es el auténtico desafío de Bernardo Arévalo, quien ya a estas alturas ya sabrá que necesita un nuevo Estado, si es que quiere cumplir su promesa de cambio. Hay más expectativas, que posibilidades reales de transformación.
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