Brindé con él y otros amigos. Luego de una magnífica velada y un episodio de Breaking Bad, dormí una hora y desperté con el más infernal de los insomnios. Ojalá el insomnio se ahuyentara con lectura o televisión estupidizante. Sufrí un ataque de bulla mental, como ver el montón de numeritos verdes de la matriz pasando frente a mis ojos, pero en vez de números son ideas tormentosas –o así parecen en la desesperación nocturna.
En eso estaba cuando pensé en los estudiantes y las celebraciones patrias. Unas adolescentes con uniformes militarescos, que a la vez eran falditas, cruzaron una pasarela. Volvían de un desfile que no vi pero sí escuché. El recuerdo de los bombos, redoblantes y platos produce una imagen de chiquillos marchando en calles que se llenan de basura producto del fervor patrio, celebrando quién sabe qué cosa. En cuestión de segundos, la imagen se transformó en un montón de mocosos que marchaba sobre los cadáveres de este circo de espanto en el que vivimos, salpicando sangre. Sí, las banderitas manchadas de sangre; manchadas nuestras caras y manos; nuestros ojos que ya no se inmutan ante esta visión tantas veces repetida y el desconsuelo de tanto muerto arraigado en el cerebro, en la piel, en el asfalto.
Mejor pienso en mis cuadros nuevos: cráneos habitados por hermosas golondrinas.** ¿Cuándo dejarán de tragar horror nuestros ojos y, en su lugar, de las cuencas saldrán aves ágiles y libres que nos lleven a mirar otra cosa, otro mundo, otra vida?
Necesito pensar algo distinto. Recuerdo mi enojo por el interesante uso de los fondos de la SENACYT y lo que piensan que debería ser un evento de “ciencia, tecnología e innovación”. El resto de esa historia es material de otra discusión pero, en el instante, me molesta saber que esa mujer que preside actualmente el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología está tan ocupada tomándose fotos y disimulando con cosméticos los estragos de su amena vida, que no tiene tiempo de reunirse cuatro veces al año para aprobar los proyectos de las líneas de financiamiento de la SENACYT. Resultado: la ciencia, en particular la ciencia básica, está económicamente ahogada y dependiente de la ayuda internacional.
Cambio de cassette. Pienso que no tengo de qué quejarme, en realidad me ha ido bien. No me falta trabajo ni opciones. Mis colegas físicos también tienen trabajo (in your face a todos los que dijeron que moriríamos de hambre). Nuestra prosperidad es tal, que no conozco uno solo que esté en aprietos económicos y ocupamos puestos de lo más diversos en universidades, instituciones de servicios médicos, empresas privadas, colegios, centros de investigación. Esto hay que celebrarlo. Lo malo es que soy una persona odiosa y está en mi naturaleza quejarme. Sin remedio visito el recuerdo de varias ofertas de trabajo fabulosas que ofrecen un salario mucho menor que el de otras opciones menos atractivas. Me entristece que a estas alturas haya que decidir, de nuevo, entre lo rentable y lo emocionante. La verdad es que no debería preocuparme, no tengo hijos ni personas que dependan directamente de mí y sé arreglármelas, si de sobrevivir se trata. Pero tengo debilidad por mirar tormentas eléctricas desde el balcón, los libros, los objetos hermosos, las reuniones alegres, las películas en casa, la música. Y es así como me descubro sentada frente a un espejo de pesadilla que me dice que tal vez sí tengo un precio.
No quiero renunciar a mi ventana de los rayos, ni a los libros en papel, ni a los objetos hermosos que no sirven para otra cosa más que para contemplarlos, ni a los tragos en los bares con los amigos. Y quizá los conserve sucumbiendo a este sistema de mierda mientras me vendo al mejor postor, que no es aquél que me ofrece hacer lo que me muero por hacer. Haré algo que me gusta, cierto, pero no tanto. Entonces iré a los bares, miraré mis objetos, leeré los libros y contemplaré los rayos. Quizá me diré a mí misma que valió la pena. O quizá soñaré que hago como Powder en la película, que corre en medio de la nada para hacerse uno con el rayo.
Concluyo que el desvelo no es saludable. Debería dormir ocho horas diarias. Debería.
* Lullaby, The Cure, Disintegration, 1989.
** Canto de golondrinas como metal crudo de Álvaro Sánchez.
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