El Paredón: problemas en el paraíso improvisado
El Paredón: problemas en el paraíso improvisado
Una de las playas del Pacífico de Guatemala atrae cada vez más la atención de nacionales y extranjeros. La llegada de turistas está haciendo crecer una aldea que no cuenta con planes que garanticen que ese «boom» beneficie a todos por igual.
«Estoy en una de las playas más cool de todo Guatemala: El Paredón», dijo el youtuber mexicano Luisito Comunica en un tiktok que alcanzó las 438 mil vistas. Con lentes de sol y entusiasmo, el influencer famoso por sus reseñas de viaje, mostró en un minuto los paisajes del lugar mientras promocionaba una marca de soda. Al fondo se ve un cielo celeste, palmeras, una playa de arena volcánica, se escucha el viento y las olas mientras un joven alista su tabla de surf.
Un paraíso a la luz del atardecer.
Así es esta pequeña aldea del municipio de Sipacate, Escuintla, situada en la costa del Pacífico a 130 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. El día que Plaza Pública visitó el lugar se veían las calles llenas de arena con mucho espacio para caminar, restaurantes a la orilla de la playa, los escombros de lo que fue un hotel, viento fresco, instrumentos de cocina y tablas quemadas, turistas y música alegre sonando alrededor.
Un paraíso que disimula sus problemas.
Días antes, a inicios de marzo de 2025, un incendio consumió al menos 15 hoteles, casas y tiendas en una de las esquinas de esta aldea. El fuego fue controlado por vecinos, hoteleros, turistas y empresas privadas que donaron pipas de agua. La municipalidad de Sipacate llevó blocks para contribuir a la reconstrucción.
El fuego iluminó las necesidades básicas no atendidas: la falta de agua, de mantenimiento de drenajes, de un plan de ordenamiento territorial y uno de manejo de desechos sólidos, la incertidumbre sobre la propiedad de las tierras y hasta la necesidad de una estación de bomberos.
La noticia del incendio fue tema de conversación nacional, aún así, no borró la idea de que esta aldea es un cielo «especialmente para solteros», como describe Alejandro, un joven de Antigua Guatemala que manejó hasta allá para que su perro pudiera conocer la playa.
Aquí la vida social se activa cuando cae el sol. Cada día es común ver a cientos de turistas nacionales y extranjeros ―sobre todo extranjeros― sentados en la arena viendo el atardecer para luego sumergirse en uno de los mayores atractivos de este lugar: la vida nocturna.
«They throw parties every single night. I walked home after midnight and I felt super safe like a female traveling alone» («Hacen fiestas todas las noches. Caminé a casa después de medianoche y me sentía muy segura siendo una mujer viajando sola», describió en Tiktok la usuaria Anna Vegan (@annathingbutanimals).
Entre la diversión que proyecta esta aldea, también se cuelan imágenes de los problemas sociales de una región en crecimiento acelerado.
Todo empezó cuando aún se veían tigres
Aquí la vida inició como en una película de aventuras. Francisco Javier Vásquez, de 70 años, nació en El Paredón Buena Vista cuando la zona aún no llegaba a la categoría de aldea. Hoy es el hombre más conocido por los locales e inversionistas del lugar.
Su abuelo llegó a inicios del siglo pasado, y junto a otros hombres con machete en mano abrieron paso por la selva para levantar campamentos para pesca y luego instalar su hogar, como si fuera la historia del origen de Macondo pero en el capítulo final hay fiestas electrónicas.
«Cuando era niño no me dejaban salir porque pasaban tigres por aquí», recuerda. Francisco ayudó a su padre a trazar caminos y veredas para moverse entre la vegetación costera, en un tiempo en el que el único medio de transporte eran los caballos, las mulas y las canoas.
Faltaba mucho para que alguien pudiera asociar esa playa con la fiesta. El Paredón atraía gente de otros departamentos por la pesca artesanal y la agricultura. La familia de Francisco fue de las primeras en aprovecharlo, ser los pioneros de esta aventura les permitió hacerse de terrenos donde cultivaron ajonjolí.
El giro inició cerca de los años 2000, cuando dos jóvenes llegaron a la playa. Fueron los primeros en ver el potencial de las olas para hacer surf.
Francisco recuerda, como si fuera el cronista oficial de El Paredón, que estos dos jóvenes montaban pequeños campamentos en la playa y que llevaron a más aficionados. La comunidad comenzó a suplir sus necesidades. La familia de Francisco empezó a vender comida debajo de un árbol; 25 años después son dueños de un hotel-restaurante, una ferretería, más otros negocios. La popularidad de su familia también lo ayudó a convertirse en alcalde de La Gomera, Escuintla, cargo que ejerció durante 14 años.
El turismo hizo que la aldea se adaptara rápidamente a las necesidades de los visitantes: hoteles, restaurantes, bares, hospedajes privados y otro tipo de tiendas. El crecimiento es grande, aunque los beneficios económicos no se traducen en mejoras para toda la población de El Paredón.
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Lo que el fuego sacó a la luz
Con el tiempo los tigres desaparecieron, las olas continuaron y la aldea dejó de ser ese pequeño centro de comercio. Ahora es un punto tan atractivo que, por ejemplo, triplicó la cantidad de hospedajes de AirBnB. Todo construido sin planificación.
La base de datos AirDNA, una plataforma de análisis que proporciona información global de Airbnb, muestra que hasta marzo de 2025 en esta zona había enlistados 216 hospedajes, una cifra tres veces mayor comparada con abril de 2022, cuando se contaban solo con 65. El 59% de estos hospedajes son casas completas que se rentan con amenidades como piscinas y terrazas.
A mediados de marzo de 2025, días después del incendio en un área de El Paredón, Saida Argentina Clara, de 44 años, estaba sentada bajo el sol con el peso de no tener un techo ni una cama dónde descansar. El fuego consumió su casa y se expandió a otros locales donde junto a su esposo abrió un comedor, una escuela de surf y un taller de reparación de tablas para ese deporte. Apenas lograron salvar algunas cosas. Saida llora ante la incertidumbre de no tener nada para reconstruir lo creado con años de esfuerzo familiar.
«El día del incendio todos los turistas se fueron al otro lado de la aldea y escuchamos que en un lugar hicieron hasta cien mil quetzales en una noche», relató Saida. En El Paredón la fiesta coexiste con la desolación. Mientras en una esquina de la comunidad ella se quedó sin nada, al otro lado un grupo de turistas extranjeros juega voleibol al ritmo del reggaetón.
El día de esta entrevista una delegación del Instituto Guatemalteco de Turismo (Inguat) y el Ministerio de Economía recorrió el área afectada por las llamas y habló con la familia de Saida, que se esperanzó ante la posibilidad de ayuda para reconstruir su vida. El grupo fue dirigido por la Asociación de Hoteleros de El Paredón, integrada por los hoteles más populares y con mayor inversión extranjera del área, entre ellos Cocorí, Mellow Hostel, Driftwood Surfer, Sunrise Hostal y Zoah.
El fuego hizo que las autoridades volteran a ver a El Paredón y les puso de frente sus problemas estructurales. La Asociación de Lancheros estima que en temporada alta cada día hay entre 400 y 600 turistas.
Mientras todas estas personas festejan, la aldea no cuenta con una estación de bomberos (la más cercana queda a 32 kilómetros), tampoco tiene un sistema de tuberías eficiente ni un plan de tratamiento de aguas. En un estudio, el Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (IARNA), de la Universidad Rafael Landívar, tomó muestras de agua en los esteros y manglares de Champerico y el Manchón Guamuchal, en Retalhuleu, y en Sipacate, Escuintla; los análisis revelaron que debido a la contaminación por metales pesados, pesticidas, o productos químicos industriales en esta zona, hay una alta incidencia de enfermedades infecciosas y crónicas no transmisibles.
La escasez de agua ―debido a la falta de mantenimiento de las tuberías― también provoca que haya áreas tan secas que una simple chispa desata un incendio que puede dejar en desamparo a locales que sobreviven del movimiento del día a día.
Los locales también cuentan que no hay un plan de manejo de la basura, para deshacerse de ella algunos los depositan en un terreno privado donde se deja secar y luego se le prende fuego.
En las piernas de Saida se llega a sentar su hijo de seis años, Juan Carlos, quien aunque parece distraído escucha atento las palabras de su madre en la entrevista. Está triste porque sus dos tablas de surf se quemaron durante el incendio y él se estaba preparando para una competencia.
El pequeño dice que no le tiene miedo al mar y que lo extraña, y también, como un niño que narra eventos al azar, cuenta que un perro lo mordió y que el animal no tenía puesta la vacuna contra la rabia. Una tragedia tras otra. La realidad de esta familia es totalmente desolada. Saida es paciente de cáncer de mama y entre la desesperación por apagar el fuego que consumía todos sus sueños no le dio tiempo de sacar la medicina para quimioterapia. Ella es positiva aunque entre lágrimas y los escombros se ve sola.
Quien escuchó el relato de lo que sufrió su familia con este incendio fue Harris Withbeck, actual director del Inguat y la delegación que ese día visitó el área.
«Resuelta la emergencia inmediata (el fuego) pensamos agarrar este espacio de tiempo como una oportunidad para empezar a diseñar un modelo de gestión de un destino turístico comunitario y ordenado. Creemos que hay una gran oportunidad de gestionar el desarrollo de destinos como El Paredón porque el surf que se practica acá es del mismo nivel que el de El Salvador, a kilómetros de acá, y eso tiene que venir desde la comunidad y estar integrado con el medio ambiente», dijo Whitbeck en una breve entrevista con Plaza Pública.
¿De quién es la tierra en El Paredón?
Hay una carencia más, quizás la más importante para el futuro de una zona tan atractiva para la inversión: no hay un Plan de Ordenamiento Territorial que establezca la forma, estrategias y políticas con las que esta aldea seguirá creciendo.
El Paredón tiene dos entradas, una por tierra que atraviesa una finca privada con camino de terracería y que conduce a una carretera que la municipalidad presume argumentando que facilita la llegada de más gente; y otra por la desembocadura de un río que tiene la profundidad tan baja que por momentos los turistas o trabajadores deben esperar a que suba el nivel del agua, que alcance la «llenura» como le llaman los locales, para poder transportarse.
Alfredo Santos es presidente de la Asociación de Lancheros de esta aldea, también es guardaespaldas y conductor de Francisco Vásquez. Vive en esta playa desde su infancia y toda su vida ha girado alrededor de lo que sucede aquí. Cuenta cómo ha visto la transformación de la comunidad.
«En El Paredón se puede decir que ya no hay pobreza, todas las casas por muy humildes que sean tienen piso, ya no es solo tierra», relata. Sin embargo, también reconoce que no hay políticas públicas que permitan que la comunidad se desarrolle de forma ordenada y que beneficie a todos.
«Crece por inversión privada pero hay ausencia estatal», dice Alfredo mientras muestra diferentes áreas de la aldea donde hay decenas de proyectos en construcción, pero sin calles asfaltadas o señalizadas. Hay desde casas privadas hasta nuevos hostales, también una edificación con la forma de una nave de Star Wars que se convertirá en un lugar para fiestas especiales. Lo que falta es el mantenimiento de drenajes.
La municipalidad de Sipacate, dirigida por el alcalde Wálter Nájera, es la encargada de autorizar y cobrar por las licencias de construcción, que según Alfredo pueden llegar a costar hasta 15o mil quetzales. Plaza Pública pidió a la alcaldía información sobre la cantidad y precio de las licencias de construcción, pero al cierre de este reportaje los datos no fueron entregados. Una de las mayores críticas contra el alcalde es que ese dinero no se traduce en proyectos de beneficio para la aldea.
A eso también se suma que no hay claridad sobre la tenencia de las tierras.
Según una investigación del Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático (ICC), en 2015 el 97% de los pobladores de El Paredón contaban con vivienda propia, pero los terrenos donde se ubican son del Estado, que por ley les cede el derecho de la tierra a través de la Oficina de Control de Áreas de Reserva del Estado (Ocret).
Santos Corado tiene 73 años, es pescador, electricista, plomero y expresidente del Consejo Comunitario de Desarrollo local (Cocode). Es nativo de esta aldea y reside en una casa con techo de palma a la orilla de la playa. Ha vivido esta expansión y se imagina que el lugar se convertirá en una ciudad en la costa del pacífico de Guatemala, pero dice que para eso hay un peligro que la comunidad debe sortear: la amenaza de perder las tierras.
«En tiempos del presidente Otto Pérez Molina (2012-2015) Ocret vino a medir los terrenos y sacamos un plano de calles y terrenos. Se hizo un protocolo para solicitar las tierras a Ocret y así la gente de la comunidad le paga a la institución por año y a bajo precio. Cada quien ya tiene su contrato», explica Santos.
Esto implica que los terrenos de los vecinos le pertenecen al Estado y que los pobladores no tengan las escrituras sino solo contratos. El vecino, como otros locales, teme que esto pueda cambiar por una decisión de un juez, una corte o la misma Ocret.
«Yo he visto bastantes veces que hay gente con intenciones de quererse adueñar del terreno porque han visto la plusvalía, especialmente los que están frente a la playa, pero se les ha puesto un paro», explica Santos. Francisco, el ex alcalde de la Gomera, también relató que hay familias de la oligarquía guatemalteca que han intentado alegar que son propietarios ancestrales de la tierra y que la habrían recibido en tiempos de la invasión española y la colonia, algo que la población de El Paredón rechaza.
«Tienen que tener claridad porque si hay un enfrentamiento (por la tierra) ¿cuántos vecinos van a caer (morir)? pero también van a caer varios de ellos. Las playas no se pueden privatizar, son lugares libres y no nos hemos dejado. Cuando viene inversión extranjera nosotros les decimos «hasta aquí nada más», cerró Santos.
El día en que el Inguat y las autoridades recorrieron el lugar y Saida junto a su familia buscaban insumos para reconstruir, en uno de los hoteles a la orilla de la playa de El Paredón se instalaron bocinas de alta potencia y luces que llegaban hasta el cielo. Cada noche, entre la música, la vibración de los bajos, la cerveza, el humo del cigarrillo y los cuerpos sudorosos que bailan apretados, los problemas de esta comunidad parecen esfumarse para reaparecer cuando vuelve a salir el sol.
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