Pero lo peor de todo, lo más grave y realmente alarmante, es que muchos de los integrantes de ese poderoso grupo criminal experimentado en el asesinato son agentes de la Policía Nacional Civil, es decir, autoridades de las que dependemos los ciudadanos para que nos protejan.
Malos elementos hay en todos lados y las policías no pueden ser la excepción por muchos controles que se establezcan. El simple hecho de que tienen el poder que dan las armas los convierte ...
Pero lo peor de todo, lo más grave y realmente alarmante, es que muchos de los integrantes de ese poderoso grupo criminal experimentado en el asesinato son agentes de la Policía Nacional Civil, es decir, autoridades de las que dependemos los ciudadanos para que nos protejan.
Malos elementos hay en todos lados y las policías no pueden ser la excepción por muchos controles que se establezcan. El simple hecho de que tienen el poder que dan las armas los convierte en presa de muchas tentaciones que se magnifican en sociedades en las que no hay capacidad de ejercer verdadero control sobre el comportamiento de la fuerza pública. Casos como el de los diputados del Parlamento Centroamericano que fueron asesinados en lo que parecía la intención de robar dinero proveniente del narcotráfico no son, para desgracia nuestra, aislados ni excepcionales sino que en la realidad tenemos que verlos como una práctica muy extendida que se ha corroborado con casos concretos como el del cargamento en Amatitlán y luego la masacre de policías en Salcajá.
Con las investigaciones del caso Rosenberg se demostró que hay agentes de la Policía Nacional Civil que en sus “ratos libres” se dedican a trabajar para particulares en ese eufemismo que se conoce como limpieza social que consiste en la eliminación brutal de reales o supuestos delincuentes. Y por lo visto ahora, con el avance de las investigaciones que se realizan por el descubrimiento de este otro grupo de sicarios que se dedican profesionalmente a eliminar a quien se les ponga enfrente, muchos de los agentes de la autoridad se aseguran ingresos adicionales y extraordinarios mediante la participación en grupos del crimen organizado, ya sea para asegurar el despojo de droga o dinero a los traficantes o a cualquier persona que se aventure a circular por las carreteras con fuertes sumas, sea para negocios legítimos o de la naturaleza que se quiera.
El caso es que resulta que quienes debieran dedicarse a cuidar a la ciudadanía y a procurar el imperio de la ley para garantizar seguridad, son en realidad los promotores de la violencia y la criminalidad y eso es terrible porque realmente no tenemos en quién confiar. Cuando un retén policíaco se monta para detener automovilistas en alguna calle o alguna carretera, es plenamente justificado el temor que se siente porque no sabe uno si esos agentes están buscando objetos ilegales o simplemente están a la caza de la oportunidad de desvalijar a alguien y aunque ello signifique la “necesidad” de asesinarlo como han hecho con tantas víctimas.
Es cierto que hay agentes de Policía honestos y dedicados, pero mientras no se haga la verdadera reforma institucional, estos no sólo seguirán siendo opacados por los criminales, sino que a saber si serán mayoría en medio de una fuerza policial que se ha dejado corromper.
* Publicado en La Hora, 17 de marzo de 2014.
.
Más de este autor