Recuadro de una vida

A ninguno había conocido, a alguno reconoció de reojo: lo había visto antes por aquí, me dice. Ella ya no siente nada al ver un muerto, no en la calle, no en esas condiciones. No ahora.

Un estrecho corredor nos condujo a una humilde puerta construida con retazos de lámina, madera y plástico; del otro lado de la puerta, en medio del patio, la mesa rebosaba de familia, amigos, vecinos y el más importante: Darío, su salvador. Este año se cumplen seis años de que esta encantadora joven de diecisiete años volviera a nacer.

Por azares del destino, Darío, maestro de una escuela nocturna, transitaba una calurosa noche de mayo por el puente de Belice. Hastiado y apurado se reprochaba el no haberse subido a la camioneta y tener que echarse este interminable trecho. No había Luna, no parecía haberla. El polvo se colaba por los ojos, por las orejas. Una pequeña niña, delgada, rota, se atravesó en su campo visual, estaba decidida a brincar del puente y terminar con su vida. Darío voló, Wendy le abrazó y hoy sigue respirando entre nosotros.

Wendy se decidió por la carrera de magisterio, por Darío principalmente, por encontrar en él la viva imagen de quien da sin esperar recibir nada a cambio; pero también por ser una profesión en la que podría ejercer casi inmediatamente. Somos cinco en la casa, más mi mamá: Cata.  Catalina es una mujer curtida por el tiempo, por el dolor, por el abandono. Una madre que ha tenido también que volver a nacer a partir del momento en el que su hija pensó en matarse porque ya no aguantaba el hambre, la pobreza y los golpes, por creerse un estorbo.

La historia de Wendy es la de muchos. Una vida miserable en la que el hambre inunda incluso el alma, en la que las opciones se ven desvanecidas. Una vida colmada de desesperación que redunda en violencia, en agresiones, en desnutrición, en desamor. Una vida que no existe para el resto, una vida que aparentemente no tiene futuro. Pero al fin y al cabo, una vida que sigue viva y soñando. Una vida que con su sonrisa transforma el mundo. Una vida que nos recuerda que este país nos llama a gritos, que aquí ya no cabe la indiferencia.