He de decir que para ser héroes estaban bastante solos. Podríamos incluso decir que más que solos parecían abandonados: exgenerales y coroneles, sus familias y representantes legales, y uno que otro lunático. Parecían no entender, o no querer entender, que el tiempo no es necesariamente lineal, que la historia nunca la es totalmente, que ley y justicia no son, en muchísimas ocasiones, sinónimos. Pero la protesta fue notoria, no tanto por lo que esta gente afirmaba sino, más bien, por lo que no estaba ahí, por todo aquello que estaba ausente. En primer lugar, la falta de apoyo abierto de la población. No dudo que haya mucha gente que está de acuerdo con la versión oficial, pero creo que hemos llegado al punto en que muchos, aunque estén de acuerdo, prefieren no mostrarlo abiertamente, prefieren no darse color, les preocupa el qué dirán, pues. Y en esta coyuntura, esto es señal de que algo se ha avanzado.
Pero quizás más importante fue, como ha sido ya comentado, la ausencia casi absoluta de soldados, aquellos que, según las pancartas, hicieron posible que hoy vivamos en plena y gozosa libertad. Si tanto hay que agradecerle a los soldados, ¿por qué brillaban por su ausencia? Entiendo que poner en las pancartas “gracias a nosotros…” en vez de poner “gracias a los soldados…” no sonaba muy bien que digamos, pero aventuro una interpretación más subliminal. Si de algo se han sabido cuidar estos supuestos “héroes” nacionales, es de deslindarse de las atrocidades cometidas durante el conflicto, al decir que fueron los mandos bajos y la tropa los que actuaron por iniciativa propia; es decir, que ellos, los altos mandos, nunca ordenaron las masacres o desapariciones. Fueron, en el argot que tanto les gusta repetir, “excesos” cometidos por elementos que se extralimitaron en sus funciones. Sabiendo de antemano que cualquier ejército funciona bajo una línea de mando autoritaria, vertical y jerárquica, no se puede admitir que los actos “buenos” fueron llevados a cabo por los altos mandos, los supuestos héroes, y deslindarse al mismo tiempo de los “malos” actos, de los llamados excesos.
En otras palabras, decir “gracias a nosotros por lo bueno” es admitir, implícitamente, que todo lo malo —las masacres, las desapariciones, los pueblos arrasados, etc.— también fue “gracias a nosotros”. Es la inversión de esta lógica la que fue plasmada en las pancartas: si hay que agradecerle a los soldados (y los mandos medios y bajos) por lo bueno, los responsables de lo malo también son ellos y no nosotros, los excoroneles y generales, los que planeamos desde los cuarteles las estrategias y tácticas que ellos —los soldados y los mandos medios y bajos— implementaron excesivamente. Deslindarse de lo supuestamente bueno y endosárselo a los soldados implica necesariamente perder el estatus de héroes pero, aquí está la clave, implica también lavarse las manos y deslindarse de cualquier responsabilidad por lo malo. Y los soldados siempre lo supieron: a la hora de los trancazos, a la hora de repartir responsabilidades, los altos mandos les, metafórica y literalmente, echarían el muerto. De ahí que brillaran por su ausencia.
Que quede claro, que cualquiera que haya participado en las atrocidades cometidas durante la guerra, sin importar si seguía o dictaba órdenes, es responsable de sus actos; pero es de cierto modo entendible, que los soldados de antaño se sientan profundamente abandonados y traicionados; tan abandonados y traicionados como los altos mandos se sienten hoy con respecto a las élites económicas que los usaron para promover sus intereses y luego, cuando la cosa se puso peluda, cuando la comunidad internacional empezó a presionar (al menos discursivamente) porque se respeten los derechos humanos, cuando la guerra misma dejó de ser buena para los negocios, los abandonaron y dejaron a su suerte. Y esta, entre todas las ausencias, ha de ser la que más les duele a los “héroes” que marcharon hace unos días: les prometieron protección eterna y una vejez tranquila y no les cumplieron. “Excesos” del capitalismo, de la oligarquía, de la violencia estatal, del sistema mismo, supongo; “excesos” que no son, en realidad, la excepción sino la norma.
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