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Pedro Costa Mora, sociólogo, politólogo y ambientalista español.

Pedro Costa: «Recurrir al agua envasada me parece un fracaso absoluto del país entero»

«Los cultivos que demandan demasiada agua no deberían convertirse en bienes de exportación».
«El huracán puede haber aumentado su potencia dañina, pero la verdadera salvaguarda no es tecnológica... Hay que consolidar el vínculo social».
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Reportaje
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Pedro Costa: «Recurrir al agua envasada me parece un fracaso absoluto del país entero»

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Guatemala, un país vulnerable a fenómenos como el cambio climático y al juego de poderes en el escenario internacional, se debe fortalecer con educación popular «y un altísimo grado de solidaridad», destaca el ambientalista español. Cuestiona la agroindustria de los monocultivos y el extractivismo por ser modelos agrarios inviables entre una población empobrecida. «El suelo agrícola no sobra», enfatiza.
 

Pedro Costa Mora es sociólogo, politólogo y ambientalista español. En 1998 ganó el Premio Nacional de Ambiente de España. Visitó el país para impartir un ciclo de conferencias titulado: «El Futuro de la Casa Común», en la Universidad Rafael Landívar.

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En esta entrevista, habla sobre los problemas ambientales latentes en Guatemala, el rol de actores económicos en la degradación ambiental y los retos de cara al futuro. Aborda los impactos de la llegada al poder de presidentes como Donald Trump, en Estados Unidos, y afirma que la solidaridad es la única vía para fortalecerse en contextos globales complejos.

—¿Qué retos en materia ambiental puede destacar en Guatemala de cara al futuro? 

—Como visitante, me siento preocupado por dos cosas. Una es la contaminación de las aguas en un país en el que llueve mucho. Siempre me ha llamado la atención que no se pueda beber el agua de la casa y haya que recurrir al agua envasada. Eso me parece un fracaso absoluto del país entero, de los dirigentes y de la gente común que contribuye a la contaminación con su comportamiento y porque no protesta lo suficiente. Es una contradicción que haya abundancia de agua y no se pueda usar para consumo humano.

Y me llama mucho la atención también la omnipresencia de la basura en las orillas de las carreteras y en los propios cuerpos de agua. Parece que la gente acaba de almorzar o de hacer una fiesta y todo lo que sobra lo deposita a un metro de donde está. Ambas cosas tienen como origen, para mí, fundamentalmente la educación popular. 

—Según datos del Gobierno, el 90 % de los cuerpos superficiales de agua están contaminados. No sirven ni siquiera para fines recreativos. ¿Cree que esto es reversible?

—Esas dos contaminaciones son reversibles. Los cuerpos de agua superficiales están contaminados, pero los acuíferos también. Están íntimamente relacionados y, si se arreglan las aguas superficiales, se arreglan los acuíferos también. Pero no solo se debe aportar tecnología, sino se deben depurar las costumbres y la conducta que decíamos antes, eso se resuelve. Va a exigir dos o tres generaciones.

—Antes de hablar de la gestión de desechos… Usted sabrá que en Guatemala no hay una Ley de Aguas y actualmente se discute una iniciativa. ¿Qué tan importante es este instrumento legal para preservar la calidad de las aguas?

—La primera Ley de Aguas en España es de 1885 y la segunda ha necesitado un siglo, 1985-86. Fundamentalmente, la resistencia (proviene) de los que se apropian del agua por las buenas o por las malas porque no quieren que haya una norma que, inevitablemente, va a establecer que el agua es un bien común y que, por definición, es propiedad pública. Eso se convierte en un eslogan subversivo en cualquier país.

—En Guatemala, según estudios, más del 60 % del agua es utilizada por la agroindustria y el riego agrícola. Aquí hablamos específicamente de caña, palma de aceite, café e industrias como los textiles. ¿Cómo puede superar el gobierno la capacidad de veto que puedan tener estos actores ante una Ley de Aguas?

—El poder siempre puede. Por definición, el poder político debe tener libertad mínima para actuar en favor del interés general. El poder se estructura así y la sociedad necesita un poder político.

Los cultivos que demandan demasiada agua no deberían convertirse en bienes de exportación. Esta crítica la hago continuamente a las producciones masivas. Cuando las economías se convierten en economías exportadoras, ya empezamos a trastocar todo. Cuando exportamos palma africana, estamos exportando un producto que llega al consumidor limpio, pero nos hemos quedado aquí con escasez de agua, destrucción de suelo, contaminación del aire por agroquímicos y explotación de trabajadores. No solo se trata de conseguir divisas, es algo más profundo desde el punto de vista ambiental y ético.

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—Hace unos meses publicamos un reportaje respecto a una posible expansión de cultivos como palma africana. Según el gobierno, alrededor de 100,000 hectáreas cultivadas actualmente con granos básicos son propicios para el cultivo de palma. ¿Qué precedente sentaría cambiar el uso de esas tierras para monocultivos?

—Eso sería un crimen. No es un fallo de política agraria, es un crimen porque este país pasa hambre. Es un país con un déficit alimentario importante y subalimentación en las poblaciones más jóvenes. Transformar el suelo y hacer que pase de cultivos que sirven para la alimentación, a cultivos como la palma que produce un fruto que se convertirá en combustible para los automóviles norteamericanos, es el colmo.

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—¿Hay algún escenario en que la agroindustria o la industria extractiva sean viables en Guatemala?

—¿Cuál puede ser el escenario? ¿Que nos sobrara minerales o suelo agrícola productivo? Es que el suelo agrícola ni sobra, ni mucho menos va a sobrar en el futuro. Claro, supongo que es una polémica que está continuamente en los medios de comunicación, en la sociedad o gobierno, pero son polémicas que siempre controla el sector empresarial y que inducen ellos mismos porque ese es su negocio y, por lo tanto, lo defienden con teorías estrambóticas. ¿Pero cómo va a beneficiar al país transformar el suelo de producir cereal a producir un producto energético? ¿Se compensaría con los ingresos que se reciben por exportar la palma africana? Pero esos ingresos van a parar a las empresas y, si además procuran no pagar impuestos, como pasa con el extractivismo, eso no es serio.

—Usted recién mencionaba el tema de la basura. Hace unos meses, hubo una crisis política de gran escala porque el gobierno intentó promover un reglamento para separar los desechos desde su origen. Hubo una oposición de sectores como los recicladores de vertederos que temían perder ingresos. ¿Cómo se puede superar ese problema?

—(Ríe) Es una anécdota que no me la habían contado nunca. Carece de sentido. En Europa se hace una segregación de desechos y productos diferenciados. Eso es lo civilizado. Ha costado años y costumbres en una generación. El problema de los desechos, orgánicos y no orgánicos, es tan inmenso que hay trabajo indefinido para miles de personas, de modo que no se deben de preocupar por esa competencia con los hogares.

Todo eso (los desechos) hay que reordenarlo, seleccionarlo y darle una solución tecnológica.

—Esto se encuentra inmerso en un contexto global que es el cambio climático. Guatemala, de hecho, es uno de los países más vulnerables en el mundo ante algunos efectos del cambio climático, como los eventos extremos. ¿Hay formas de que países como estos puedan fortalecerse?

—Bueno, cuando pasan los huracanes yo siempre comparo el caso de Cuba y Estados Unidos. En Cuba casi nunca hay muertos. ¿Cómo se las ingenia? Con una gran educación popular y con un altísimo grado de solidaridad. Serán pobres, pero tienen esa educación y solidaridad entre vecinos.

En Estados Unidos, donde reina el individualismo y los intereses privados, y no funcionan las redes públicas de protección, como en Cuba y en otros países —tampoco es una excepción total Cuba—, cada vez hay más muertos y más víctimas. El huracán puede haber aumentado su potencia dañina, pero la verdadera salvaguarda no es tecnológica. Es que la gente esté preparada, no solamente con medios técnicos, sino que sepan apoyarse. Hay que consolidar el vínculo social.

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—¿De qué forma cree que impacta a países como Guatemala el ascenso al poder de líderes como el presidente Donald Trump que son negacionistas del cambio climático?

—Todo el mundo está sufriendo, pero el patio trasero de Estados Unidos, que son ustedes, más todavía. Lo primero que ha hecho es generar un conflicto migratorio absolutamente inmoral. Yo diría criminal. Puede haber políticas concretas que afecten más o menos respecto al cambio climático. Es que no está dispuesto a tomar medidas, ni a abandonar el uso energético del carbón. Todo lo contrario, quiere rehabilitar minas de carbón, nuevas centrales nucleares… La contaminación que va a generar Estados Unidos repercutirá. No podemos saber en qué medida, pero claro que va a repercutir y el primer ámbito de perjuicio y degradación es el propio continente.

—Valiéndonos de su formación política y social, ¿qué rol cree que debe jugar el periodismo ante estos contextos? 

—El periodismo, si no es libre, no sirve de nada. Si es libre, es un arma fundamental a favor de la dignidad del país. El periodismo que está convencido que su misión es social es un instrumento de poder y progreso. No hay uno igual, ni siquiera las instituciones políticas.

—Usted ha venido a impartir un ciclo de conferencias titulado: «El Futuro de la Casa Común». ¿Cómo resumiría sus mensajes centrales?

—Se me ha propuesto desarrollar temas combinados. El análisis global de tipo geopolítico, en un momento en el que no podemos ignorar lo que sucede a escala política internacional, mezclado con los retos y los programas ambientales que están cada vez más unidos.

La idea ha sido ofrecer una perspectiva amplia. Hay que tener en cuenta que nos ha caído como castigo Trump, y la geopolítica es así: los Estados Unidos, acostumbrados, después que desapareció la Unión Soviética, a la hegemonía de una sola potencia, ahora tienen que negociar con otras dos, por lo menos, que son Rusia y China. No quieren reconocer que acecha la decadencia de la potencia norteamericana. Todas las potencias han nacido, desarrollado y desaparecido.

Todo eso debe ser una llamada. A la prudencia y a no seguir generando conflictos. Toda esa cultura general la debe adquirir el abogado, el ingeniero, el filósofo, el agrónomo.
 

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