La “zona cero”, 15 días después
La “zona cero”, 15 días después
Han pasado 15 días desde la tragedia del volcán de Fuego y Eufemia García sigue en la “zona cero”, la aldea antes conocida como San Miguel Los Lotes. Tiene 48 años, perdió a 50 miembros de su familia y dice haber recuperado los restos de siete. Todavía quedan 43 bajo toneladas de lava y tierra incandescente. Pasan algunos minutos de mediodía y García se marcha molesta. Dice que no ha logrado el permiso para que las máquinas con las que los sobrevivientes quieren continuar con la búsqueda puedan trabajar. La mujer, símbolo de la tenacidad de los familiares de los enterrados en vida, marcha con la advertencia de que si al día siguiente no le dejan continuar con las labores “soy capaz de organizar un plantón ahí arriba”.
Hace una semana, Brian Rivera, de 22 años, mostraba la guitarra de su hermana, Glendy, diez años menor que él. El instrumento permanece ahora apoyado en lo que fue una vivienda. Concretamente, en un segundo piso. El resto está sepultado. El 11 de junio, el joven encontró los restos de lo que, según dijo entonces, eran su mamá y sus hermanas. Quién sabe si Rivera prefirió dejar la guitarra en el lugar donde murió su dueña, como homenaje.
La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) anunció el domingo 17 de junio que suspendía definitivamente los trabajos de búsqueda. En la última semana ha sido difícil ver rescatistas oficiales. Son los sobrevivientes los que se han echado estas labores encima. Son pocos y con escasos recursos. Son pobres. Algunos benefactores les prestaron máquinas, pero hoy no hay ninguna. Quienes tuvieron la suerte de contar con ese apoyo pudieron excavar en sus viviendas. Son los hoyos que van surgiendo en el paisaje lunar. Algunos, como Brian Rivera, hallaron los restos de sus familiares.
“El Gobierno no quiere. Nosotros queremos escarbar, ver los restos. Estamos esperando, mire la hora que es, venimos en la mañanita pero va a empezar la lluvia”, dice José Mauro Farfán Suárez, que confiaba en poder utilizar una excavadora pero lleva horas sentado frente a la casa convertida en sepultura. “Ahí están ellos. Mi cuñada y mis sobrinas, la mamá de él (señala hacia un joven que habla por teléfono). Y mi hermano, ahí en la torre. Y tres sobrinas. Y un yerno de él. No tenemos cómo. Uno es muy pobre y no tenemos cómo pagar una máquina. El Gobierno no se preocupa de nosotros, está sacando la arena de la carretera para limpiarla pero se olvidó de nosotros”, se queja.
Solo una familia ha logrado excavar lo suficiente para acercarse a los restos de sus allegados. No quiere fotos. Respetar el dolor es una obligación ética.
La falta de actividad en la “zona cero” contrasta con los trabajos de la carretera. Varias excavadoras remueven la tierra para volver a conectar El Rodeo y Alotenango. Para los sobrevivientes, esa es la muestra de que el beneficio económico que genera la vía es más importante que su pérdida.
Alguien ha colocado un lazo negro hecho con plástico entre dos árboles. Un símbolo, otro más, del terrible sufrimiento que marcará para siempre este lugar en las faldas del volcán de Fuego. Hace 15 días el tiempo se paró en San Miguel Los Lotes y es imposible abstraerse de ello, no pensar en qué sería lo último que vio cada una de las decenas de personas que siguen sepultadas. Si sufrieron. Si, al menos, fue rápido. Si, sobre todo, pudo hacerse más para que se salvasen. Que las autoridades pueden declarar esta tierra como “camposanto” es un secreto a voces desde días. Nadie explica cómo harán para convencer a los damnificados que cesen una búsqueda que tiene mucho de terapia, de rito mortuorio, de pugna contra el luto, el dolor y la tragedia.