Es una injusticia para los hombres y mujeres públicos que sus servicios a la sociedad no se recuerden por las horas de trabajo diario, sino por sus actuaciones en momentos clave. López Bonilla ha encajado, él solito, cada gol inmenso, absurdo, que sólo porque el PP no tiene ningún cuadro mejor que él, ya merecería la banca de suplentes.
Empezó trabajando codo a codo junto a la fiscal Claudia Paz, y durante 2012 aportó a que se mantuviera el descenso de homicidios que lograron, en tiempos de la UNE, el ministro de Gobernación Carlos Menocal y la Fiscal. Pero poco a poco se ha empequeñecido.
La estrategia militar para la seguridad ciudadana es un fracaso, no hay resultados en captura de capos ni en evitar que se roben granadas militares.
Pero el declive de López Bonilla empezó antes, con la criminalización de la protesta social contra las industrias extractivas, que tuvo como corolario la masacre de Totonicapán hace un año. El papel de López Bonilla fue lamentable. “No llevaban armas”. “No dispararon”. “Dispararon hacia el cielo”. Y ocho muertos por balas del Ministerio de la Defensa.
Luego en Oriente, con la oposición a la Mina San Rafael fue algo parecido. Que los xalapanes eran narcotraficantes. Que eran de Lider. Que había mucha violencia y criminalidad y por eso se establecía un estado de sitio. Mentiras.
Y ahora se gradúa con eso de “darnos a respetar, proteger nuestra soberanía y echar a los extranjeros que participan en manifestaciones”. No sólo destila ese falso patriotismo y xenofobia de los militares de la segunda mitad del siglo XX, sino que apunta a otro rincón de ese pensamiento. Si los extranjeros vienen en saco y corbata –o son narcos–, y de paso dejan alguna mordida para diputados o ministros, bienvenidos. Aló Perenco, aló la empresa catalana que recibió el Puerto en concesión, aló las minas, aló cárteles. No importa si se imponen a la voluntad popular, si esquivan pagar impuestos o si se pasean en nuestro país.
Pero si los extranjeros tienen el pelo largo, pantalones flojos y camisas de estrellas rojas, ahí sí que no, uf, fuera, chís, chusma, invasores del país, conspiradores junto a la Unión Soviética, digo, ya no existe, pero fuera, fuerita, que aquí somos soberanos.
Muchos de estos cooperantes vienen a arriesgar su vida en la protección de activistas de derechos humanos, ambientalistas o líderes comunitarios, acusados de criminales y terroristas cada vez que exigen sus derechos individuales o colectivos. En vez de intimidarlos como lo hace el ministro López Bonilla, podríamos agradecerles y garantizar su integridad.
Así seremos más coherentes cuando agradecemos a los migrantes guatemaltecos que –aunque no tengan visa– manifiestan en EE.UU. para exigir que se les reconozcan sus derechos.
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