"El cielo se deshace / Pero no es agua lo que cae sino música transparente, música de agua. Música para que la tierra despierte y se pinte de verde." escribiría Luis de Lión.
¿Qué escribiría si la viera caer desde lo alto de una pasarela y viera como irremediablemente la lluvia se acumula en los alrededores de los tragantes? A mí me da por pensar que la lluvia al tocar el pavimento le da por escapar. Corre hacia las salidas de emergencia, hacia los tragantes. Pero ni las salidas de emergencia funcionan en este país. Así que se queda ahí, esperando pacientemente, acumulándose. Escandalizándose solo cuando un imprudente y según él, gracioso conductor la altera. Salta entonces y salpica todo a su alrededor. El desafortunado peatón de turno, vocifera maldiciones. Los poemas en la ciudad son eso.
Finalmente podemos seguir nuestro camino. Nosotros vamos a una reunión de un colectivo en el que participamos. Intentamos impulsar la lectura y la sana discusión. Una idea que pudiera parecer ingenua pero, creemos, muy importante. Para eso, proponemos la lectura de un libro y dos veces al mes, nos reunimos a intercambiar impresiones, apreciaciones, aprobaciones, desaprobaciones, etc. Los intercambios se dan desde la experiencia personal, casi ninguno de los que asiste es experto en el tema. Como única regla, el respeto a la diversidad de opiniones. Y como derecho innegable, libre participación y expresión.
Para mayo decidimos abordar la única novela de Luis de Lión. La vida de este escritor está ligada a dos hechos fundamentales en la historia del país. Por un lado, su aporte a la literatura es innegable. Es fundamental, dicen aquellos que saben un poco más. El otro, su triste y lamentable final. Un final que hasta ahora sigue sin saberse del todo. Sabemos el nudo. Que fue secuestrado, que su cuerpo nunca apareció. Su nombre apareció en el Diario Militar. Aunque con esos datos, es fácil plantear una hipótesis de lo que pasó. Alguien decía en la reunión que cuando un hombre como estos desaparece, los que quedamos, en vez de avanzar retrocedemos. Cien años calculaba él.
En la primera parte de la reunión hablamos sobre “El tiempo principia en Xibalbá”. Oralidad escenificada, radiografía de una realidad aún vigente y que podría ser cualquier parte de este país. Una especie de continuación del Popol Vuh, la primera novela que habla del indígena como una persona, como ser humano y no como un ser mítico o una figurilla de vitrina, etc. Todas estas fueron algunas de las conclusiones en el plano literario. O más bien, en el plano de las percepciones.
Luis de Lión es uno de los miles de desaparecidos y muertos que dejó la guerra. Uno de los miles de dramas humanos. Historias de familias que quedaron desamparadas y desoladas, resquebrajadas. Señaladas. Dramas que además de justicia y noticias certeras, necesitan hablarse y nosotros, el resto de esta sociedad, escucharlas. Que esa catarsis da un poco de alivio, nos decían los sobrevivientes de Luis de Lión esa gris mañana de sábado.
En la segunda parte de la reunión, les cedimos la palabra para que fueran ellos los que nos hablaran desde el plano personal, desde el plano del recuerdo. Es catártico, agregaban, después de compartirnos sus recuerdos. La del humano, la del novio, la del esposo, la del padre. Entre miradas perdidas e inevitables sonrisas nerviosas, nos fueron compartiendo sus recuerdos. -¿En qué piensa mama? –Nada, solo viendo como recordás a tu papá.
Si la pérdida de un hombre como Luis de Lión significa retroceder cien años y si tomamos en cuenta los miles de muertos y desaparecidos, ¿cuántos años atrás estaremos? Después de esa mañana, estoy más que convencido que el camino de vuelta, que recuperar el tiempo perdido, pasa necesariamente por escuchar a los que sobreviven. Al final, eso no es más que escucharnos entre nosotros mismos. ¿Cuándo empezamos?
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