Amigos de infancia

Éramos tan pocos que no alcanzábamos a completar un equipo y tener un par de sustitutos. Eso en parte era bueno, por lo menos para mí, tan malo con la pelota en los pies que siempre era seguro candidato a ser cambiado al medio tiempo. Aunque también pudiera ser que fuera porque nunca decía nada. Si me cambiaban, bueno, si seguía jugando, tampoco importaba. O eso parecía decir mi lenguaje corporal. Supongo.

De los que invitamos a nuestro equipo, fue uno de dos que aceptaron. Me gustaría saber cuáles fueron las razones para tan desatinada idea. Debe ser que cuando tienes entre once y doce, una de las cosas más importante es la compañía. Es que éramos un equipo realmente malo, aunque alguno se salvaba. Pero Carlos no.

Esas tardes de llegar a “entrenar” se fueron haciendo noches en las que se quedaba a cenar. Si regresaba pronto a su casa lo más probable era que no comiera nada. Poco a poco, noche a noche, se fue quedando. Pasó a formar parte casi permanente de nuestro grupo. Lo único distinto era que regresaba a su verdadera casa a dormir.

Recuerdo su bicicleta. Era una de esas que tienen frenos que se activan cuando se intenta pedalear hacia atrás. Que se la habían regalado sus padrinos, nos contaba. Aquella fue la primera bicicleta a la que me subí en mi vida.

Muchos años después de que los días y su inevitable paso, se encargaran de disolver y reunir a aquel equipo que cada fin de semana regresaba a casa con un saco de goles encima, me entero de algunos detalles de su vida: –¿Y qué se habrá hecho Carlos?  –Ha sido el que más éxito económico ha tenido.

Algunos como yo terminamos refugiados en los libros. Y como algunos más, fallando en alcanzar títulos universitarios, trabajos estables, familias funcionales, etc. Otros se fueron al norte, un par de afortunados tienen trabajos interesantes. Los más, sobreviviendo después de salir de eso que alguna vez fue nuestro hogar.

Carlos se hizo coyote. Fue él quien se llevó a varios de los que al cabo de los años volvieron deportados. Y como eso de llevar a gente al norte proporciona contactos que no son justamente para jugar al futbol, unas cervezas luego y de vuelta a casa. No. La historia es que se llevó al norte a la hija de la dueña de una “barra show”. La señora ya no pudo pagarle por el “favor” A mí no me suena tan convincente, pero es así  como lo cuentan. El caso es que producto de esa transacción terminó adueñándose del negocio y de ahí en más… hoteles, locales comerciales, terrenos, carros, casas, etc. Es decir, hizo dinero y mucho.

Por las noticias me entero de los cateos que realizan con cierta regularidad en esa barra. Han encontrado de todo, menos a él. La otra vez capturaron a alguien con el mismísimo nombre, la nota decía su edad, 50 años. Seguramente era su padre. A veces me dan ganas de buscarlo, entrar a esa barra y preguntar por él. Pero no soy suicida. De todos modos, qué le diría. -¡Qué tal vos, soy Engler! ¿Me vendés una mirinda?- Tampoco suena muy convincente.

Me da curiosidad eso sí, encontrarme y platicar con alguien que tiene exactamente la misma cantidad de días vividos que los míos. Cuando visito el occidente del país y paso frente su negocio, que ahora es una enorme construcción, recuerdo e imagino muchas escenas. Me quedo con esa donde yo leo las noticias y vivo algunos días más, pensando que todos esos que salen en los informes policiacos son otros, extraños y completamente desconocidos.