Fuego, luz, calor. Miedo, desesperanza. Sed. Dolor. Pasaron las horas y la luz cambió a negrura. El calor, en cambio, se extendió por los corredores del mercado techado de La Terminal. Los rezagos del fuego se alojan en los pulmones de los vendedores y todos aquellos que trabajaron en sofocar el siniestro: bomberos, policías, soldados, comerciantes y curiosos.
Las cenizas aún están calientes, se siente más cuando se meten las manos hasta al fondo de la capa negra. De a poco van sacand...
Fuego, luz, calor. Miedo, desesperanza. Sed. Dolor. Pasaron las horas y la luz cambió a negrura. El calor, en cambio, se extendió por los corredores del mercado techado de La Terminal. Los rezagos del fuego se alojan en los pulmones de los vendedores y todos aquellos que trabajaron en sofocar el siniestro: bomberos, policías, soldados, comerciantes y curiosos.
Las cenizas aún están calientes, se siente más cuando se meten las manos hasta al fondo de la capa negra. De a poco van sacando lo que antes fue el producto para la venta. Tratan de rescatar "algo" de entre la nada. Remueven y remueven, y encuentran restos de lo que antes fue su patrimonio. Sacan granos, telas, platos, tazas y metal. Lo que antes fueron sus bienes se transformaron en otras cosas. También se las llevan.
Los inquilinos de La Terminal están ahí, pero a la vez no. Su silencio y sus miradas ausentes sugieren su tristeza. “Y ahora qué hacemos”, se preguntan entre sí mientras recogen lo poco que quedó de sus negocios. "Empezar de nuevo, como siempre”, se responden.