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Un niño observa la casa de Alberto Chávez que quedó sin paredes por los sismos del 8 al 10 de julio. Ahora son remplazadas con nylon negro.

Epicentro de los temblores: antaño, caos y desesperación tras los sismos en Santa María de Jesús

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Epicentro de los temblores: antaño, caos y desesperación tras los sismos en Santa María de Jesús

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El municipio de Santa María de Jesús está ubicado a 10 kilómetros de la ciudad de Antigua Guatemala, Sacatepéquez. La comunidad era conocida por estar ubicada en las faldas del Volcán de Agua, el quinto más alto del país, además por las fachadas de sus iglesias católicas de la época de la colonia. Este lugar tranquilo en lo alto de las montañas se convirtió en caos luego de que una serie de sismos mató a cuatro personas, dejó a la población sin luz, agua, señal telefónica y acceso de vehículos. La desesperación aumentó por la desconfianza en las autoridades locales, señaladas de no distribuir la ayuda por igual.

El jueves 10 de julio a las 15:47 horas en el cementerio de Santa María de Jesús el suelo vibró. Había un agujero en la tierra, pero no lo abrió uno de los 512 eventos sísmicos reportados hasta la mañana del viernes 11, sino la misma comunidad para enterrar a Carlos Alberto Cuy García, un adolescente de 14 años que murió soterrado durante el temblor más fuerte que vivió la población de tres departamentos de Guatemala. 

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Esa tarde Carlos trabajaba junto a su abuelo en un terreno de cultivos, el temblor movió la tierra y lo arrastró. El día del entierro, entre réplicas de sismos y una banda fúnebre, había decenas de pobladores dando el último adiós. La familia de Carlos puso sobre el féretro blanco una camisola del equipo de fútbol Barcelona FC, del cuál era aficionado. Las palabras de un pastor evangélico se perdían entre el llanto de niñas y adolescentes que portaban globos blancos con un ángel dibujado con marcador, a gritos le pedían a Carlos que no se fuera. Tierra café arenosa como la misma que le arrancó la vida, cubrió su tumba.

Durante cuatro días la comunidad, ubicada a pocos minutos de Antigua Guatemala, Sacatepéquez, y en la que viven alrededor de 40 mil personas de origen maya Kakchiquel, no ha tenido calma, entre la tristeza de perder a Carlos y a otros tres miembros de la comunidad, y de ver sus viviendas con paredes derrumbadas, agrietadas o colgando de algunos fierros, la población no tiene agua, energía eléctrica, señal telefónica ni acceso a alimentos ni a vehículos que los abastezcan.

La falta de agua inundó los baños públicos y privados, el mal olor se esparce por su plaza central, la basura se acumula en las calles mientras la escasez de comida es cada vez más evidente.

La realidad contrasta con la naturaleza que rodea al pueblo, nubes frondosas que cubren y descubren la cima del Volcán de Agua, de laderas imponentes llenas de árboles frondosos y rodeado de montañas en diferentes tonalidades de verde.

Los sismos sacudieron no solo el suelo sino también los problemas estructurales de un país que no está preparado para atender y prevenir emergencias y desastres naturales. 

Autoridades buscaban un plan

La mañana del jueves 8 de julio, las autoridades encargadas de trabajar por resolver las necesidades de Santa María de Jesús estaban reunidas en el patio de la casa parroquial. El templo tiene una fachada y cúpula apunto de derrumbarse, pero también cuenta con un patio espacioso adecuado para reuniones seguras en medio de los temblores.  

Luego de 48 horas desde el primer sismo, estos funcionarios aún se ponían de acuerdo en las funciones de cada institución. En el debate estaban la Gobernación de Sacatepéquez, la municipalidad, miembros del Ejército, el Ministerio de Desarrollo Social y la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred). La más activa era Angelina Aspuac, la gobernadora departamental, mientras a su lado escuchaba de forma pasiva Mario Pérez Pio, alcalde de la localidad. 

La reunión eran interrumpida por comunitarios desesperados que pedían que la ayuda humanitaria se distribuyera de forma justa. Les urgía que se agilizaran los trabajos para habilitar los ingresos principales, solo así podrían acceder los camiones de la empresa eléctrica  a restablecer el servicio. Los sistemas de agua se alimentan de bombas sumergibles que requieren de esta energía. 

«Estamos cayendo en un caos», reclamó Edgar Chávez, un comunicador local de 41 años. «La poca agua que nos queda se está gastando en los sanitarios y ya no queda para cocinar los alimentos», relató.

Una de las principales preocupaciones de la comunidad es que, en emergencias anteriores, los víveres donados para ayudarles han sido «retenidos por la municipalidad». 

Temen que la ayuda no llegue… de nuevo

«En 2024 hubo un incendio en el volcán y fue la comunidad la que lo apagó, no fue la municipalidad, ni siquiera distribuyeron la ayuda que llegó», reclamó Miguel Ibarra, de 27 años, que en esta emergencia dejó su trabajo como agricultor para ayudar a transportar alimentos en motocicleta. 

La desesperación aumentó por la corrupción y el clientelismo. El caos escaló la tarde del jueves 8, cuando decenas de personas rodearon la municipalidad de Santa María de Jesús para reclamar al alcalde y sus trabajadores. Entre gritos y empujones rodearon al alcalde y luego, algunas personas, ingresaron al recinto para extraer sacos de Maseca, ingrediente para preparar tortillas.

Dulce Ventura, una mujer de 34 años, confirma el miedo a no recibir víveres. «En el albergue nos dijeron que nos quedáramos allí y que allí llegaría la ayuda, pero solo llegaron como diez personas a tomar listado y nunca llegó la ayuda. Solo porque tenemos alimentos guardados hemos sobrevivido y lo que nos molesta es que sabemos que la ayuda ya llegó, no es justo que el alcalde se lo quede para sus trabajadores».

Sobrevivió a 1976 pero no a 2025

Alberto Chávez es un agricultor que reside junto a su familia en una casa de adobe y lámina que construyeron sus abuelos hace décadas y que cayó a pedazos con los sismos de este mes de julio. 

«Esta casita sobrevivió al terremoto de 1976», contó. Esta vez la mitad de la casa se derrumbó y para cubrirla utilizó naylon negro. 

Santa María de Jesús es un punto de turismo clave para escaladores y montañistas. Sin embargo, Chávez, el comunicador que reclamaba la falta de agua, también relata que ese sector también se ha visto afectado debido por la delincuencia, incluso en las faldas del Volcán de Agua.

El temor a este tipo de violencia también fue palpable durante los sismos, ya que muchos vecinos tenían temor de dejar sus casas porque no tenían servicio de energía eléctrica.

Alberto era uno de ellos. Aunque la vulnerabilidad a que la vivienda caiga por completo es mayor, no quiere salir de su casa porque teme que los ladrones lleguen a quitarle las pocas cosas que tiene. Durante la noche su familia aguanta el frío que se cuela por los agujeros del plástico que funciona ahora como pared provisional. 

La tensión debido a los asaltos aumentó la noche del jueves 10 de julio, cuando un grupo de pobladores acompañados de soldados persiguió a supuestos ladrones hasta sus hogares. Algunas personas fueron linchadas.

Cerca de la Antigua Guatemala pero muy diferente

Santa María de Jesús es un pueblo donde el antaño convive con la cotidianidad. Entre las casas antiguas de adobe hay construcciones de block y cemento de tres y cuatro niveles. Aunque el lugar está a pocos minutos de Antigua Guatemala, su arquitectura no es uniforme ni totalmente de estilo colonial. 
 
Todas las fachadas y la altura de las viviendas y comercios son diferentes, también los materiales de construcción varían, se observan casas de adobe, otras de concreto y block y techo de lámina. Aún conservaba edificaciones con valor patrimonial como la iglesia católica El Calvario, que quedó totalmente destruida y la parroquia de la cual la cúpula y fachada está a punto de caer. 

Las edificaciones evidencian el valor adquisitivo de las familias ya que, debido a la migración y el ingreso de remesas, ha crecido la construcción y la cantidad de negocios. Pero ese progreso económico no ha sido igual para todos, así como el riesgo ante los sismos.

En medio de una casa de dos niveles y otra de cuatro y una cisterna de agua en el techo, está ubicada la pequeña vivienda de Lorenzo Cuc, de 61 años, un agricultor que toma todo tipo de pequeños trabajos en la comunidad. El tercer día de sismos recogía escombros de cemento que cayeron del cuarto nivel de la vecindad. «Es mejor trabajar en algo que estar huevoneando», dijo entre pequeñas risas. 

Al preguntarle cómo estaba su casa inmediatamente le abrió la puerta a los periodistas. Una pequeña puerta de lámina oxidada y un pasillo de tierra conducían a su hogar, una habitación abierta donde por un lado había leña, del otro una pila y baldes de plástico con agua de lluvia, algunos cuartos y enseres regados. En ese espacio hervía agua con fuego de leña mientras sus familiares conversaban sentados en sillas de plástico, en una especie de círculo. En medio, como si fuera un tío, hermano o nieto más estaba una escultura de Jesús crucificado de aproximadamente un metro de alto. 

«La tragedia del terremoto siempre puede pasar, por eso creo que no hay que hacer casas grandes, mejor comprar un terreno abierto y estar así tranquilo porque mire el riesgo que hay ahorita», agregó.

En su casa viven 10 personas y su mayor temor es que si tiembla les caiga encima la cisterna de agua de sus vecinos o que la casa caiga sobre su techo de lámina. 

El día del sismo de mayor magnitud, la tarde del martes 8 de julio, la familia de Lorenzo corrió para salvar la imagen de Jesús, que estaba resguardado en un mueble hecho a la medida desde hace 130 años. Lorenzo se lamenta haber perdido un cuaderno donde estaban escritas las fechas de la historia de esta escultura. 

«Está en la familia desde hace ciento treinta años», contó Lorenzo con una sonrisa cariñosa mientras veía con orgullo a la imagen de Jesús intacta.

Mientras pasa el riesgo de los sismos, la familia duerme en el patio, cerca de la leña, en cartones y chamarras al ras del suelo. El único que queda de pie es Jesús.

«Háganos la campaña de publicar que necesitamos que nos limpien la carretera porque ya se va a terminar el agua, necesitamos la energía (eléctrica), necesitamos ir a traer alimentos a la Antigua (Guatemala), nos urge que limpien la carretera, que manden más maquinaria. Hay gente grande a la que ya no se le puede llevar ni siquiera al baño», lamentó. 

En otra área de la comunidad está Ana María Juma Coroy, de 54 años, que vive en una casa de adobe y lámina que construyeron sus abuelos cuando ella ni siquiera había nacido. Tres generaciones se criaron en esa casa en la que la primera habitación ahora se cae a pedazos.

«Estamos tristes y desesperados, estuvimos durmiendo en un callejón. Yo tengo aquí mi negocio de venta de artesanías de barro y todo se quebró», relató. Ana María estima que perdió en mercadería aproximadamente 4 mil quetzales.

Desde el primer día de sismos, Sacatepéquez, Escuintla y Guatemala se encuentran en alerta naranja institucional, por lo que las autoridades siguen trabajando en el área. El principal obstáculo para que Santa María de Jesús se recupere es un derrumbe en la entrada principal del lado de Antigua Guatemala, que tiene aproximadamente trescientos metros de largo. 

El día que Plaza Pública visitó el lugar fue posible observar que desde la mañana a la tarde una excavadora del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda trabajó todo el día y retiró la tierra en un espacio de alrededor de 15 metros de tierra. Entre este punto y la entrada al pueblo hay aproximadamente cuatro kilómetros de carretera, para llegar se deben cruzar montañas y tres derrumbes de tierra arenosa y árboles. Ese día uno de estos fue despejado, pero entre las réplicas de los temblores, ocurrió otro derrumbe. 

Aunque el paso sigue inhabilitado, la población se sigue moviendo. A todas horas, especialmente en la mañana y la tarde, es posible ver a decenas de personas que van y vienen de sus trabajos, con uniformes puestos caminan al lado de laderas que parece que con un sismo más se vendrán sobre ellos. 

Mientras el sol del tercer día después de los sismos empieza a caer, las personas caminan sobre la tierra que sepultó el camino, cargan baterías, pesados generadores eléctricos, agua pura, alimentos y víveres sobre sus hombros. Tienen enfrente un largo camino hacia arriba de la montaña para llegar hasta sus hogares, donde los espera un pueblo cansado, con urgencia y desespero.

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