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“No puedo permitir que conviertan a Cutler en un bárbaro…”

El de Guatemala tenía todos los ingredientes: el gobierno estadounidense utilizando fondos públicos para pagarles a las trabajadoras del sexo e infectando a la gente con una enfermedad terrible. Prisiones, hospitales psiquiátricos, Estados Unidos realizando experimentos en Guatemala, el mismo país donde apoyaría un golpe de estado seis años después…
Siempre necesitamos un individuo, necesitamos a un Hitler.
Susan Reverby
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“No puedo permitir que conviertan a Cutler en un bárbaro…”

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Como la historiadora que descubrió que el gobierno estadounidense infectó a enfermos mentales, soldados, presos y trabajadoras del sexo con sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual sin obtener su consentimiento previo, el nombre de Susan Reverby se ha visto inevitablemente unido al de un experimento infame. En esta entrevista argumenta que John Cutler, el médico que lideró el estudio, no era un sociópata ni un “científico desquiciado” y plantea importantes preguntas acerca de qué significa la justicia, la bioética y lo que este caso debe enseñarnos para el futuro.

Llego a la casa de Susan Reverby, ubicado en una boscosa colonia de Cambridge, Massachusetts, una mañana fría de noviembre. En la foto que aparece en la página web de Wellesley College, Reverby sale retratada frente a un librero cuidadosamente ordenado. Tiene los brazos cruzados y lleva lentes de marco delgado. No luce seria pero tampoco llega a esbozar una sonrisa. Más pareciera que le hubieran quitado la alfombra roja a Meryl Streep y la hubieran plantado en medio de una biblioteca.

Pero hoy, a las nueve de la mañana, lleva una sudadera holgada de color verde oliva y luce despeinada, como quien acaba de levantarse. “¡Pasa adelante!”, me dice con alegría mientras me conduce a la cocina, prepara un café y habla sobre sus experiencias como catedrática en una prestigiosa universidad femenina. Me hace reír cuando afirma que la educación de élite no sirve para nada, que decir a qué universidad fuiste sólo sirve para tratar de ligar en un bar, y que los estudiantes se estresan demasiado por las fechas de entrega de los trabajos cuando ella en verdad le da igual si alguien lo entrega unos días tarde. Es jovial y relajada, extrovertida por naturaleza.

Reverby creció en una familia de médicos. Su padre era doctor y su hermana Eve se convirtió en una importante epidemióloga y experta en el VIH/SIDA. No extraña que a Reverby le haya fascinado la medicina, pero no la medicina en sí misma sino la historia de la medicina. Reverby descubrió que esa historia está repleta de muertos en el clóset.

Uno de ellos es Tuskegee: un experimento que ejemplifica el racismo y las conductas poco éticas de quienes se dedican a la investigación médica. Entre 1932 y 1972, el Servicio de Salud Pública estadounidense examinó la evolución natural de la sífilis en 600 jornaleros afroamericanos quienes nunca fueron informados de que padecían la enfermedad ni se les brindó tratamiento.

Mientras estaba escribiendo el libro Examining Tuskegee: The Infamous Syphilis Study and Its Legacy, Reverby acudió a los Archivos Nacionales, en Pittsburgh, para buscar más información acerca de Thomas Parran, un funcionario del Servicio Público de Salud que había supervisado la primera etapa del estudio. Allí encontró docenas de cajas que contenían documentos que detallaban la historia de otro experimento en el cual pacientes mentales, soldados, presos y trabajadoras del sexo fueron infectados con sífilis, gonorrea y chancros sin su consentimiento previo y muchos de ellos nunca recibieron tratamiento. El experimento comenzó en Guatemala en 1946, el mismo año en que nació Reverby, y fue dirigido por John Cutler, uno de los médicos que trabajaría en el experimento de Tuskegee durante los años 50.

Aunque no lo sabía cuando encontró los documentos, Reverby había desenterrado las pruebas de que mientras los nazis enfrentaban juicio en Nuremberg, acusados de crímenes de guerra que incluían la realización de experimentos con prisioneros, el gobierno estadounidense utilizaba fondos públicos para infectar a los ciudadanos de un país en desarrollo con enfermedades potencialmente mortíferas. Seis años más tarde, en ese mismo país, Estados Unidos apoyaría un golpe de estado contra un gobierno democráticamente electo, lo cual marcaría el inicio de 36 años de guerra civil y regímenes militares. Al menos 83 personas murieron como resultado de un experimento fallido.

El hecho de que este experimento saliera a luz también ensombrecería el legado del presidente Juan José Arévalo, cuya administración es considerada como parte de la llamada “Primavera Democrática” debido a los avances logrados en materia de libertad de expresión, libertad política, derechos laborales y reforma agraria. Los documentos hallados por Reverby demostrarían que el experimento se llevó a cabo con el beneplácito de funcionarios de salud de esa administración.

En octubre de 2010, la noticia del experimento llegó a los titulares, Estados Unidos tomó la insólita decisión de disculparse públicamente con el presidente Álvaro Colom y Reverby, sin querer, saltó a la palestra. Reverby, ahora, reflexiona sobre el papel del historiador como juez y argumenta que Cutler no fue ni un sociópata ni un “científico desquiciado”. Consideraba a las víctimas de sus experimentos como soldados en una “guerra contra la enfermedad” cuyas vidas eran prescindibles, opiniones que compartían sus superiores en la cadena de mando, quienes autorizaron y financiaron su trabajo.

Dos años después de que la noticia del experimento de Cutler se viralizara, la farmacéutica transnacional GlaxoSmithKline y dos científicos fueron obligados a pagar una compensación de US$240 mil a las familias de 15 mil bebés en Argentina, luego de que se demostrara que habían falsificado la autorización de los padres, de escasos recursos, para administrarles una vacuna experimental. Catorce bebés murieron como resultado del experimento. Las víctimas de un experimento médico pueden ser enfermos mentales en un país en desarrollo, bebés o jornaleros afroamericanos, en todos los casos existe una relación asimétrica de poder entre el científico y la persona que es utilizada como conejillo de indias.

¿Cuál fue su reacción cuando descubrió que el gobierno estadounidense había realizado experimentos médicos con ciudadanos guatemaltecos sin su previo consentimiento?

En su momento no me di cuenta de la magnitud. Acudí a los archivos de Pittsburgh para buscar los documentos relacionados con Thomas Parran y la archivista me dijo: “También están aquí los documentos de Cutler”. Abrí las cajas esperando encontrar más información sobre Tuskegee y el papel que él había jugado en ese caso. Cutler tenía alzheimer y no era posible hablar con él. El año siguiente falleció. Parecía horrible porque durante los últimos 15 años me había dedicado a explicarle a la gente que nadie había sido infectado con sífilis en Tuskegee y luego encuentro que Cutler había estado inoculando a la gente con el virus, entonces fue un shock enorme para mí. Pero honestamente pensé que habían tratado a la gente porque Cutler afirmaba que ese era el objetivo del estudio: encontrar el uso profiláctico de la penicilina. No logré establecer exactamente qué había sucedido hasta que no revisé todos los datos. Eran miles de papeles con miles de nombres y pensé: “No sé qué hacer con esto”. Los guardé, guardé mis apuntes, iba a incluir el caso en el libro pero cuando volví a los apuntes un año después parecía demasiado complicado y creí que sería imposible utilizarlos. En 2009 regresé a Pittsburgh— ya había terminado el libro y se iba a publicar en el otoño —y volví a revisar el material. “Sería genial utilizar esto para escribir un ensayo académico”, así que lo propuse como tema para una conferencia en la primavera de 2010.

¿En qué momento se involucró David Sencer, el exjefe del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC)?

Había hecho amistad con David Sencer, quien había fungido como director del CDC cuando el caso Tuskegee salió a luz y había sido despedido a finales de los años 70 (fungió como director entre 1966 y 1977). Ya falleció (en 2011). Le gustaba comunicarse con la gente, comenzamos a intercambiar correos y me llevó al CDC para hablar sobre Tuskegee. Cuando íbamos en el carro y nos dirigíamos de mi hotel al CDC, me dijo: “No entiendo por qué piensan que infectamos a la gente en Tuskegee. ¿Por qué infectaríamos a alguien?”. Y le respondí: “Pues está el caso de Guatemala”. Se me quedó viendo y me preguntó: “¿Qué sabes a acerca de Guatemala?” Y yo le respondí: “¿Qué sabesacerca de Guatemala?” “Cuando sucedió yo era un estudiante de medicina. Conocía a Cutler y había escuchado los rumores pero no sabía nada sobre el tema”, me dijo. Yo le contesté: “Encontré los documentos y voy a escribir sobre el tema. ¿Me harías el favor de leer el ensayo?”. Necesitaba la ayuda de alguien que tuviera suficientes conocimientos sobre esa época para asegurarme de que no hubiera cometido ningún error porque cuando estás escribiendo sobre la historia de la medicina y cometes un error la gente que no está de acuerdo contigo agarra ese error para decir que no sabes de lo que estás hablando. Dave no solía llamarme, normalmente nos comunicábamos por correo electrónico, pero esta vez me llamó y me dijo: “Este no es un problema científico, es un problema político para el CDC”. Y dije: “Oh Dave, voy a publicarlo en el Journal of Policy History, una publicación académica desconocida que nadie lee. Ni yo la leo”. Me respondió: “No, en la era del internet la gente tiene acceso a todo. Alguien lo va a leer y la CDC va a quedar en ridículo. ¿Puedo compartirlo con la gente del CDC?”.

¿Qué medidas tomó el CDC para corroborar sus hallazgos?

Dave le dio mi borrador a Harold Jaffe, el director científico asociado del CDC y él se lo pasó al director. La gente del CDC me pidió que les enviara el material así que fotocopié todo, ordené mis apuntes y se los envié. Me dijeron: “Nosotros mismos tenemos que ver esto”, así que enviaron al epidemiólogo Johan Douglas a Pittsburgh y él se llevó todos los documentos al CDC. Revisaron todos los archivos y concluyeron que las personas no habían sido tratadas. Para finales de agosto, todos en la cadena de mando habían leído mi borrador y el informe de Douglas.

¿El CDC compartió sus hallazgos con el gobierno?

Sí, el director del CDC le pasó mi borrador al National Institute of Health (NIH) y de ahí lo enviaron al Domestic Policy Council en la Casa Blanca, donde decidieron que tenían que disculparse antes de que yo publicara mi ensayo académico. Acordé con ellos que subiría el ensayo a la página web de la universidad para que no pareciera que había algún intento de encubrimiento por parte de ellos, el 1 de octubre a las 9 de la mañana. Lo que el gobierno no me había dicho, y hasta la fecha sigo molesta por eso, es que le habían dado la noticia a Robert Bazell, el corresponsal de temas científicos de NBC, pero la habían embargado hasta las 9 de la mañana. Entonces subo el ensayo a las 9 y a las 9:02 me llama una amiga y me dice: “Dios mío, Susan, esto es increíble”. Le respondí: “¿Lo subí hace apenas dos minutos y ya te enteraste?”. Y me dijo: “Salió en (el canal de cable) MSNBC”. Había incluido mi número de celular en el ensayo como contacto y cinco minutos después estaba recibiendo llamadas de medios de comunicación de todo el mundo. Fue una locura.

Al gobierno estadounidense le llevó años disculparse por el caso Tuskegee. ¿Le sorprendió que se disculparan por los experimentos realizados en Guatemala?

Sí, no me esperaba lo de la disculpa. Mi hija trabajaba como asesora senior en política exterior para Steney Hoyer, de la Cámara de los Representantes. Me llamó la noche antes de que saliera la noticia y me dijo: “Están informando a todos los funcionarios de salud. Esto va a tener repercusiones enormes”. El CDC tenía una persona encargada del manejo de crisis que estaba ayudando a coordinarlo todo. Creo que querían estar un paso adelante para que luego pudieran decir que en cuanto se enteraron del asunto tomaron medidas, lo cual hace sentido desde la perspectiva oficial.

¿Qué significa una disculpa?

Significa que ocurrió algo que estuvo mal, eso es todo. Una disculpa no determina lo que pueda suceder en el futuro. Estados Unidos no suele pedir disculpas a otros Estados entonces fue un paso importante, pero considerando el papel que hemos jugado en la historia de Guatemala, la pregunta que surge es: ¿Qué le daría justicia al pueblo de Guatemala? ¿Justicia significa darles unos cuantos millones de dólares a las familias guatemaltecas? ¿Qué quisiera yo si se tratara de mis familiares? En el caso de Tuskegee, hubo una demanda, el Gobierno estadounidense resarció a las víctimas y los hombres afectados recibieron una compensación, aunque no fue mucho. Pero lo que la comunidad quería era una disculpa, que el Gobierno estadounidense admitiera públicamente que lo que había hecho estaba mal.

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Hablando del resarcimiento, la demanda entablada en favor de las víctimas en Guatemala y sus familiares no prosperó luego de que en 2013 una corte distrital estadounidense decretara que bajo la ley estadounidense el gobierno gozaba de inmunidad. ¿Se sintió decepcionada? ¿Cree que todavía existe alguna esperanza de resarcir a las víctimas?

La pregunta es: ¿cómo podemos encontrar a las víctimas? Al menos en Tuskegee teníamos los nombres y aún así fue muy difícil encontrar a los herederos de las personas fallecidas. En Guatemala, una de las personas infectadas en el hospital psiquiátrico ni siquiera tenía nombre. En los archivos se refieren a la persona como “la muda de San Marcos”. ¿Cómo vas a buscar en Google a “la muda de San Marcos” de 1948? ¿Cómo va a acordarse alguien de que así le decían a su abuela? ¿Cómo vas a buscar a esas personas en Guatemala? Algunas personas han dicho que fueron infectadas pero ¿cómo sabes que no se contagiaron de sífilis en otro lado? No podemos cotejar sus nombres con los datos en los archivos entonces ¿cómo podemos saberlo con certeza? Hace un año me llamó una firma legal que estaba tratando de encontrar a las personas y me preguntaron: “¿Tiene la lista de los nombres?” Respondí: “No, había miles de nombres y no hice una lista, el gobierno tiene esa información”. Aunque tuviera los nombres, no los hubiera utilizado. Como historiadora, tengo que apegarme a ciertas normas entonces en mi ensayo taché cualquier dato que permitiera identificar a las víctimas.

Pero sí vio los nombres en los documentos que encontró…

Sí, ahí estaban los expedientes médicos con los nombres de las personas pero no se si ya borraron todo eso.

En retrospectiva, ¿lamenta no haberse quedado con los documentos?

Pues sí, había cajas y cajas de papeles. Soy una historiadora en una universidad pequeña y ni siquiera tenía suficiente dinero para fotocopiarlo todo. No hubiera utilizado los nombres para el trabajo que estaba realizando y cuando estaba realizando mi investigación nunca me imaginé que el gobierno iba a disculparse por lo sucedido.

¿Qué sucedió con todas esas cajas?

Están en los Archivos Nacionales. Cualquiera puede acceder a ellos pero es probable que hayan borrado los nombres.

(En efecto, los documentos están disponibles en la página web de los Archivos Nacionales pero los nombres de las víctimas han sido tachados).

Planteo la pregunta de cómo definimos la justicia. Al final, ¿cree que se hizo justicia?

En cierta medida. Creo que las disculpas sí importan. El problema es que sentimos que fue algo que ocurrió en un lugar muy lejano, hace mucho tiempo y que la responsabilidad fue de un solo hombre malo.

Regresando al momento en que la noticia se viralizo, ¿recibió reacciones negativas por parte de la comunidad científica?

Una amiga me llamó y me dijo: “Por Dios, Susan, llevamos 20 años explicándole a la gente que no infectaron a nadie en Tuskegee y ahora tenemos que comenzar de nuevo y tratar de explicar esto?”, Y respondí: “Lo lamento mucho pero fue lo que sucedió y no puedo fingir que no pasó”.

¿En algún momento el CDC trató de presionarla para que no publicara sus hallazgos?

No tenían cómo detenerme. No tenían ningún control sobre mí, no estaba recibiendo fondos del gobierno, existe la Primera Enmienda Constitucional (un artículo que garantiza la libertad de expresión) y soy parte de la junta directiva de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU). Además, mi libro ya se había publicado y la gente sabía que era una historiadora respetable con una buena trayectoria y que no era una loca que se estaba inventando cosas. Si hubieran tratado de impedirme que publicara mis hallazgos el tema hubiera adquirido dimensiones todavía mayores. Nadie estaba tratando de pararme; simplemente querían buscar la mejor forma de manejar el tema. Y esto ocurrió hace mucho tiempo. Si hubiera descubierto que esto estaba ocurriendo ahorita en Afghanistán o en un otro punto de conflicto, las cosas pudieron haber sido diferentes pero se trataba de Guatemala, sucedió hace 60 años y a la gente le resultaba fácil distanciarse del tema y decir que ocurrió en otra época.

Y muchas de las personas involucradas ya habían fallecido…

Todas. Cutler había fallecido y la señora (Eliese) Cutler tenía más de 90 años. Dave Sencer le avisó el día antes de que se publicara el tema, lo cual considero justo. Ella se rehusó a hablar con ninguno de los periodistas que fueron a buscarla. ¿Por qué tenía que hablar? Me sentí mal por ella porque pensé: “Dios mío, su marido falleció hace tres o cuatro años, usted ha pasado toda su vida ayudándolo a construir su carrera y ahora vine yo y lo destruí todo”.

(Eliese Cutler falleció el 8 de noviembre de 2012).

Pero Eliese Cutler estuvo activamente involucrada en el experimento y ayudó a su marido a fotografiar las partes íntimas de las víctimas que fueron infectadas…

Ella fue su cómplice pero lo que me resulta difícil es explicarle a la gente que Cutler no era un maldito, era alguien que se vio atrapado en las implicaciones políticas de la investigación científica y de los servicios de salud. Mi trabajo es hacer que la gente entienda cómo ellos pudieron haber sido Cutler, cuáles eran las presiones a las que estaba sujeto, y cómo según la forma de pensar que prevalecía en el NIH lo que hizo era ligeramente arriesgado pero razonable y por qué, en el fondo, gran parte del trabajo de investigación que se realiza hoy en día no es tan diferente.

Cuando Cutler falleció en 2003, muchos obituarios lo describieron como un “pionero” en la lucha contra las enfermedades venéreas y se hacen pocas referencias a la controversia que surgió a raíz del caso Tuskegee. ¿Le sorprende que alguien cuyas acciones han sido comparadas a las acciones de los nazis haya recibido un trato tan benevolente?

Lo que sucede es que Cutler jugó un papel menor en el experimento de Tuskegee. Su nombre sólo aparece en dos de los documentos y es el número 17 en una larga lista. Cuando salta a la fama y la razón por la cual provocó antipatía fue porque en 1992, en el 20 aniversario de que finalizara el experimento de Tuskegee, salieron dos documentales: Bad Blood, de una productora británica, y The Deadly Deception, producido por Nova, en Estados Unidos. Habían pasado 20 años y hubiera sido fácil decir: “Era otra época, los temas raciales se concebían de otra forma. Lo lamento mucho”. Pero no lo hizo y lo que dijo fue atroz: “Estabamos luchando una guerra contra el sífilis y en una guerra hay soldados que mueren. Teníamos el derecho de hacer esto”. Y el hecho de que se parecía a Liam Neeson, el actor que hace el papel de Shindler en la película La Lista de Schindler, no le ayudaba. Tenía el cabello canoso, ojos azules con una mirada penetrante, era alto y parecía un nazi. Lo ví y pensé: “¡Idiota! ¿Por qué no te disculpas?” (Ríe) Lo que me daba rabia era el hecho de que aún después de 20 años no pudiera ver que había hecho algo terrible.

Cutler no pudo haber llevado a cabo el experimento de Guatemala sin el apoyo institucional del gobierno estadounidense y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). ¿En qué medida las opiniones que expresó en ese documental eran compartidas por la comunidad científica durante los años 40?

El experimento había sido aprobado por la sección de enfermedades venéreas del NIH, entonces el secretario general estaba al tanto y todos en la cadena de mando lo sabían. Cutler no era un doctor Moreau (un personaje ficticio creado por el autor de ciencia ficción  H.G. Wells, el cual utilizó animales para crear seres parecidos a los humanos. La novela ahonda en temas como el dolor, la crueldad y la injerencia humana en la naturaleza). No era un científico loco que estaba actuando por cuenta propia. Era parte de un programa gubernamental. Era 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el tratamiento para la sífilis consistía en una crema que los hombres tenían que ponerse en el pene y que ardía, por lo cual nadie quería utilizarla. Dos años antes, la penicilina había resultado ser una cura para la sífilis en sus etapas iniciales, pero era difícil de obtener y tenían que extraerla de la orina de los pacientes. Entonces Cutler estaba tratando de establecer si esta medicina podía funcionar como medicina preventiva y si las personas que habían sido expuestas a la enfermedad, pero no habían sido infectadas podían tomarla. El problema con las enfermedades de transmisión sexual, sobre todo la sífilis, es que la espiroqueta no puede ser reproducida porque se muere al entrar en contacto con el aire, entonces necesitas un vector para transmitirla. En algunas ocasiones las trabajadoras sexuales habían sido utilizadas como vector, la gente sabía que era éticamente cuestionable, pero Cutler creía que estaba a punto de hacer un gran hallazgo científico.

¿Cómo entró Cutler en contacto con Juan Funes, el director del departamento de enfermedades venéreas de Guatemala?

Cutler estaba trabajando en el laboratorio de enfermedades venéreas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que en aquél entonces se llamaba el Buró Sanitario Panamericano, en Staten Island, donde Juan Funes se estaba capacitando, y así es como se hicieron amigos. A mí se me hace que Cutler y Funes salieron a tomarse una cerveza y que Cutler dijo: “Acabamos de hacer este estudio con prisioneros en Terre Haute pero no tuvimos acceso a una muestra lo suficientemente grande como para obtener los resultados que buscábamos”. Estoy segura de que Funes le dijo: “¿Sabías que no sólo es legal ejercer la prostitución en la Ciudad de Guatemala sino que las trabajadoras del sexo tienen permiso de ingresar a las prisiones?” y así es como terminaron en Guatemala. Si Funes hubiera sido de Honduras o Costa Rica hubieran ido a uno de esos países. No tengo cómo demostrar nada de esto, pero ¿de qué otra forma pudo haber ocurrido?

(El experimento de Guatemala fue diseñado con base en los experimentos realizados con presos en el penal de Terre Haute, Indiana, en 1943-44, con su consentimiento previo. El experimento de Terre Haute tenía como objetivo encontrar estrategias para prevenir la gonorrea pero falló ya que fue difícil lograr que los sujetos contrajeran la enfermedad).

Pero existe una diferencia crucial entre Terre Haute y Guatemala: el consentimiento. Cutler nunca obtuvo el consentimiento previo de las víctimas guatemaltecas…

Bajo circunstancias como “si accedes a este estudio te dejaremos salir de tu celda por más tiempo o te daremos más cigarros o dinero para gastar en el comedor”: ¿verdaderamente estás dando tu consentimiento? ¿Qué clase de consentimiento puede dar un preso? Por eso hay tantos debates sobre los experimentos con presos en Estados Unidos.

El trabajo que publicó sobre el experimento de Guatemala evidencia que Cutler nunca sintió ningún remordimiento después de haber infectado a la gente con una enfermedad potencialmente letal para llevar un experimento que fracasó. ¿Cree que deshumanizó a los guatemaltecos que fueron utilizados para el experimento? ¿Los veía como ratas de laboratorio en vez de seres humanos por el hecho de que no eran americanos?

No, no es que los haya visto como animales sino como soldados. Cutler era el menor de cuatro hermanos y sus dos hermanos mayores murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Su familia hizo el sacrificio más grande que hay. Entonces el consideraba a los pacientes como soldados en una guerra en la cual él era el general y como tal tenía el derecho de enviarlos a su muerte para ganar la batalla.

¿Cree que Cutler hubiera realizado experimentos con ciudadanos norteamericanos sin su consentimiento previo informado?

Es probable, lo que sucede es que en este caso tenían acceso a una gran muestra de personas que podían utilizar; era una muestra conveniente.

¿Le impactó el hecho de que las autoridades guatemaltecas estuvieran dispuestas a permitir que un gobierno extranjero utilizara a su gente de esa manera?

No, porque es algo que sigue sucediendo en los países en desarrollo. Cutler y Funes no le dijeron al director del hospital psiquiátrico lo que estaban haciendo; lo engañaron aunque había otros más arriba en la cadena de mando que sí lo sabían. Como pago por tener acceso a los pacientes, Funes le dio al hospital platos, cubiertos, un proyector —porque no tenían nada con qué amenizarle la vida a los pacientes— y Dilantin, un fármaco para tratar la epilepsia, ya que muchos de los pacientes del hospital no eran enfermos mentales sino epilépticos y el hospital no tenía suficiente medicina. Cuando piensas en la gran escasez de recursos en esos lugares cualquier oferta de ayuda se convierte en una propuesta atractiva. Es lo mismo que sucede ahora en los países en desarrollo cuando llega una gran farmacéutica y dice: “Vamos a poner una clínica aquí y les vamos a dar esto y lo otro”. Eso fue lo que más me impactó.

Afirma que Cutler se veía a sí mismo como un general que estaba peleando en una guerra. ¿Lo caracterizaría como un hombre arrogante?

Oh sí, y pienso que era un arribista. Creo que genuinamente quería ayudar a combatir las enfermedades de transmisión sexual pero también creo que quería ser recordado como “el Gran Doctor Cutler que halló la cura para las enfermedades de transmisión sexual”. Nació en una familia de clase trabajadora —su padre era carpintero— y se casó con una mujer adinerada.

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Los obituarios sugieren que sí logró ser recordado como “el Gran Doctor Cutler que halló la cura para las enfermedades de transmisión sexual”…

Sí, totalmente. Cuando salió la noticia, un alto funcionario del gobierno egipcio dijo: “Dios mío, no puede ser que nuestro Doctor Cutler haya hecho eso!”. Tenían una muy buena opinión de él y pensé que eso era muy interesante. A veces tenemos la impresión de que las personas que cometen este tipo de acciones son sociópatas, monstruos, bichos raros. Mi función es lograr que la gente entienda que él era un investigador con niveles normales de ambición que creía que estaba haciendo lo correcto y que no era un maldito. Se trata de la banalidad del mal, como argumenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén y eso es lo más aterrador y la gente no quiere lidiar con eso.

(Hannah Arendt (1906-1975) fue una politóloga nacida en Alemania y de origen judío. Acuñó la expresión “la banalidad del mal” para argumentar que el coronel nazi Adolf Eichmann, quien desempeñó un papel clave en el Holocausto y fue sentenciado a muerte después de la guerra, no era ni un fanático ni un sociópata, sino que era una persona muy normal, motivada por el deseo de mejorar su carrera).

¿La familia Cutler ha expresado algún resentimiento hacia usted por destruir su legado como “el Gran Doctor Cutler”?

Sí, están muy enojados porque Cutler ha sido demonizado, a diferencia de (Thomas) Parran, su superior inmediato, quien le permitió realizar el experimento. La Universidad de Pittsburgh dejó de impartir “cátedras Cutler”, pero el edificio principal del departamento de salud pública todavía se llama Salón Parran.

¿Hemos demonizado a Cutler?

Sí. Siempre necesitamos un individuo, necesitamos a un Hitler.

¿Cree que convertir a Cutler en un chivo expiatorio nos permite olvidar que el experimento no se podría haber llevado a cabo sin un soporte institucional? ¿Demonizarlo nos permite evadir una responsabilidad colectiva?

Totalmente. Aquí hay temas que son más difíciles de enfrentar que una sola manzana podrida, como la forma en que se llevan a cabo las investigaciones científicas y las inequidades y la violencia estructural que llevarían a Guatemala a acceder a un experimento como este.

¿Sería justo decir que John Cutler era una versión norteamericana de Josef Mengele, el oficial del SS que realizó experimentos con prisioneros durante el Holocausto?

Cuando James Jones escribió su primer libro sobre Tuskegee, Bad Blood, habló con uno de los médicos que estuvieron a cargo del experimento y le preguntó: “¿Por qué el juicio de Nuremberg no le hizo pensar dos veces en lo que hacía?” y el doctor lo miró como si estuviera loco y le dijo: “Porque ellos eran nazis”. Con los casos de Tuskegee y Guatemala mi temor es que la gente diga: “Los que hicieron eso eran imperialistas, eran unos racistas, eso ocurrió hace mucho tiempo y no tiene nada que ver con nosotros”. Prensa Libre publicó una caricatura que mostraba al Tío Sam mirándose en el espejo y viendo el rostro de (Josef) Mengele. Cuando la gente dice que la Historia juzgará a determinada persona lo que en verdad quiere decir es que un historiador hará el papel de juez. Mi función es hacer que la gente se mire en el espejo, como la caricatura, para que vean que nosotros sí somos Cutler. Es importante normalizarlo para que la gente pueda verlo y establecer paralelos con las cosas que se hacen hoy en día. No puedo permitir que conviertan a Cutler en un bárbaro porque si se convierte en un bárbaro no aprenderemos nada.

¿Cómo historiadora, siente el peso de tener que juzgar a Cutler?

Sí, por eso escribí otros trabajos sobre Cutler porque temía que debido a la forma en que había redactado el ensayo sobre el experimento de Guatemala impediría que la gente viera el panorama completo y que pudiera comprenderlo como un ser humano complejo. Quería que la gente se identificara con él.

¿Cómo fue posible que el caso de Guatemala permaneciera en secreto durante tantos años? ¿Hubo un intento deliberado de esconder la verdad?

En 1954, él (Cutler) participó en un estudio similar en la prisión de Sing Sing en Nueva York, pero en ese caso sí obtuvieron el consentimiento de los presos. Su nombre aparece en los documentos y hay una larga sección sobre los estudios anteriores pero nunca se menciona el caso de Guatemala, ya sea porque fue un experimento fallido y porque no obtuvieron buenos datos o porque querían esconderlo, no sé cuál de los dos. Cutler se quedó con todos los papeles. ¿Quedaron documentos por ahí en las oficinas del NIH y del CDC? Posiblemente, pero si los había los destruyeron o los refundieron en alguna parte bajo llave. ¿Había gente, como Dave Sencer, que había escuchado los rumores? Por supuesto. ¿Creo que más gente sabía pero no quería hablar del tema? Todas las organizaciones tienen un muerto en el clóset del cual no quieren hablar.

Si Cutler se quedó con los documentos, ¿cómo terminaron en un archivo público? ¿Por qué no destruyó la evidencia?

Sólo puedo imaginar diferentes escenarios sin ninguna evidencia para sustentarlos. ¿Por qué Cutler se deshizo de los documentos? ¿Se mudaron? ¿Fue su esposa quien le dijo: “John, saca esos papeles del sótano”? Es posible que a la hora de jubilarse no quisiera que las cajas permanecieran en su casa o probablemente se sentía enojado por el hecho de que nadie escribió nada sobre ese trabajo. Tal vez quería que alguien los encontrara…

Después de concluir el experimento de Guatemala, Cutler trabajó en India y Afganistán. ¿Hay alguna evidencia que indique que incurrió en prácticas similares en esos países?

No, allí lo que hizo fue montar programas de monitoreo y tratamiento por medio de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El periodista de investigación HP Albarelli encontró evidencia de un experimento realizado por la CIA  y por el ejército estadounidense en la aldea francesa de Pont Saint Esprit en 1951 en el cual contaminaron alimentos con LSD para observar el efecto que tenía en las personas. Eso ocurrió tres años después del experimento de Guatemala. ¿Cree que eso demuestra que lo de Guatemala no fue un caso aislado? ¿Cree que hubo muchos experimentos similares de los cuales no nos hemos enterado?

Seguramente sí. El de Guatemala tenía todos los ingredientes: el gobierno estadounidense utilizando fondos públicos para pagarles a las trabajadoras del sexo e infectando a la gente con una enfermedad terrible. Prisiones, hospitales psiquiátricos, Estados Unidos realizando experimentos en Guatemala, el mismo país donde apoyaría un golpe de estado seis años después… Entonces tiene el elemento del imperialismo. Es como un compendio de horrores. Lo triste es que esto ocurrió durante una época que se suponía que era como un rayo de luz en la historia de Guatemala.

El científico liberiano Cyril Broderick ha señalado al Departamento de la Defensa estadounidense de financiar experimentos secretos que buscaban erradicar el ébola semanas antes de que brotara la epidemia en Guinea y Sierra Leona. Cita el experimento de Guatemala como evidencia de que no se trata de una descabellada teoría de conspiración. ¿Es posible que la historia de Guatemala pudiera repetirse hoy en día?

¿Sucedieron estas cosas en el pasado? Sí. ¿Creo que Estados Unidos sería capaz de hacerlo de nuevo en la actualidad? Por supuesto. ¿Creo que haya sucedido eso con el ébola? No. Creo que la vida es más extraña de lo que quisieran hacernos creer las teorías de la conspiración.

¿Cuál ha sido el impacto de sus hallazgos sobre el caso de Guatemala a cuatro años de su publicación?

Creo que es demasiado pronto para saber si tendrá un impacto sobre la forma en que entendemos la bioética. Con el caso de Tuskegee, como ocurrió en Estados Unidos, tenemos una comunidad afroamericana que hizo presión para que se hiciera justicia. ¿Pero quién va a mantener vivo el caso de Guatemala en la memoria colectiva? Aquí la comunidad guatemalteca es pequeña y tiene muchos otros problemas. Esa es la cuestión: ¿el hecho de que el caso salió a luz permitirá que se haga justicia o se convertirá en un elemento más en la lista de atrocidades en las que ha participado Estados Unidos?

 

*Louisa Reynolds es la becaria Elizabeth Neuffer 2014-2015 del International Women’s Media Foundation (IWMF).

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