Tiene tapas de color azul y lleva el escudo nacional de color dorado en el centro. Antes me gustaba ver los sellos en sus hojas. Hoy, que me molestan los sellos y las fronteras impuestas, me cuestiono acerca de ese acto breve, sutil, terrible que significa que alguien ponga un sello en tu pasaporte. Que la tinta quede firmemente asentada en el papel mediante un movimiento seco, que el funcionario te diga «bienvenida; que disfrute su estadía» o que no te diga nada porque usualmente te atiende de mala gana, estampa el sello, te devuelve el documento y «que pase el que sigue».
Soy uruguaya, dice mi pasaporte. Nací en un abril de los 70, un par de años antes del autogolpe de Estado. Y soy migrante. Me fui del paisito a los 16 años con un par de maletas. Crucé el charco. No necesité pasaporte porque al país vecino se ingresaba solo con la cédula (y permiso de menor, claro). Allá me asenté, estudié, me hice adulta, me gradué, hice amistades, tuve una hija, viajé. Y volví a migrar.
Vine a Guatemala con unas maletas más grandes. Esta vez sí necesité pasaporte. «Bienvenida», «90 días de estadía», «pase». Pasaporte sellado. «¡Que disfrute su estadía!». Aquí también me asenté, acumulé juventud, me hice más adulta, estudié y tuve otra hija. Aquí vivo y ya no viajo tanto.
Migrar es un derecho, pero solo para quienes tenemos el privilegio de contar con un pasaporte occidental o con los recursos económicos para pagar una visa. O ambas cosas. Para las personas de escasos recursos económicos que no pueden pagar el valor de la visa, migrar nunca fue un derecho. En ese caso, toca guardar el pasaporte, romper la solicitud de visa y viajar de mojado, como lo hacen miles de personas migrantes que no reciben un sello en la hoja de su pasaporte, sino un «te negamos la visa» así, sin más explicación, y «que pase el que sigue».
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El poder de sellar, el poder de negar, el poder del pasaporte. Porque su poder está en el color, y «su color es como el color de la piel»: no lo escoges, pero te condiciona, explica Marta Sánchez, presidenta del Movimiento Migrante Mesoamericano. Te condiciona porque no todos los pasaportes tienen el mismo «poder de circulación», como plantea Simona Carnino en El poder del pasaporte, un documental que ella dirigió y que podremos ver el próximo miércoles 2 de octubre en el Centro Cultural de España.
El documental, producido entre Guatemala y México, cuenta el viaje a Estados Unidos de tres mujeres, María, Petrona e Isabel, y de una familia maya ixil, que, despojadas de sus derechos en la tierra donde nacieron, se ven forzadas a migrar a través de las rutas manejadas por los coyotes. Cuenta historias de cuerpos que el sistema pretende descartar y de cuerpos que se resisten a ser desechados, relatos de pobreza, de desesperación, de huida y de violencia transnacional donde se trenzan la ignominia y la esperanza.
Después de ver el documental nos quedaremos conversando con Úrsula Roldán Andrade, Feliciana Herrera Ceto, Francisco Marroquín Velasco y Linda de León sobre la migración forzada, la relación con la historia reciente y las causas estructurales de la migración, así como sobre las posibilidades de forjar una transnacionalización que se enfrente a la barbarie y a la muerte para generar sororidad, empatía y redes de cuidado.
Porque al final, aunque no les guste a los señores del poder, a los de los sellos y a los de los pasaportes y las visas caras, migrar es un derecho y, mientras sigan existiendo las fronteras impuestas y la migración forzada, habrá que seguir diciéndoselo. Hasta que sea cierto.
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