La historia de Guatemala como sociedad está plagada de inconsistencias y desafíos, especialmente porque como ciudadanos de este país, seguimos privilegiando las acciones cortoplacistas que tienen la lógica «pan para hoy, hambre para mañana». Para poner un ejemplo, recordemos la forma en que se hablaba de Guatemala en la década de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. A la ciudad se le conocía como «la tacita de plata» por el orden y la belleza que exhibía la urbe. De la misma forma, durante muchos años, Guatemala era reconocida como la de la eterna primavera: un clima templado que oscilaba alrededor de los veinte grados centígrados, en donde nunca había ni mucho calor ni mucho frío. Ambas realidades ya hace mucho se esfumaron, ni Guatemala es ya reconocida por su belleza ni tampoco por su clima templado, que cada día es más extremo en el frío por la noche y el extremo calor que se siente durante el día.
La ciudad de Guatemala enfrenta otros desafíos igualmente angustiantes: el tráfico incontrolado, debido al crecimiento desordenado de la ciudad, ha llevado a un suplicio permanente para sus ciudadanos que tardamos muchas horas del día en recorrer trayectos que a veces son cortos en distancia, pero muy largos por el tiempo que ocupamos en transitarlos. Ese tráfico ha llevado a estrategias paliativas como las vías reversibles, la restricción de horario para el tráfico pesado, o el cambio de los medios de transporte que ha pasado de los vehículos de cuatro ruedas a las motocicletas, lo cual ha fragilizado enormemente la vida cotidiana. Una de las causas más comunes de muerte en la ciudad está relacionado con los accidentes donde una motocicleta está involucrada, en parte debido a la imprudencia de los conductores, en parte también por el enorme estrés que sufren los conductores debido al intenso tráfico que favorece reacciones muy violentas e intolerantes de muchas personas.
Por si fuera poco, la metrópoli más importante del país sufre de otros males, como la creciente escasez de agua que se ve agravada porque la ausencia de una regulación respecto al vital líquido favorece muchas acciones indebidas en la explotación y uso del agua, lo que ciertamente ha ido empeorando su carencia. Además, la ausencia de políticas públicas para recolectar, manejar y reciclar desechos sólidos igualmente afecta en la problemática d la falta de agua, ya que muchos de los recursos hídricos que antes teníamos disponibles, ahora están seriamente amenazados por la contaminación, tal es el caso del lago de Amatitlán, lugar que antaño era un espacio de sano esparcimiento para muchos capitalinos.
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En la última semana ocurrió un hecho que igualmente debe ser motivo de preocupación, a las ya precarias condiciones de vida, se agregó el incidente que empezó a notarse fuertemente el domingo pasado. La ciudad se llenó de un humo tóxico, producto de un incendio en uno de los muchos vertederos de basura que rodean la ciudad, lo que conllevo a suspensión de clases presenciales en los colegios durante prácticamente toda la semana. Este incidente solamente nos hizo recordar que contrario a lo que ocurre en muchas partes del mundo, en la ciudad no hemos empezado a clasificar ni a reciclar adecuadamente los desechos sólidos, tarea que recae de forma inhumana en el ejército de recolectores de basura y guajeros que día a día conviven con la inmundicia para obtener unas pocas monedas que les dé el sustento que, de otra forma, no obtendrían.
Nuestro país todavía tiene recursos naturales que muchos ciudadanos de otros países admiran, especialmente aquellos que no tienen la suerte que nosotros tenemos. Sin embargo, la falta de conciencia ciudadana sobre el cuidado que debemos tener de la casa común, nuestra tierra, ha llevado a incontables acciones que pueden calificarse de ecocidio, cuestión que está acabando con todo lo bueno que poseemos, debido a la incapacidad que tenemos como sociedad de evidenciar adecuadamente el impacto y las consecuencias de los actos que realizamos en el día de hoy, llevando entonces a que se reproduzca la lógica perversa subyacente durante décadas: «pan para hoy, hambre para mañana».
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