La aprobación de un préstamo de $109 millones que es un trámite ordinario dentro del legislativo, se convirtió en un enfrentamiento que cruzó los límites democráticos, llevando a la Brigada Especial de Seguridad Militar y al comando “Zeus”, divisiones encargadas de combatir el crimen organizado y el narcotráfico, a tomarse el pleno legislativo. Esta postal pasará a la historia como el más claro acto de autoritarismo que ha tenido El Salvador tras la firma de los Acuerdos de Paz.
Crecí a la vez que una democracia que apenas es un año mayor que yo, una democracia joven, con mucho que aprender pero a la vez con mucho que entregarle a un país que perdió más de 75,000 vidas humanas durante el conflicto armado; la gran mayoría civiles, entre ellos a mis abuelos, los padres de mi madre. Jamás pensé que aquellas historias de mi madre y de mis tíos abuelos sobre el abuso de poder militar, que me parecían sacadas de una devastadora película de guerra, las vería plasmadas en un televisor el #9F cuando Nayib Bukele usurpó a fuerza de militares y fusiles de asalto la Asamblea Legislativa.
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Los jóvenes que hemos nacido en un El Salvador democrático representamos más del 50% de la población, y al no haber vivido los estragos del conflicto armado, deberíamos tener una visión más objetiva sobre los valores democráticos que nuestros gobernantes deben defender. Lo que hizo Bukele el #9F no representa ninguno de esos valores; en todo caso sus acciones sólo representan autoritarismo, fascismo y antipolítica. Cuando Bukele ganó las elecciones presidenciales, entre sus típicas selfies y poses de millennial dijo: “pasamos la página de la posguerra”, pero no escatimó en demostrar que puede tomarse el poder absoluto por la fuerza, bajo el típico guion de un dictador, asegurando que el pueblo y Dios están de su lado. Estos son, sin duda alguna, peligrosos coqueteos con el despotismo.
No podemos olvidar que la realidad política y social de nuestro país está impregnada de odio y resentimiento, y que un presidente como Bukele, que a pesar que llegó a sentarse en la silla presidencial con el más alto índice de aprobación que ha tenido un gobernante salvadoreño, emplee toda su popularidad para seguir sembrando más rabia y rencor, no solo es un acto de egoísmo con la patria, sino también un atentado en su contra. Bukele pudo haber usado su popularidad para apartar de su cargo a Osiris Luna, el director de Centros Penales, que realizó un viaje en un avión privado patrocinado por una cuestionada empresa de seguridad mexicana, pero lo encubrió; pudo haberse desligado de Guillermo Gallegos, diputado de GANA, partido que llevó a Bukele al poder, cuando lo acusaron de tener contratados a once familiares en la Asamblea Legislativa, pero lo defendió.
Los signos de abuso de poder y de alianzas con corruptos que ha mostrado Nayib Bukele son suficientes para recordar que no podemos dejar de defender nuestra democracia y que debemos exigir paz sin dictadura. Cierro mi columna con las letras de una canción de Natalia Lafourcade que quiero compartir con mi generación, la generación posguerra: “Yo no nací sin causa. Yo no nací sin fe”.
Andy Failer es director de Comunicaciones del Partido Nuestro Tiempo, de El Salvador.
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