Suena ridículo, ¿no? Pues algo así me sonó la noticia de la semana pasada sobre el Primer Desayuno de Oración por Guatemala, en el humilde hotel Vista Real. Entre los contritos participantes del desayuno estaban nada más y nada menos que Otto Pérez Molina, presidente del país; Gabriel Medrano, presidente del Organismo Judicial; y Pedro Muadi, presidente del Organismo Legislativo. O sea, precisamente los tres representantes de los tres poderes de este Estado supuestamente democrático y aún más supuestamente laico.
Supongo que no saben (o que más bien saben, pero les viene del norte) que la teoría de la separación de poderes fue por primera vez formulada, en su versión moderna, por Montesquieu en su tratado Del espíritu de las leyes. Y probablemente también sepan, aunque les venga más del norte, que Montesquieu, junto con Voltaire, Rousseau y otros más, fueron los intelectuales que dieron expresión al clamor popular francés (que devino en Revolución francesa) por deshacerse de, ¡ve qué curioso!, la monarquía absolutista y el supuesto origen divino del poder monárquico, que sostenía que los reyes no eran responsables de sus actos ante el pueblo, sino ante Dios, y que por lo tanto solo este podía juzgarlos.
Así, al declarar durante el desayuno: “Hoy nombramos a Jesucristo como señor de Guatemala”, lo que realmente estaba haciendo Otto Pérez era señalar que él y los demás presidentes de los poderes del Estado ya no son responsables ante el pueblo, sino solo ante Dios, y que por lo tanto mejor nos vamos callando la boca porque qué carajos sabemos nosotros, pinches mortales, sobre los designios divinos, sobre llevar en la espalda la carga de ser responsables ante nada más y nada menos que Dios.
Que conste y quede claro, muy claro: cada quien es libre de rezarle a quien más lo escuche, de creer o no en Dios o en dioses. Pero este es (al menos en teoría) un Estado laico, y, como tal, los funcionarios del Gobierno, principalmente los presidentes de los tres poderes del Estado, deben separar su ser privado de su ser público. Especialmente el presidente de la República, pues él es, como lo señala el artículo 182 de la Constitución guatemalteca, el representante de la “unidad nacional” y, por lo tanto, debe velar “por los intereses de toda la población de la República”. Es decir, no importa si el presidente es católico, hincha del Juventud Retalteca, amante de la salsa, vegetariano o entusiasta del cine de autor, mientras ejerce y actúa como presidente (y al desayuno de oración fue en calidad de presidente y durante horas hábiles) no debe privilegiar ningún interés particular.
Dirán que hay cosas más importantes o urgentes de las que preocuparse. Y probablemente tengan razón. Por ejemplo, esta semana dos niños murieron, según la versión noticiosa, asesinados por un guardia de seguridad de una hidroeléctrica privada en Alta Verapaz; el pandemoníaco Congreso busca aprobar medidas medievales como la castración química de violadores y juzgar a los niños como adultos; y, en una macondiana ciudad, unos chalecos naranjas prometen terminar con la violencia y el robo de celulares.
Pero es en estos al parecer pequeños e inconsecuentes gestos en los que quizás se perciba con mayor claridad el absoluto desprecio de este gobierno, y de los políticos en general, de las leyes y de la población en su conjunto, así como el campante irrespeto al supuesto Estado de derecho que tanto cacarean defender. Más aún, muestra el cinismo de nuestros grandes inquisidores, que se pasan años de años en campañas políticas ofreciendo solucionarlo todo, absolutamente todo, para terminar al cabo de unos meses sentados en sus tronos, endilgándole la responsabilidad a un Dios que, de existir y ser como dicen que es, jamás habría votado por ellos.
Así que, para terminar y porque algo hay que hacer, los exhorto a asistir el primer sábado de cada mes a los Almuerzos de Invocación al Chapulín Colorado porque, en serio, al paso que vamos, ¿quién putas podrá defendernos?
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