En Guatemala ha habido tres golpes de Estado durante el gobierno patriota de Otto Pérez Molina. El primero, un golpe interno, que se gestó desde el momento en que el presidente tomó la decisión de nombrar a Roxana Baldetti Elías como vicepresidenta. Este primer autogolpe fue avanzando paulatinamente hasta concretarse en el momento en el que la vice tomó el control de la agenda estratégica de la Presidencia, la convirtió en filtro entre el presidente y sus asesores y la colocó de facto en el centro de las decisiones de Gobierno.
El segundo, un golpe técnico, el que le dieron recientemente la Cicig y la embajada de Estados Unidos a través del Cacif, resultado de la debacle institucional que tiene al presidente pendiendo de un hilo a consecuencia del primer golpe interno, que tarde o temprano causó el hundimiento de una cúpula gubernamental depredadora de los recursos estatales bajo las propias narices de un presidente miope, incompetente, complaciente o todas las anteriores.
Pero también ocurrió otro golpe: el que la desfachatez y la voraz avaricia de la clase política tradicional guatemalteca, que ve el Gobierno como un botín y una fuente de enriquecimiento ilícito, causaron al golpear la conciencia de las ciudadanas y los ciudadanos de los diversos estratos de la sociedad guatemalteca. Este fue un golpe a la conciencia nacional, una primavera guatemalteca que, en vez de disiparse, toma fuerza una y otra vez con cada acto demagógico y politiquero dentro de una campaña electoral disonante, que mejor debería suspenderse.
Guatemala está al borde del abismo. Lo que le queda al gobierno de Otto Pérez —si es que no termina renunciando al destaparse más carroña que le salpique nuevamente— no pasará de ser un gobierno piñata, hueco, al que ya saquearon, sin más botín que ofrecer, excepto para quienes babean ansiosos de ser los siguientes en la fila porque piensan que les toca depredar al Estado y a todo el pueblo de Guatemala desde el Gobierno.
Mientras tanto, en el concepto que el Departamento de Estado estadounidense tiene de La Línea, esta pasó de ser un simple problema de corrupción en una república bananera a convertirse en uno de seguridad doméstica. Si por La Línea pasaba de todo, esta estructura criminal será vulnerable a ataques terroristas desde afuera del hemisferio.
Para el Cacif, el golpe al crimen organizado de la Cicig pasó de un reto para retomar controles políticos perdidos a uno existencial como gremio. Al margen de la tácita complicidad del sector empresarial en el desfalco al Estado, la antes omnipotente gremial empresarial de raíces coloniales se ve forzada hoy por Estados Unidos a asumir el papel de operadora a favor de los intereses estratégicos de aquel país. Incluso se ve obligada a sacrificar a algunos de sus propios socios para preservar la oligarquía.
Y para la Cicig, el desenlace de los acontecimientos no podría ser mas óptimo en el marco del cumplimiento de su mandato plurinacional amparado por Naciones Unidas. Es la última oportunidad para que Guatemala siente las bases sobre las cuales iniciar una reforma del Estado. Mientras tanto, la indignada sociedad guatemalteca pide reformar las leyes electorales. Y desde el extranjero, como inmigrantes, esperamos que se nos otorgue el derecho de votar desde lejos para contribuir con nuestro voto a evitar que en nuestro país se implante un narcogobierno.
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