De esteros a pantanos: el paisaje que se desvanece en las costas
De esteros a pantanos: el paisaje que se desvanece en las costas
Un estudio del IARNA evidencia que varios esteros de la zona marino-costera del Pacífico, donde se crían peces, moluscos y crustáceos que alimentan a comunidades enteras, se deterioran a diario. Desagües municipales y domiciliares, tóxicos, grasas de la agroindustria y restos de animales infestan sus aguas. Los pobladores se surten de un líquido no apto para consumo, mientras los más jóvenes ahora piensan en migrar.
Hablar de las zonas marino-costeras es hablar de la existencia misma. De aves migratorias que eligen descansar en medio de los mangles mientras realizan su viaje con destino al sur. De bosques tropicales que sirven como barreras protectoras ante las tormentas agazapadas en el mar. De peces que nacen y crecen en los esteros, para luego alimentar a comunidades cercanas. Es hablar de un paisaje alimentado de vida.
Pero esa estampa está cambiando.
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En los últimos años, las zonas costeras también se conforman de esteros donde flotan vísceras y huesos de animales; donde la agroindustria y los desagües municipales descargan químicos y aguas negras, al punto de extinguir peces, crustáceos, moluscos y múltiples especies marinas que dejan de dar trabajo y sustento a cientos de pobladores.
Ahora, referirse a dichas zonas es también hablar de aldeas cuyos pozos y fuentes de agua para consumo están altamente contaminados, algunos incluso con heces fecales. Es hablar de comunidades enamoradas del mar, de la flora y de la fauna de los alrededores que están sometidos a graves riesgos ambientales. Ante el deterioro del entorno donde crecieron y de la ausencia de regulaciones que protejan el ambiente, los jóvenes deciden hacer maletas y buscar suerte en otras ciudades.
Un paraíso destruido por la contaminación sin freno
Armando Mejía sonríe mientras navega en las aguas salobres del humedal Manchón Guamuchal, en Retalhuleu. Es presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (Cocode) de la aldea El Chico, comunidad costera que colinda con un estero. Se complace porque sabe que el paisaje es capaz de impresionar a cualquiera. Sus ojos brillan ante los miles de árboles de mangle que lo rodean.
«En Monterrico dicen que hacen tours para enseñarle a los turistas el mangle, pero no se compara ni un poco con lo que tenemos acá», se jacta.
Observa el humedal, escucha la sinfonía de aves migratorias, contempla los mangles que clavan sus raíces debajo del agua y a los pescadores que transitan en sus balsas. Todo esto conforma el Manchón Guamuchal, declarado área de protección especial por su importancia y diversidad biológica.
Es día martes 21 de enero. Luego del recorrido, Armando recuerda cómo ha cambiado la vida para los habitantes de El Chico, una aldea sin energía eléctrica, ni agua entubada.
Cuando navegaba en su balsa contaba de la vida, del mangle y de las bondades del paisaje. Decía que elegía vivir ahí porque la ciudad no le gustaba. Pero ahora se refiere a otra realidad.
«Es un secreto a voces. Muchas personas se han ido a Estados Unidos porque los recursos naturales de nuestras comunidades ya no son los mismos. Mi hijo partió hace seis años. De ahí, sucesivamente, le han seguido unas 50 personas», estima.
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Tiene una lancha, comprada con las remesas que le envían desde California, la cual usa para desplazarse dentro del estero. Allí pesca, aunque su suerte ya no es la de antes.
«Hace 15 años aquí había un pescaderío. Pero el desarrollo del camarón y del pescado ya no se da por el calentamiento del agua. Aparte, lo que nos ha fregado es que la rama de un río que caía aquí la desviaron. Según se sabe, la desviaron para una finca. El rico lo hizo para llenar sus potreros y en el verano meter ganado», asegura.
Horas antes, mientras navegaba en el estero, señalaba partes donde el agua se tornaba color marrón. «Es por descargas que hace una empresa de palma. Ahí los peces ya no crecen. Año con año, se ven diferentes formas de animalitos que se reproducen. Hay uno que parece culebra. Hay pescados que agarran parásitos y los crían en el estómago», explica al consultarle sobre el deterioro.
IARNA comprueba grave deterioro
La contaminación no es solo una percepción. Un estudio del Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (IARNA), de la Universidad Rafael Landívar, tomó muestras en esteros de Champerico y el Manchón Guamuchal, en Retalhuleu, y en Sipacate, Escuintla.
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En el caso del humedal Manchón Guamuchal, los resultados mostraron un deterioro durante la época de lluvia, en agosto, hasta el punto de alcanzar la categoría «inadecuada», lo cual implica agua con muchas restricciones de uso por su alto grado de contaminación.
María Mercedes López-Selva, quien participó en la investigación, explica que esto se debe a corrientes de ríos que ingresan durante el invierno y deterioran la calidad del agua, ya que portan sedimentos provenientes de la deforestación, químicos, grasas e incluso heces fecales que captan de desagües municipales o domiciliares.
Los esteros son «la historia final» de toda la contaminación que proviene río arriba, originada en zonas urbanas que poca o nula relación tienen con comunidades como El Chico.
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«La contaminación de estos ecosistemas repercute en todas las especies que los habitan, incluyéndonos a nosotros, quienes usamos el agua de muchas formas y, al hacerlo, nos exponemos a los contaminantes. Es una irresponsabilidad enviar la contaminación que generamos hacia las costas vecinas y la vida marina», detalla López-Selva.
Degradación acecha a Champericó
Este deterioro es más evidente en zonas como Champerico, en el mismo departamento, donde se ubica el estero Champericó, situado a una hora y media de El Chico. En sus orillas se ven restos de animales muertos, frascos vacíos y mohosos de medicinas e incluso jeringas que amenazan a quien haga un movimiento en falso. Los olores fétidos en el ambiente provocan muecas de desagrado en los visitantes.
«Hemos luchado para eliminar esta contaminación. Algunos vecinos dicen que no tienen dinero para pagar un tren de aseo», refiere Nelson Pinzón, presidente del Cocode de la colonia La Felicidad, que queda en las orillas del estero.
Estos cuerpos de agua son importantes porque forman parte de las actividades diarias de las comunidades, explica el estudio del IARNA. Son vías navegables para el transporte de personas y bienes, espacios en donde se pesca para consumo humano y fuente de agua para necesidades que no pueden cubrirse con el servicio de agua municipal o de pozos artesanales. Sus usos han disminuido por la contaminación excesiva.
Francisco Escobar, de 38 años, es vecino de La Felicidad e interviene para confirmar que su hijo sufrió enfermedades respiratorias. «Hay momentos en que el estero tiene un olor fétido, y no lo siento solo yo que vivo a la orilla, sino que se siente hasta la escuela (a un kilómetro). En una ocasión, una enfermera le dijo a mi esposa que ya la tenía cansada de verlo (al hijo)», se quejó.
Salud amenazada
El deterioro no solo afecta la biodiversidad en las costas. También amenaza la sobrevivencia humana de las comunidades que viven en los alrededores.
Un análisis socioepidemiológico, elaborado por el IARNA, reveló que en los siete departamentos y 19 municipios que abarcan la zona marino-costera -Retalhuleu es uno de ellos-, hay una alta incidencia de enfermedades infecciosas y enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) como cardiovasculares, enfermedad renal crónica, hipertensión, diabetes y cáncer.
«Se ha comprobado que la contaminación del agua por metales pesados, pesticidas, o productos químicos industriales puede tener un impacto directo e indirecto en la prevalencia de ECNT», reza el estudio.
Retalhuleu fue el departamento con mayor mortalidad por enfermedad renal crónica entre 2008 y 2021, con 30 muertes por 100 mil habitantes.
En algunos otros lugares del Pacífico, como en Sipacate, los desagües municipales desembocan directamente en los esteros, según hallazgos del IARNA.
«Los tubos de desagües municipales están en muchos casos a la vista, descargando aguas negras a los esteros, los mismos en donde los niños pescan descalzos, expuestos a aguas que traen heces fecales, grasas, agroquímicos y otras descargas de la industria», puntualiza López-Selva
Ni las purificadoras de agua pasan la prueba
La contaminación también alcanza a las fuentes de agua que comunidades en el Pacífico utilizan para consumo.
En 2024, el IARNA recolectó 30 muestras en pozos artesanales y municipales, y en purificadoras de las comunidades Tres Cruces y El Chico, parte de la cabecera de Retalhuleu; en Champerico, Retalhuleu, y en Sipacate, Escuintla. De estas muestras, solo una resultó apta para consumo humano. Diez de las recolectadas en la época seca y de lluvia del año pasado contenían heces fecales.
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Henry Gómez, de 35 años, es encargado de esta última purificadora que distribuye agua en garrafones a 90 familias. Explica que el sistema fue donado por una misión religiosa estadounidense y ha ayudado mucho porque bajó la cantidad de problemas gastrointestinales
En comunidades como esta, invisibles a los ojos del Estado, satisfacer necesidades básicas depende a menudo de la caridad internacional.
«Algunos dicen: el agua de mi pozo está más dulce que la de ustedes. El agua del tanque viene clarita, como que no tuviera nada, pero al pasar 20 días por ese filtro, usted mete la mano y es el vivo lodo», advierte.
Pero si no fuera por los religiosos, en El Chico se seguiría consumiendo el agua de los pozos, pues no hay planes municipales que prevean llevar agua entubada.
«Las poblaciones humanas alrededor de los esteros, en ambas costas, están en gran abandono. Sobreviven como pueden, sin contar con la infraestructura mínima para garantizar que cuenten con agua potable de calidad óptima, ni servicios adecuados de alcantarillado que traten el agua, previo a que se vierta nuevamente al ambiente», lamenta la investigadora López-Selva.
Comunas se resisten a tratar aguas
Encontrar actores antagónicos en esta historia no es fácil. No lo es porque no se trata solo de uno.
Hay municipalidades cuyos desagües desembocan directamente en esteros donde varios niños se pasean descalzos y otros pescan lo poco que queda.
El Reglamento de las Descargas y Reuso de Aguas Residuales y la Disposición de Lodos (acuerdo gubernativo 236-2006), que establece que las comunas deben contar con sistemas de tratamiento, ha sido prorrogado en más de 10 ocasiones. El año pasado se detuvo por una inconstitucionalidad de la Asociación Nacional de Municipalidades (Anam).
Esta agrupación de alcaldes, criticada por esa oposición, también accionó días atrás contra el reglamento que busca la clasificación de los desechos.
Sebastián Siero, presidente de la Anam, explicó que hay múltiples obstáculos con el reglamento de aguas residuales.
«Somos los más interesados en que se construyan las plantas. Pero las municipalidades no tienen la capacidad financiera. De 340 municipalidades, 300 no tienen esa capacidad», argumentó, y sostuvo que no es factible construir las plantas de tratamiento por los plazos que se manejan.
Siero aseguró que se conformará una mesa técnica con el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN) entre el 24 y 28 de febrero.
El MARN, por su parte, informó por medio de su oficina de Comunicación que junto con la Procuraduría General de la Nación han planteado acciones legales de defensa en el proceso que planteó la Anam, «manifestando el derecho a un ambiente sano establecido en la Constitución».
En las comunidades de Champerico, los vecinos se refieren como responsables a comunitarios que no tienen para pagar un tren de aseo y depositan sus desechos a la orilla de esteros. También mencionan a una empresa camaronera, la cual realiza descargas químicas y de desechos.
En El Chico, Armando Mejía, presidente del Cocode, señala a «los ricos» que desvían el río para sus potreros, a las empresas palmeras que descargan tóxicos y convierten las aguas inhabitables para muchos peces, y al Estado, que ha abandonado a su comunidad, la cual aún no cuenta con energía eléctrica y rara vez recibe ayudas gubernamentales.
La investigadora López-Selva, en cambio, apunta en varias direcciones.
«En este momento todos somos responsables», sentencia,«incluyendo municipalidades, agroindustria, industria de la acuicultura, pequeños y medianos agricultores, salineras… Es necesario establecer reglas claras de descargas e invertir en infraestructura que garantice el tratamiento de aguas».
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Esos esteros y mangles que ofrecen descanso a aves de paso, que sorprenden a los visitantes con sus paisajes verdes, están cerca de convertirse en pantanos.
«Eutrofización», le llaman los científicos, que no es más que la defunción de un cuerpo de agua y de toda posibilidad de existencia en él.
Describir las zonas marino-costeras todavía es pintar un cuadro repleto de naturaleza viva. Pero, cada vez más, también aparecen trazos de deterioro.
Trazos de fango y pantanos nacientes.
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