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Campus central de la Universidad San Carlos de Guatemala./ Foto: Emmanuel Andrés

Tránsito vehicular dispara contaminación del aire en universidades

«A diferencia de otros países, aquí el flujo vehicular es el que nos impacta. Es tan fácil como ver el humo de las camionetas», afirma Sergio Jiménez, ingeniero de Ecoquimsa.
«La exposición prolongada está asociada con mayor incidencia de enfermedades crónicas como cáncer de pulmón, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y accidentes cerebrovasculares», advierte el IARNA.
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Tránsito vehicular dispara contaminación del aire en universidades

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En las cercanías de varios campus universitarios, una red de sensores rápidos de un laboratorio privado detecta niveles de toxicidad hasta seis veces arriba de los mínimos establecidos por la OMS. Los datos de 2024 revelan que mayo tuvo los peores índices del año.

Cada mañana, miles de estudiantes arriban a las principales universidades en la Ciudad de Guatemala. En su trayecto, confluyen en terminales como El Trébol o la Central de Mayoreo, repletas de buses, taxis y vehículos particulares que cubren las paradas de abordaje con denso humo grisáceo.

Los futuros profesionales quizá sospechen que en esos puntos respiran aire contaminado. Pero es muy probable que ignoren que lo mismo ocurre en sus campus, aunque estén rodeados de árboles, plantas y flores. 

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En el trayecto y en los propios centros de estudio han respirado partículas contaminantes hasta 30 veces más pequeñas que un cabello, con capacidad de provocar enfermedades como cáncer o afecciones respiratorias.

Según una red de sensores rápidos, en algunas sedes universitarias se respira aire con niveles de contaminación que superan por  mucho los parámetros que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera «buenos» y podrían producir efectos mortales para la salud humana a largo plazo.

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El principal contaminante, según químicos e ingenieros ambientales, es el tránsito vehicular de la ciudad, máxime el que se genera en horas pico en puntos como El Trébol y las calzadas San Juan y Roosevelt, entre otras.

«El humo, ya sea de camionetas, de fuego o de cigarro, no son gases sino pedacitos pequeños de materia. Entre más pequeñas sean, más entran en los pulmones. Las de mayor preocupación en términos de salud pública son las que tienen un diámetro de 2.5 micrómetros (abreviadas como PM2.5). Por su tamaño tan pequeño, penetran el interior de los pulmones, llegan a los alveólos y ahí se pueden anidar. Eventualmente, pueden causar cáncer», explica el viceministro de Cambio Climático, Edwin Castellanos.

Se trata de un problema invisible a los ojos, pero con efectos mortales y que nadie advierte. 

Mayor alza ocurrió en mayo

El Laboratorio Ecoquimsa, una empresa que provee servicios ambientales y de salud ocupacional, instaló en distintos puntos de Mixco y la Ciudad de Guatemala una red de 11 sensores de monitoreo de bajo costo, en tiempo real, fabricados por PurpleAir. 

De estos, tres se ubican en los principales campus universitarios en la capital, o cercanos a estos. Específicamente, en el edificio T10 de la Universidad de San Carlos, zona 12; en la Universidad del Valle de Guatemala, zona 16 (contigua a la Universidad Rafael Landívar), y en la Universidad Galileo, zona 10 (a la par de la Universidad Francisco Marroquín).

Aunque estos equipos no tienen las características de estaciones de medición con fines regulatorios y ante la falta de una red pública de monitores, son las únicas que ofrecen un diagnóstico aproximado de la calidad del aire. Miden partículas de 2.5 micrómetros (PM2.5) suspendidas en el aire, cuyo diámetro es hasta 30 veces más pequeño que el de un cabello humano y, por su fineza, pueden entrar al torrente sanguíneo.

Durante 2024, los sensores reportaron una peor calidad del aire en la época seca, entre enero y mayo, y,  durante las lluvias que caen a partir de junio, una mejora. 

«La exposición repetida o prolongada está asociada con mayor incidencia de enfermedades crónicas como cáncer de pulmón, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), enfermedades cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares», advierte el Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (IARNA) en su reciente artículo titulado: Cuando el humo se disipa, la atención también: Breve historia de una crisis permanente. 

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Durante 2024, los picos de contaminación más altos ocurrieron en mayo. En la Universidad Galileo se reportaron hasta 60 PM2.5 por metro cúbico de aire. Esta cantidad supera seis veces los límites permisibles de la OMS (0-12, calidad «buena») y se clasifica como «insalubre».

Quiere decir que «toda la población puede experimentar irritación de ojos, nariz y garganta; así como tos, estornudos, dificultad para respirar, agravamiento de síntomas asmáticos, incremento de infecciones respiratorias, dolor de cabeza y mareo», advierte el IARNA, centro adscrito a la Universidad Rafael Landívar.

Ese mismo nivel de contaminación se registró en el resto de estaciones, ubicadas en puntos como el Laboratorio Nacional de Salud, en zona 1; Cañadas de Elgin, zona 13; Municipalidad de Mixco; Cámara de Industria, zona 4, y en la sede del Ministerio de Ambiente, zona 13.

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Este año, la tendencia al alza se repitió durante el primer trimestre, con una leve caída en abril. El sensor de la Universidad Galileo, cercano a la Francisco Marroquín, reportó en marzo una calidad de aire insalubre para la población en general, con concentraciones de 58 PM2.5 por metro cúbico de aire. 

Estas partículas, además, son altamente peligrosas porque «actúan como vehículos para otros contaminantes tóxicos que se adhieren a su superficie, como metales pesados y compuestos orgánicos», se advierte en el citado boletín del IARNA.

La calidad de este marzo se agravó respecto al mismo mes de 2024, cuando únicamente se consideró «insalubre» para grupos sensibles; es decir, personas con problemas respiratorios o cardíacos, niños y ancianos.

El sensor ubicado en la Universidad del Valle, contiguo a la Universidad Rafael Landívar, y el de la Usac, reportaron en marzo pasado un promedio de 23 PM2.5 (más del doble del límite permisible), considerado aceptable para la población en general, pero con riesgo para personas extremadamente sensibles.

«La exposición constante al aire contaminado puede reducir el rendimiento académico, ya que las afecciones respiratorias disminuyen la capacidad de concentración y afectan negativamente su desempeño. Se ha observado que exposiciones constantes, provocan disminución en la función pulmonar, afectando también el rendimiento físico», explicó la investigadora Gabriela Alfaro, del Centro de Estudios Ambientales y Biodiversidad de la Universidad del Valle.

No es posible compararlo con 2024, ya que Ecoquimsa aún no había instalado los monitores en estos puntos.

«Lo destacable es que nadie está hablando de esto. El tema de la calidad del aire pasa desapercibido y solo se habla cuando hay incendios en vertederos o incendios forestales, pero es una cuestión cotidiana cuando nos movemos por todas las arterias de la ciudad», subraya Raúl Maas, experto del IARNA. 

Emisiones vehiculares en la mira

Sergio Jiménez, ingeniero de Ecoquimsa, explica que, para Guatemala, el principal factor contaminante es el tráfico vehicular y la falta de mantenimiento de los vehículos. 

«La mala calidad del aire empieza desde la mañana, cuando vemos los picos. Luego baja y, al mediodía, vuelve a incrementar otro poco; al final de la noche, igual. A diferencia de otros países, aquí el flujo vehicular es el que nos impacta. Es tan fácil como ver el humo de las camionetas. Todo vehículo que utilice motor de combustión generará emisiones, pero se agravará si no se le da un mantenimiento adecuado», detalla.

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En la Ciudad de Guatemala hay actualmente 884,178 vehículos activos, que representan el 15 % del total a nivel nacional. De estos, 7 de cada 10 son modelos anteriores a 2010.

El problema se agrava ya que no hay un reglamento que controle la emisión de gases de esos vehículos. 

La Ley de Protección y Mejoramiento del Medio Ambiente, que data de 1986, estableció que se debía emitir un reglamento que controlara la emisión de gases contaminantes, pero durante más de 20 años esta obligación legal se ha incumplido por los gobiernos de turno, explica Gustavo Estrada, investigador del IARNA. 

«Se deben generar condiciones previas (para normar). Se debe crear conciencia en la población a través de publicaciones y debates públicos. Luego, se debe monitorear, porque no tenemos una red pública de monitores. A partir de ahí, se debe normar», señala.

Jiménez, de Ecoquimsa, agrega que en países como Estados Unidos, los vehículos deben tener un certificado de emisiones para controlar que no contaminen en niveles peligrosos, pero eso no sucede en Guatemala.

Consultado al respecto, el viceministro del Cambio Climático asegura que, este año, se prevé publicar un reglamento que determine los parámetros de aire seguro e insalubre. También se trabaja en una regulación específica para transporte y otra para la industria, las cuales se espera que entren en vigor el año próximo.

«Desafortunadamente, vivimos en una sociedad que está acostumbrada a no tener reglas», lamenta el funcionario.

Añeja desatención

El Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN) cuenta con una unidad encargada de evaluar la calidad del aire, pero hasta el gobierno anterior solo tenía una persona contratada y no contaba con equipo. Según el viceministro, actualmente hay cinco personas contratadas.

Informó que recién se adquirieron cuatro monitores con fines regulatorios por 2 millones de quetzales. En los últimos 20 años, la institución no contó con ninguno.

El primero se instaló en la calzada Roosevelt y se suma a los otros dos que posee el Insivumeh en la ciudad, uno cerca del aeropuerto La Aurora y otro en sus instalaciones. Estos, sin embargo, aún son insuficientes para diagnosticar la calidad del aire en las 22 zonas de la ciudad.

El funcionario enfatiza que es necesario fortalecer la red pública de monitoreo, ya que algunos equipos, como los de Ecoquimsa, son de bajo costo y no brindan datos precisos.

«Cuando uno instala estaciones de alto nivel en un área metropolitana, tiene que establecer una red siguiendo parámetros internacionales. No se puede poner en cualquier lugar. Muchos de estos sensores, desafortunadamente, están colocados demasiado cerca de puntos de tráfico muy cerca de la calle, pero los estándares internacionales dicen que no es correcto porque están sobreestimando la contaminación porque uno no vive en banqueta», cuestiona Castellanos. 

Empero, más allá de los sensores de Ecoquimsa, existen otras iniciativas como la del Laboratorio del Aire de la Usac, adscrito a la facultad de Química y Farmacia, que también ha diagnosticado una mala calidad del aire en la ciudad. 

Este laboratorio publicó informes anuales, con base en una red de sensores que sí tienen las características de aparatos regulatorios, aunque solo lo hizo de 1994 a 2019, explica su director Edwin Taracena.

Las estaciones se ubican en el edificio T10; en el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (Incap), zona 11; en el Insivumeh, zona 13; en el Musac, zona 1, y dos en la calzada San Juan.  

Por los altos costos de operatividad, solo toman datos una vez al mes, pero en sus informes se concluye que los niveles de contaminación son altos.

«Las estaciones con mayor afluencia vehicular son las que presentan mediciones que superan los valores guía en la mayoría de los contaminantes, como el caso de la estación del Incap y las de la calzada San Juan, donde la mayoría de las mediciones realizadas en el año sobrepasan los límites para PM2.5, lo cual es un indicativo de la mala calidad del aire de estas zonas producto de la cantidad de tráfico vehicular», advirtieron en su informe de 2019.

Taracena coincide en que es urgente fortalecer la red de monitoreo y emitir los reglamentos pendientes, ya que es un tema desatendido históricamente por los gobiernos.

«No sé si es falta de voluntad política o, sencillamente, no se ve el impacto que tiene la contaminación del aire a mediano y largo plazo en la población, pero se ha trabajado muy poco. Se encienden las alarmas cuando tenemos eventos como los incendios de AMSA o los incendios forestales, pero no se hace mayor cosa», lamenta Taracena.

Alfaro, del Centro de Estudios Ambientales y Biodiversidad, agrega que las personas pueden tomar medidas individuales, como el uso de mascarillas o evitar actividades al aire libre en momentos críticos, pero mientras no existan regulaciones y sistemas de alerta, el riesgo persiste.

«En muchas ocasiones ignoramos estar expuestos al aire con altos niveles de contaminación, lo que nos impide como individuos tomar medidas preventivas. Es de gran importancia contar con reglamentos claros y aplicables; de lo contrario, la contaminación aumentará sin consecuencias para los grandes emisores», apunta la investigadora.

Mientras tanto, los grupos más vulnerables, como niños, ancianos, mujeres embarazadas y personas con enfermedades respiratorias, así como los futuros profesionales universitarios, respiran de todo, menos aire fresco.
 

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