La casa de Pedrina cuenta el caso de las Mujeres Achí
La casa de Pedrina cuenta el caso de las Mujeres Achí
La pequeña vivienda quedó parada en el tiempo, es la que armó después de que las PAC la destruyó mientras la sometían en un destacamento militar. Si su historia es conocida es porque el caso de las Mujeres Achí llegó a sentencia, aún falta reconstruir su hogar, y también la unidad en un pueblo roto por la guerra.
Al inicio de los años 80 Pedrina era una mujer joven que acompañaba a su madre al mercado de Rabinal, Alta Verapaz. Una mañana todo parecía normal -entre la cotidianidad que permitían esos años del Conflicto Armado Interno-. Ahí una persona la acusó de colaborar con la guerrilla.
No hubo pruebas, solo un dedo apuntándole al rostro.
Era día de mercado y decenas de personas vendían los productos de sus cosechas, recetas o artesanías. Por el lugar caminaban integrantes de las Patrullas de Autodefensa Civil (Pac), delegados del Ejército de Guatemala como parte de su estrategia contrainsurgente. Como una máquina obediente a las instrucciones, dieron por válida la acusación y la llevaron al destacamento militar de Rabinal, para torturarla y violarla de forma colectiva y constante.
Ya pasaron cuatro décadas desde aquella mañana, la impunidad quedó marcada en la piel de Pedrina y también en su casa. En ella se ven las arrugas de muchos años pasados; en la vivienda parece que el tiempo se detuvo, sigue igual a como estaba entre 1982 y 1985, cuando se cometieron las violaciones.
La historia se repite en las otras 35 víctimas, siete ya fallecidas.
Las marcas también siguen en Rabinal donde la sentencia validó lo reclamado por las mujeres durante 44 años, pero colateralmente reavivó el rechazo local y miedo a que -de nuevo- alguien las acuse de hacer algo que no hicieron, que no fueron.
Una vida aislada entre las montañas
Hoy Pedrina tiene 62 años y vive en una pequeña casa de adobe, lámina y piso de tierra. En el patio cuelga su indumentaria maya, las gallinas y pollitos picotean, los troncos de madera se apilan para encender el fuego. Habita en la ladera de una montaña alta, rodeada de naturaleza y pobreza.
Para sostenerse económicamente vende maíz cada vez que su cosecha lo permite. Alrededor de su hogar las aves cantan en silbidos de diferentes especies. Entre la flora y fauna de esta parte de la región norte de Guatemala, la voz de Pedrina es suave, aunque relate las pesadillas vividas.
Pedrina siempre supo quiénes abusaron de ella porque eran hombres conocidos que aterrorizaban a la comunidad. Durante décadas sobrevivió al dolor entre la precariedad, la vergüenza y el estigma social. Solo su familia la apoyó.
Su historia y la de otras 35 mujeres que sufrieron estas violaciones pareció perdida entre las 20 masacres que sufrió la población de Rabinal durante el Conflicto Armado Interno, que dejó un estimado de más de 2 mil víctimas, de acuerdo a la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG). Según el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico el 20 por ciento de la población Achí fue «eliminada».
Durante muchos años, la justicia les era lejana. El camino empezó a hacerse corto cuando Pedrina y otras sobrevivientes, con apoyo del Bufete Jurídico de Rabinal, contaron su historia y tejieron una red de testimonios que se complementan entre sí. Juntas confirmaron detalles de lo que una vio que le pasó a la otra, donde los nombres de los victimarios se repiten, y con sus relatos y el de testigos, presentaron la denuncia ante el sistema de justicia.
El tiempo (cuatro décadas) les dio la razón y justicia en dos ocasiones.
En 2022 y ahora en 2025, dos tribunales diferentes condenaron a nueve exPac por este mismo caso. Todos los sentenciados son Damián Cuxum Alvarado, los hermanos Francisco y Gabriel Cuxum, los hermanos Bembenuto y Bernardo Ruíz Aquino, Felix Tum Ramírez, Pedro Sánchez Cortez y Simeón Enríquez Gómez. Los agresores provenían del destacamento de Xococ, una de las comunidades más agresivas durante el conflicto armado interno en esta región, según la primera sentencia, donde el tribunal le llamó la «aldea del terror».
Desde la primera sentencia se ordenó al Estado a reparar el daño e indemnizar a las víctimas.
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A la fecha las instituciones públicas no han cumplido ninguna de estas medidas, excepto por la municipalidad que cedió un pequeño espacio atrás del mercado para la elaboración de un mural que retrata el caso. La pieza fue financiada por el Bufete Jurídico de Rabinal y organizaciones aliadas, presenta a una sobreviviente con una flor en la mano y aves blancas. En el mural está escrita la palabra «sentencia» y la fecha de la misma. No hay más explicación o contexto.
Poco después su inauguración fue vandalizado, alguien tachó con pintura la palabra «sentencia», un hecho simbólico que abre la discusión al rechazo por la búsqueda de justicia de las sobrevivientes y su estigmatización social.
«Esa fue mi señal»
En mayo de 2025, durante las noches que dormía pensando en que se acercaba la sentencia en contra de sus agresores, Pedrina tuvo dos sueños o ¿pesadillas? que le dieron seguridad para enfrentar lo que parecía el final de su camino por la justicia.
En el sueño apareció uno de los acusados, «perdoname» le dijo, luego otro le preguntó si lo iba a perdonar. Ella respondió molesta: «Yo no tengo nada con usted, solo aquel sí, él sabe por qué está ahí. Yo no soy Dios que voy a perdonar a una persona».
La siguiente noche soñó que una tortuga grande la persiguió hasta morderla y succionarle la sangre. «Iba detrás de mí y en eso llegó mi mamá. Le pegué con un palo y salió sangre y yo le dije “¿Para qué me estás chingando? De todos modos te voy a ganar”». Al zafarse de la bestia siguió el camino acompañada de su madre. La tortuga se convirtió en una especie de gavilán que se tiró delante suya para atacarla.
De nuevo su madre la salvó. «Me dijo “¡Pasa! yo voy a estar aquí para que ya no se vaya a atrás de vos”. Agarró un palo y le empezó a pegar y yo me fui. Entonces apareció mi mamá y atrás se quedó esa cosa toda manchada de sangre».
En la cosmovisión maya los sueños traen mensajes y para Pedrina esto tenía que ver con el juicio y lo que estaba viviendo. En los años 80, cuando pudo regresar a su casa luego de días de ser torturada y violada por militares y patrulleros en el destacamento, su mamá la recibió entre lágrimas, parecía un milagro porque «pensó que me iban a matar», recordó.
Para sobrevivir encontró consuelo en su madre, de su comunidad en cambio solo recibió aislamiento. Un peritaje realizado y presentado en el juicio por Fernando Suazo señaló que al regresar a sus casas las víctimas sufrieron estigma y rechazo. «A muchas mujeres les tiraban piedras en los camino», dijo. Las abogadas y sobrevivientes entrevistadas relataron que incluso en la actualidad se enfrentan a comentarios despectivos y revictimizantes.
Ese fue el significado que Pedrina le dio a su sueño, vencer a la tortuga con la ayuda de su mamá significó que no estaba sola en el juicio ni en su comunidad.
«Esa fue mi señal», contó. Días después ganó el juicio contra tres exPac y celebró junto a otras sobrevivientes. Esta fue una validación para Pedrina, que pasó décadas en silencio.
La antropóloga Irma Alicia Velasquez Nimatuj entrevistó a decenas de sobrevivientes y elaboró un peritaje que defendió ante el tribunal. Allí documentó que las víctimas experimentaron vergüenza, se sintieron culpables y «sabían que la justicia en el fondo les quedaba lejos».
Aura Cumes es una antropóloga que realizó otro peritaje que reveló que de cada diez mujeres que sufrieron violencia sexual durante el Conflicto Armado Interno, ocho eran indígenas. «La violencia sexual logró su propósito de destruir las comunidades a través del uso y profanación del cuerpo de las mujeres (...) eran usadas como botín de guerra».
Esta destrucción también empeoró sus condiciones de vida. Muchas sufrieron la desaparición de sus esposos o la pérdida de sus hijos o embarazos.
«Sufrieron un gran retraso en sus condiciones económicas ya que muchas tenían ahorros, trabajaban en fincas y casas, tenían animales, tejían, todo eso fue destruido. Por lo tanto las empobreció y quitó lo que tenían como medios materiales», señaló Cumes.
Gloria Reyes es una de las tres abogadas que representaron a las mujeres ante el tribunal. Explicó que la sentencia además de darles esperanza también les ayuda a recuperar su «honor comunitario».
«Han sido estigmatizadas, señaladas de ser las culpables de lo que ocurrió, pero cuando hay un contexto de conflicto armado todos en la población pasan a ser vulnerables», explicó la abogada. «Si una mujer es agredida no es porque ella lo permite, sino porque el agresor es un psicópata», enfatizó.
También se enfrentaron a un Ministerio Público (MP) en Baja Verapaz que durante años «no le daba importancia a la investigación» bajo la excusa de que las violaciones ocurrieron décadas atrás, relató. «Tienen una cultura de sobreseer los casos, cerrarlos para solo hacer estadísticas», dijo Reyes, la abogada de las sobrevivientes.
El proceso empezó a tener movimiento hasta el año 2011 cuando fue trasladado a la Fiscalía de Derechos Humanos, durante la gestión de Claudia Paz y Paz como Fiscal General.
Conversaciones pendientes
Pese a la respuesta judicial, las condiciones de vida de Pedrina y las otras sobrevivientes han cambiado poco.
En los años 80 vivía en una casa de adobe junto a su familia, una vaca, chivos, sus cortes y güipiles, sus bienes más preciados. Cuando regresó no había nada, los militares saquearon su hogar. Con el tiempo empezó a recuperar lo perdido, pero el golpe social, económico, físico, psicológico y espiritual ya estaba dado.
En la actualidad, la Plaza Central de Rabinal sigue siendo un lugar donde decenas de mujeres achíes venden los cultivos de sus pequeños terrenos. Hierbas, mazorcas, flores y animales de granja. En un lado del mercado dos mujeres le estiran el cuello a un chompipe para ver su tamaño y determinar el precio. En otro lado una señora de arrugas profundas y sonrisa amable ofrece atoles de maíz, elote, arroz en leche, y de maíz negro, que por alguna razón se ve rosado.
Del otro lado, señoras venden pinol, caldo de gallina, huevos duros con salsa, panes con pollo y tostadas. Y en otra esquina un grupo de mujeres jóvenes y estudiantes del Intecap ofrecen cortes de cabello gratis para cumplir con los requisitos para graduarse. La plaza es resguardada por una iglesia católica de fachada grande y blanca, con gradas en medio círculo llenas de ventas de flores.
En este lugar lleno de vida a simple vista, hubo muertes de las que poco se habla.
Hace cuatro décadas decenas de mujeres y hombres de la comunidad fueron señalados de ser parte de la guerrilla sin pruebas y luego detenidas para tortularlas o desaparecerlas.
Aunque la historia es de terror, pasó años desapercibida entre los caminos de este municipio. Para recordarlo existe un pequeño museo, murales en el cementerio y decenas de investigaciones académicas y denuncias estancadas en el MP y los juzgados. Entre todo, en ningún lugar hay algo que cuente de forma explícita la violencia a la que fueron sometidas las mujeres del municipio.
Melissa González tiene 29 años, es psicológa y parte del Bufete Jurídico de Rabinal que acompañó a las sobrevivientes. Ella estudió en el instituto de educación básica de Rabinal, donde funcionó el destacamento militar en el que las mujeres fueron abusadas.
«Nunca nos dijeron lo qué pasó allí», relató. Para ella esto representa el silencio en una comunidad que se niega a hablar de su pasado y donde discutir sobre la violencia sexual sigue siendo un tabú.
«Antes de la sentencia las veían (a las sobrevivientes) como cadáveres andantes y ahora ellas se perciben como mujeres dignas y con derechos», explicó. Uno de esos casos es el de Máxima García Valey, de 62 años, quien sobrevivió a la violencia sexual y llegó a convertirse en la presidenta del Consejo Comunidario de Desarrollo (Cocode) de su aldea y que ahora también es parte de un proyecto cafetalero que exporta pequeñas cantidades de café a Francia.
Mientras tanto, entre la precariedad hay un poco de calma entre las mujeres Achí.
«Estoy un poco contenta, mi corazón está más tranquilo, pero siento un poco de miedo porque la familia me conoce bien», dice Pedrina al referirse a los condenados que también son de Rabinal.
En esta segunda sentencia el Tribunal de Mayor Riesgo B ordenó que en un plazo de tres meses las sobrevivientes sean indeminizadas por el Estado y que se les construya una vivienda digna de forma inmediata, sin esperar a que la sentencia pase por apelaciones y quede en firme. Esto por la avanzada edad de las mujeres.
Las juezas también ordenaron que en la fachada del antiguo destacamento militar se cree un nuevo mural en reconocimiento de la lucha por la justicia, así como incluir dentro del currículum nacional base la enseñanza de la memoria histórica del Conflicto Armado Interno.
El Tribunal rechazó la solicitud de las sobrevivientes de elaborar un libro y un documental que cuente sus historias por considerar que serían «revictimizantes». Esto evidencia que sigue pendiente la conversación nacional y local sobre cómo se garantiza que este sufrimiento no se vuelta a repetir.
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