José, Rosa y Eduardo: la vida a paso lento por las calles de Ciudad de Guatemala
José, Rosa y Eduardo: la vida a paso lento por las calles de Ciudad de Guatemala
Caminar en el centro de la Ciudad de Guatemala significa esquivar carros y motocicletas, sortear su humo, ver a decenas de vendedores informales y en pocas cuadras encontrar a más de una persona de la tercera edad vendiendo dulces, manías o llevando un cartel para pedir dinero.
Entre el ruido de la ciudad, las y los adultos mayores van a paso lento entre una multitud que parece que no los ve. Sus historias y necesidades se pierden en un país que envejece y, aún así, los olvida sin garantizarles mejores condiciones.
Cada mañana José Ecuté engrapa pequeñas bolsas con manías y dulces a un cartón. A sus 75 años camina casi tres kilómetros, desde la zona 6 hasta el centro de la zona 1 en la Ciudad de Guatemala, para venderlas. Cada bolsita cuesta un quetzal y debe vender suficientes para reunir los 400 que paga por la habitación donde vive y para comprar alimentos que la dueña del inmueble le ayuda a cocinar. En su pequeño cuarto están todas sus pertenencias: un colchón, dos fotografías, dos gorras, dos camisas, un pantalón y dos pares de zapatos. También tiene un pequeño radio viejo, pues le gusta escuchar marimbas.
José fue un joven energético y trabajador, hijo de una familia que tuvo 12 hijos. Solo pudo estudiar hasta sexto primaria y en su juventud aprendió a conducir. Eso le aseguró un trabajo durante décadas. Todo cambió cuando sus ojos se llenaron de cataratas y solo pudo costear la operación de uno. Vive parcialmente ciego del ojo izquierdo y ahora no tiene licencia de conducir ni un trabajo más estable.
En la actualidad, sus únicas fuentes de ingresos vienen de los dulces que vende en la calle, de la caridad de quienes lo ven caminando por la ciudad y de la amistad con uno de sus vecinos, un veinteañero que recolecta electrodomésticos descompuestos para extraer el cobre y venderlo como material reciclado.
En la pandemia, José fue una de las personas que, con un retazo de tela blanco salieron a las calles para pedir ayuda. A esta iniciativa se le llamó las «banderas blancas».
«Me daba pena pedir dinero, así que una hija me regaló una máquina para pegar las bolsas de plástico y llenarlas de manía. A la gente le gusta más eso y de buen corazón me ayudan», cuenta.
A José se le humedecen los ojos. Fuera de su vista, dice, está saludable. El hombre de la tercera edad recuerda con tristeza que tenía una casa propia que tuvo que dejar porque lo extorsionaban. La propiedad está abandonada.
«No todos tenemos la dicha de tener lo que necesitamos, entonces debemos buscar la forma de encontrar la comida y gracias a Dios he encontrado formas de alcanzar esa ayuda», relata.
Una repostera sin estufa
Rosa María de Flores camina con pasos lentos y pesados. Tiene 63 años y vive sola en una vecindad de la zona 6, en un pequeño y frío cuarto donde solo tiene una cama, una estufa que no funciona y un par de maletas con ropa de segunda mano que vende en el mercado local.
Cada mañana le pide a su arrendataria que le permita cocinar algo para el desayuno. Luego va a un parque cercano para hacer ejercicios que le ayuden con su movilidad y, tras eso, prepara los objetos o prendas que pueda vender en la calle con la esperanza de recolectar el dinero para pagar su renta y quizás, eventualmente, reparar su estufa. En ella preparaba postres, como aprendió en un curso en el Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap), para venderlos calientes en la calle, algo que le permitía tener más ingresos.
Durante las tardes y noches, Rosa prende un radio que encontró en un paquete de enseres que le regalaron para vender. Con un poco de música ocupa el tiempo en hacer adornos o centros de mesa con envases de vidrio de café, botones, CD’s viejos o cualquier objeto que tenga a la mano. También los vende para costear sus alimentos.
«Cuidar mi salud es lo que más me empuja a salir a vender», dice Rosa.
Caminar en la calle para no morir
Eduardo Gómez López tiene 82 años y es originario de Santa Rosa. Cada madrugada sale de una pequeña habitación en la zona 1, donde vive solo para caminar a paso lento en las calles y recolectar monedas que le dan quienes van con prisa a sus trabajos. Luego, Eduardo se dirige a la Iglesia La Parroquia Santa Cruz, en la zona 6, a la parada de buses donde los conductores ya lo conocen y le dan permiso de subirse a pedir dinero.
Al igual que José y Rosa, conseguir dinero en la calle es su única fuente de ingresos ahora. Eduardo fue albañil y plomero, pero por su edad y problemas de salud ya no encuentra trabajo.
«Salgo a conseguir monedas para mi comida y para la renta, que son 400 quetzales mensuales. La gente me conoce en la calle, me llaman abuelo, y me ayudan», relata.
Eduardo evita estar de noche en la calle y trata de volver a su habitación como mucho a las cinco de la tarde. A las 7 suele estar ya dormido en ese cuarto donde no hay más que un colchón, una mesa y un par de prendas de vestir.
«Para mí la tercera edad es un poco difícil porque ya no se puede desempeñar un trabajo. Yo trato de mantenerme activo en lo que puedo», cuenta.
José, Rosa y Eduardo no cuentan con pensiones estatales ni seguro médico. Sin embargo, José y Eduardo hacen gestiones para recibir apoyo económico en diferentes organizaciones privadas e instituciones públicas. Los tres suplen sus necesidades de cada día caminando por la calle y dependen de la voluntad de quienes los voltean a ver.
Una comunidad de amigos
En estas tres historias hay algo más en común. Los tres son beneficiarios de Sant' Egidio, un grupo de voluntarios y creyentes católicos que lleva más de tres décadas trabajando en Guatemala para apoyar a personas en situación vulnerable, como ancianos y niños de comunidades pobres.
Los domingos cada quince días, la comunidad organiza un desayuno en la Iglesia San Sebastián, la que en el pasado dirigió Juan José Gerardi, asesinado por militares tras publicar el informe que reveló las masacres y matanzas cometidas durante el conflicto armado interno contra la población indígena de Guatemala.
Cada dos semanas, uno de los salones de la casa parroquial se convierte en un punto de encuentro, compañía y amistad para decenas de ancianos que viven sus años entre la precariedad y la soledad.
«Esos domingos yo me siento feliz porque sería muy triste no tener comunicación con nadie. Tengo más ambiente y amistades de personas de la tercera edad, como yo», explica Eduardo.
Juan José González, voluntario desde hace 28 años en la comunidad Sant’Egidio, relata que el trabajo tiene expectativas más allá de solo entregar víveres y visitar a las personas de la tercera edad porque «todos somos ancianos en potencia». También planean crear proyectos donde las personas tengan acceso a un trabajo porque todavía se sienten útiles para la sociedad.
«Alguien es pobre también cuando vive en soledad. Creemos que apoyando a los ancianos construimos una sociedad menos indiferente. Tenemos la esperanza de que en el futuro podamos tener una casa familiar, no un asilo porque allí se les institucionaliza y parecen cárceles, sino un lugar donde vivan con derechos y libertad», dice.
Mónica Escobar Ladd, responsable del servicio de los ancianos en esta comunidad de voluntarios explica esta situación así: «una persona que ha podido tener una vida “normal”, cuando llega a ser anciano pierde muchas cosas, incluso casi sus derechos porque la sociedad los hace de menos, considera que ya no son productivos, que no sirven, que si ya no tienen fuerzas y hay que cuidarte eres un peso, en lugar de reconocer la gran riqueza que significa la sabiduría de los años y el tiempo vivido y lo que se puede compartir».
La comunidad Sant’Egidio está abierta a recibir donaciones de víveres, medicina o enseres que les permitan seguir visitando y apoyando a las personas de la tercera edad en Ciudad de Guatemala. Para contactarles se puede seguir este enlace o escribir directamente a: santegidioguatemala@gmail.com.
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