Cangrejeras impulsan veda para recuperar al cangrejo nazareno en Sipacate
Cangrejeras impulsan veda para recuperar al cangrejo nazareno en Sipacate
• Durante décadas, la venta del crustáceo sostuvo la economía de varias mujeres de El Paredón, pero esto dejó de ser así.
• Las cangrejeras, como se hacen llamar, advierten malas prácticas en la pesca de estos ejemplares.
• De hasta 11O docenas que una familia obtenía en un día, 20 años atrás, la cantidad puede llegar ahora a solo cinco docenas.
A Gilma Ruiz ya no le sorprenden los dos grandes muros verdes de manglares que cuidan el canal al que sale a pescar. Lleva 17 años haciéndolo sola, al menos dos veces al día. De sus padres aprendió a atrapar peces, pero también a tejer las redes con las que lo logra.
«Mi esposo pescaba y cuando mis hijos empezaron a crecer, los acompañé. Él fabricó una lancha pequeña y comenzamos a ir al canal», explica en su casa, situada a pocos metros del Parque Nacional Sipacate Naranjo, en el departamento de Escuintla, en la costa Pacífica de Guatemala.
A lo largo de la orilla del parque, los mangles forman verdaderos muros verdes extendidos por todo el canal. En su mayoría es mangle rojo, pero también se pueden encontrar negro, blanco y de botoncillo.
Gilma elige el lugar preciso, deja ahí su lancha azul, en la que caben cinco personas. Hay otras cuantas embarcaciones que, vacías, se mecen en el agua.
Esta vez, además de su pesca usual del día a día, va a ir un poco más lejos. Por tres días, escondidos en aquellos arbustos tropicales que engalanan el canal de Chiquimulilla, irá en búsqueda de los cangrejos nazarenos que solo aparecen durante la temporada de lluvias.
En otro tiempo, en su mente estaría contando las docenas de ejemplares que extraerá, pero ahora la escasez es tal que solo piensa en el día en que se apruebe la veda que las mujeres cangrejeras vienen pidiendo a las autoridades para que la especie pueda recuperarse. La meta de ellas es que se prohíba la extracción del cangrejo durante un año de tal manera que pueda reproducirse y repoblar el manglar, pero los retos son demasiados...
«Sacábamos 100 docenas, ahora ya no es así»
Una vez al mes, durante la temporada lluviosa, que usualmente es de mayo a septiembre, los cangrejos nazarenos, que la ciencia llama Ucides occidentalis y que viven escondidos bajo el barro del mangle, suben a la superficie. Esa temporada, los habitantes de El Paredón la conocen como “pinta”. La conversación gira entonces en torno a cuántas docenas encontró cada persona. «¿Cómo te fue?, ¿encontraste?». «Pocos, pero sí salieron», se escucha cerca del parque nacional y en las casas.
Llegar desde la capital de Guatemala hasta El Paredón, Sipacate, Escuintla, con suerte y sin lluvias toma unas tres horas en automóvil. Es un lugar pequeño, reconocido por el turismo y la oferta de vida nocturna, sobre todo en fines de semana. Allí, los extranjeros encuentran un lugar para divertirse y estar cerca del mar. A El Paredón se va para disfrutar la playa y por ello las mujeres encuentran trabajo en los hoteles, sus cocinas y los pequeños restaurantes.
Es junio y será el segundo mes del año que los nazarenos se dejan ver. «El 11 está haciendo efecto la luna. Hoy tiene que empezar el cangrejo», dice Gilma Ruiz. Ella no sabe explicar exactamente por qué, pero entiende que debe salir a buscarlos en la luna llena, la misma fase lunar en que ocurrió la primera «pinta» del año, en mayo.
Ver a mujeres pescando no es usual en El Paredón, pero cuando llega el momento de cangrejear, son ellas las que prevalecen en el manglar. «Todas nos llevamos bien y somos de la misma aldea. Incluso vienen de otros lados. Es muy bonito porque están aprendiendo también el trabajo de una», sostiene Ruiz.
A sus 40 años recuerda que antes, hace dos décadas, iba tras los cangrejos con toda su familia. Junto a su esposo y sus tres hijos conseguía, al menos, 100 docenas cada día. Lo que seguía era «manearlos», es decir, amarrar los cangrejos en docenas para venderlos más fácilmente. Luego se agrupaban 10 docenas en un costal. En su familia ya tenían clientes fijos a quienes vendían la docena a 10 quetzales, aproximadamente un dólar con treinta centavos.
La cantidad era tanta que conforme pasaban los días de pinta el precio iba bajando. «El primer día lo dábamos a 10 quetzales, después a siete y después lo querían pagar a cinco. Así ya no lo agarrábamos porque había que darlo muy barato», cuenta Sandra Pérez, también cangrejera de El Paredón.
«Nos daba hasta la una de la mañana ‘maneando’ el cangrejo”, recuerda Ruiz. «A las cinco estábamos en pie para volvernos a ir y agarrar más. Eran 100 docenas, 110 docenas. Ahora ya no es así». La cantidad de cangrejos es tan poca que ni siquiera tienen necesidad de «manearlos» para vender. «Era demasiado el cangrejo que había antes. Hoy lo más que agarro son 10, ocho o cinco docenas», lamenta.
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La venta también cambió. Ya no hay clientes que busquen el cangrejo para cocinarlo en sus comunidades o en restaurantes. Hoy son familias de la misma comunidad las que compran los nazarenos para comerlos y recordar la época de bonanza donde cangrejear hacía la diferencia en los ingresos del mes.
Sandra Pérez, de 52 años, recuerda agradecida esos días de hace más de 20 años. «Fíjese que para mí fue de mucha bendición cuando comencé. En ese tiempo conseguíamos 100 docenas al día. Yo ‘maneaba’ hasta 80 docenas en lo que mis hijos iban a traer la otra marea». Cuando Sandra Pérez dice «marea» se refiere a cuando, en las mañanas y las tardes, el nivel del canal crece.
«Nos íbamos a las tres o cuatro de la mañana para cachar los sitios [apartar los lugares], donde sabíamos que íbamos a agarrar más. Era como competencia, todos vivíamos de eso. Aquí, el cangrejo vino a ayudarnos mucho. Yo cangrejeaba y ahorraba ese dinero, pero en ese tiempo se ganaba bien». Sandra salía por las mañanas con sus hijos mayores, Miguel y Manuel, antes de que fueran a la escuela y, al volver, iban de nuevo al canal. Al mes podían conseguir hasta mil quetzales, solo de la venta de cangrejos.
Ese dinero permitió que, siendo madre soltera, invirtiera en la educación de sus tres hijos y en la creación de un negocio. Ahora ya solo lo hace por diversión, a pesar de que, por la baja cantidad que se encuentra, los precios son mucho más altos que hace 10 años: alrededor de 25 quetzales la docena.
En el municipio de San José, la ciudad portuaria de Escuintla, la docena puede llegar a costar el doble.
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Juntas por los nazarenos
Así como Gilma, se puede ver a más mujeres en sus pequeñas embarcaciones navegando a lo largo del canal. Rara vez lo hacen solas, pues suelen ir en familia. Son al menos 20 las que persisten en la práctica y cuidan que otras personas lo hagan de forma responsable.
El cangrejo nazareno forma parte de la Lista de Especies Amenazadas (LEA) del Conap bajo la categoría 3, que lo establece como especie Vulnerable. Al estar dentro de este grupo, se permite el aprovechamiento y comercialización de la especie en su hábitat natural, pero a través de planes de manejo que cuiden su sobrevivencia. Sin mayores precisiones, estos planes se limitan a indicar que el aprovechamiento no debe disminuir el tamaño poblacional de la especie ni su área de distribución. Además, se permite la pesca deportiva o de subsistencia, como es el caso de El Paredón.
Cangrejear requiere destreza, rapidez y buen ojo. Se hace con las manos y a veces con guantes de los que se usan habitualmente para lavar platos o para evitar cortaduras en los aserraderos. Si una de las pinzas de los cangrejos llega a tomar un poco de piel, soltarse no es fácil. Aunque Gilma tiene cicatrices de otras temporadas, decide no usar guantes, confía en su técnica. Hacerlo de esta manera, sin implementos como palas o pequeñas trampas, también es parte de la pesca responsable que promueven las mujeres.
Además del plan de manejo, hay dos reglas autoimpuestas por las propias mujeres. Una es no pescar a las hembras, en especial si están cargadas con huevos. Y la otra medida establecida, es que el tamaño mínimo que deben tener los cangrejos para ser pescados es el de su mano, de lo contrario deben liberarse para que crezcan y puedan reproducirse, al menos una vez, antes de ser extraídos.
Gabriela López es la hija menor de Sandra Pérez. Estudió Trabajo Social y, cada mes, reúne a algunas de las mujeres cangrejeras en el restaurante de su mamá. Ahí reciben charlas de distintos temas como prevención de la violencia contra la mujer, hacen dinámicas, dibujan, pues varias no saben escribir e, inevitablemente, hablan de los cangrejos y cómo les preocupa la forma en la que ahora son recolectados.
En época de pintas, llegan personas de varias aldeas cercanas del municipio de San José, como Los Ángeles, El Chico o desde pueblos del municipio de Monterrico, en Santa Rosa. Usualmente desconocen o simplemente ignoran las reglas establecidas por las mujeres para preservar a la especie. «Se ponen muchas motos parqueadas, como si hubiera fiesta, un baile. El gentío, que no cabe, buscando el cangrejo. Se llevan todo el chiquitillo, las hembras, no dejan nada», dice Ruiz y sus compañeras coinciden.
Según Carlos Velásquez, encargado por parte del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) del Parque Nacional Sipacate Naranjo, las visitas de personas lejanas a la comunidad que llegan a cangrejear ha sido una de las razones por las que implementan monitoreos con los cuales buscan eliminar trampas y asegurarse que la pesca sea manual. Se realizan aproximadamente cada 15 días y es una labor retadora, indica el encargado, porque las personas extraen el cangrejo por necesidad. «Como les afecta el bolsillo, algunas empiezan con amenazas y se vuelve complicado».
Al mismo tiempo, el Conap también realiza trabajos de sensibilización comunitaria, con charlas o explicaciones y, según Velásquez, ha funcionado bien explicar qué es una especie en peligro y las consecuencias legales que pueden afrontar las personas si pescan irresponsablemente.
Personal de la Dirección de Normatividad de la Pesca y Acuicultura (Dipesca), de la Marina Nacional, y de la ONG Fundaeco también hacen monitoreos mensuales en el manglar para desechar trampas y medir a los ejemplares. «La idea es evitar las trampas porque el cangrejito se queda enredado y lastimosamente ya ni lo consumen. Muere y se pierde. Tratamos de hacer conciencia en las personas del daño que causan», dice Rubén Bran, encargado de Pesca Artesanal, de Dipesca.
De acuerdo con información del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, el primero de estos monitoreos mensuales se hizo en abril de este año en el Parque Nacional Sipacate Naranjo, donde tomaron muestra del tamaño, peso y madurez sexual de los ejemplares. Los resultados todavía no son públicos.
A pesar de los esfuerzos, la cantidad de monitoreos no es suficiente para hacer proyecciones, por ejemplo, de la población total. «Según la literatura, en otros países los cangrejos pueden reproducirse tras alcanzar los siete centímetros, así que el dato se tiene en cuenta”, explica Nataly Donis, técnica de Pesca Artesanal de Dipesca, asignada en Sipacate. Sin embargo, “queremos ver en Guatemala cuál es esa talla de madurez sexual y quizá atender una veda, como la que las cangrejeras han pedido».
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La posibilidad de establecer una veda de este tipo está contemplada en el artículo 78 de la Ley General de Pesca y Acuicultura, así que no se descarta, pero para decidirlo se necesita la información de los monitoreos. El espíritu de una decisión así no significa prohibición sino conservación, subraya Bran.
En junio pasado, durante una reunión de las mujeres cangrejeras, se discutió el caso de un hombre proveniente de otra aldea que, al ser cuestionado por llevar cangrejos muy pequeños, respondió que era para dar de comer a sus cerdos. Ellas escucharon indignadas, pues le tienen respeto y afecto a los nazarenos, que les han servido de sustento e ingreso extra.
Es por eso que insisten en que se establezca una veda para prohibir durante un año la extracción de cangrejos y así permitir la reproducción de más ejemplares. Sin embargo, advierten que necesitan agilidad para el proceso. «Primero se van a acabar los cangrejos antes de que hagan algo», dicen.
Las mujeres no dejan de intentarlo, aunque saben que su lucha es a contracorriente.
La deforestación del manglar, otra amenaza
Carlos Velásquez explica que la preservación del mangle es clave para no restringir la pesca de cangrejo a la población, pues reconoce que es un medio de supervivencia. “Todos quieren más de algo para los ingresos de la familia. Entonces no se quiere llegar a prohibir. Aquí ha vivido la gente y ese era un medio de alimento de los bisabuelos y abuelos», y puntualiza que el problema es cuando se comercializa en grandes cantidades.
Dentro del Canal de Chiquimulilla crecen cuatro especies de mangles, pero prevalece el mangle rojo (Rhizopora mangle). De hecho, de acuerdo al Conap, el 80 % del manglar en el país se conforma por esta especie.
Los mangles son vitales en esta zona. La investigadora María López-Selva, del Instituto de Agricultura, Recursos Naturales y Ambiente (IARNA) de la Universidad Rafael Landívar, explica que actúan como una barrera protectora pues regulan la entrada del agua. Por lo mismo, permiten amortiguar, por ejemplo, los efectos de los huracanes.
También conforman un sistema de protección para las especies marinas ya que peces y crustáceos llegan a los mangles para dejar sus huevos que luego se convierten en larvas. «Son viveros de vida marina. Albergan en las primeras etapas de vida a los más frágiles, los protegen, los nutren, los crían. Cuando ya están listos, se van a vivir sus vidas al mar y a reproducirse; se activa así el ciclo necesario para que regresen otra vez a poner huevos y nazcan larvas. Y vuelvan a irse», explica la experta.
A pesar de la importancia de estos ecosistemas, solo el 27 % de los manglares en el país está dentro del Sistema Guatemalteco de Áreas Protegidas (Sigap), de acuerdo con Conap.
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En 2022 el Instituto Nacional de Bosques (Inab), junto a Conap, realizaron una primera aproximación al estado de conservación de los manglares en el país. El análisis se realizó desde el año 2000 al 2020.
Uno de los hallazgos es que los datos entre entidades estatales no concuerdan. Mientras que el Ministerio de Ambiente contabilizó 18 000 hectáreas en 2012, para ese mismo año el Inab-Conap registró 25 000 hectáreas. Según el propio estudio, esta discrepancia dificulta hacer comparaciones a lo largo del tiempo que permitan entender su deforestación o reforestación.
Sin embargo, como parte de esta investigación, en 2011 se comenzó a medir el estado de los bosques de mangles instalando parcelas permanentes, dos de ellas precisamente en el Parque Nacional Sipacate Naranjo. Se estimó la pérdida del 25 % del bosque provocado por la tala.
Conforme avanzó el estudio se instalaron más parcelas permanentes a lo largo del litoral Pacífico y en el Atlántico, mostrando un 30 % de pérdida del bosque en esos sitios escogidos, durante los siete años de la medición.
«El manglar rojo se utiliza para hacer ranchos. También es muy resistente la madera, pues es muy dura y buena para leña, o sea para cocinar en sus casas», explica Vásquez.
...Es la una y media de la tarde y hace mucho calor. Gilma Ruiz lleva una gorra para protegerse del sol, pero no usa repelente porque sabe que, en medio del agua y el sudor por la cangrejeada, no le servirá de nada.
Ha llovido mucho y eso hace que el canal traiga ramas y troncos. Además, el agua está turbia y corre con fuerza por lo que a Gilma le toca usar su remo contra la corriente, empujando fuerte para avanzar y llegar hasta el lugar donde podrá conseguir más nazarenos.
Unos 40 minutos después, llega a uno de los callejones formados por los mangles. La mayoría tiene nombre. Este es el «Bajo de Cecilia», dice.
Baja descalza pues tiene habilidad no solo para pescar cangrejos, también para caminar en medio de los arbustos y en el terreno fangoso. También hay pequeñas ramitas que anuncian el crecimiento de nuevos mangles. Lleva por armas su destreza y, en especial, su paciencia.
En el camino para dar con los nazarenos, hay muchos sonidos: mosquitos, pájaros y otros insectos. Gilma anuncia cuando encuentra hoyos que hacen personas buscando a los cangrejos fuera de la «pinta». Con palas les obligan a salir de sus cuevas prematuramente, alterando el ecosistema.
Esta vez no hay mucha suerte y solo logra encontrar media docena. Mientras retorna, recuerda que antes hasta se podía ver a los cangrejos peleando afuera y se aprovechaba para sacar varios al mismo tiempo.
«Como son pocos, estos nos los vamos a comer herviditos en la casa», dice, mientras corrige la dirección de la lancha.
Con la vista clavada en el horizonte, y sin siquiera esperar la pregunta, se le oye decir: «Me gusta andar en el canal. Se respira aire puro, los árboles dan vida, ando sola, feliz y tranquila».
Ya no va contra la corriente. Solo se deja llevar por ella para regresar a casa.
* Esta historia se escribió en alianza con Mongabay Latam.
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