“La violencia” amerita sacar más militares a las calles, comprar más armas, quitar libertades, cerrar las puertas, las persianas metálicas, los ojos y el habla. La violencia pone los reflectores sobre los pobres que son resentidos y los malosos. Y las fotografías que se colocan en nuestras cabezas sobre la violencia nos están distorsionando la realidad. Hay una desconfianza absoluta entre quienes tienen distinta tez, quienes vienen de una clase social distinta, y se cree que merecen la violencia los más débiles (sean mujeres, pobres, indígenas o minorías).
Y la violencia, extrañamente, no es la raíz de los problemas en sociedades como la de Guatemala. Hemos diseñado estas sociedades –las centroamericanas, las de partes de Brasil, Suráfrica o Colombia– para ser hervideros de violencia epidémica. El problema es la desigualdad.
¿A quién le extraña que la gente se harte de ser pobre para siempre cuando nace y vive en un país en el que la riqueza desfila frente a sus narices? En un país en el que para la mayoría no importa si se estudia como nerdo y se trabaja como esclavo, pues nunca podrán tener un ingreso para una vida digna y feliz.
Y no hay avenidas –ni les interesan a los empresarios ni a los políticos ni a los medios– para revertir esa desigualdad. Los países que se desarrollan lo hacen por medio de impuestos o salarios (Europa y Brasil), pero acá, ni por medio de que paguen más impuestos quienes tienen más ingresos, ni pagando mejores salarios, ni dando educación gratuita y de calidad o seguridad social. Ni por medio de acceso al crédito a intereses racionales para que alguien pueda desarrollar capital. Treinta y tres por ciento de interés anual, al que tienen acceso quienes “no malos sujetos de crédito” es usura. Y eso que los que tienen menos no tienen tasas de mora mayores que los que tienen más.
A mí no me extraña que uno de cada dos pobres se haya ido a Estados Unidos. El resto trabaje en la economía informal y que una minoría –una minoría– se dedique a asaltar a los demás para que nadie pueda caminar tranquilo en ninguna calle ni estar tranquilo en ningún semáforo, o quiera más a los narcos que los finqueros en sus pueblos. Es lógico, pues, a ver, ¿quién quisiera ser pobre en el 2013?
Y para revertir esto no podemos pretender quemar a quienes podrían ser delincuentes y que el Presidente de la República salga aplaudiéndolo. Se tiene que atajar la desigualdad de formas democráticas, se tiene que derrotar a la impunidad y tenemos que aprender a convivir entre nosotros, diversos, por más imposible que parezca.
* Publicado originalmente en elPeriódico, 5 de marzo
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