Su argumento es que sí, hubo excesos, violencia extrema, abusos, errores, masacres, desapariciones, torturas, de todo, pero no genocidio. Aseguran –incluidos quienes estuvieron en algún momento en la línea de combate guerrillero– que se trató de una pelea ideológica y no tuvo ningún tinte étnico, ni nunca se intentó destruir a un grupo étnico maya, como el caso más dramático de los ixiles.
No importa si la convención contra genocidio dice que ocurre cuando se elimina “total o parcialme...
Su argumento es que sí, hubo excesos, violencia extrema, abusos, errores, masacres, desapariciones, torturas, de todo, pero no genocidio. Aseguran –incluidos quienes estuvieron en algún momento en la línea de combate guerrillero– que se trató de una pelea ideológica y no tuvo ningún tinte étnico, ni nunca se intentó destruir a un grupo étnico maya, como el caso más dramático de los ixiles.
No importa si la convención contra genocidio dice que ocurre cuando se elimina “total o parcialmente”, no importa si están las evidencias de que mataron al 23 por ciento de ixiles –niveles de Bosnia o Ruanda– o si el Estado consideraba a todos los ixiles como enemigo interno –e incluso lo dejaron por escrito en planes oficiales–, o si mataban incluso a ancianos o a niños o a niños en vientres, o si violaban a las mujeres para destruirlas a ellas y a ellos física y moralmente. O el detalle que a los guerrilleros mestizos y blancos no les masacraron en colonias o familias enteras, porque, oh, detalle, no eran indígenas. Y los indígenas en Guatemala, más en la Guatemala del siglo XX, no sólo no tenían derecho a nada sino que mucho menos el derecho a simpatizar con un cambio social.
Lo que no comprendo es que si tenemos, y tienen estas elites, evidencias contundentes de que hubo crímenes de lesa humanidad, incluido genocidio, cómo aceptan uno y niegan el otro. Como casi están orgullosos de uno –“si no hubiera sido porque nos defendimos con firmeza, esto se hubiera convertido en otra Cuba o en otra Nicaragua”– y le escapan al otro –“no fuimos nazis pues”–.
Y mi teoría es que es por su relato propio, porque es amargo pero posible verse al espejo y decir que “fuimos rudos, pero estuvimos del lado correcto de la historia”, o “fuimos rudos, pero si no, todo hubiera sido peor”, pero es intragable decir “fuimos malos”. Fuimos malos porque vimos a otro lado o apoyamos o financiamos o saludamos o abrazamos a quienes estaban ejecutando actos inhumanos para que se mantuviera el status quo finquero del país. Fuimos malos porque cuando mantuvimos el statu quo se nos fue la mano y cometimos actos comparables sólo a los genocidas serbios, ruandeses, alemanes, cambodianos o tantos otros.
Sí, es duro que a uno le pongan un espejo frente a la cara, más si es una generación posterior. Pero nunca es tarde para permitir que la justicia funcione –y sea nuestro sistema de justicia el que dictamine si se pudo demostrar en tribunales la acusación o si no se pudo–, como tampoco es tarde para buscarse un psicólogo.
PS. Lo bueno de los momentos de encrucijada es que sale el verdadero ser de cada uno. Gracias a los activistas y a los fiscales por interpelarnos como Estado y como sociedad en Guatemala.
* Publicado en elPeriódico el 23 de abril
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