¡Santa Bárbara del Monte!

Se persigna y casi al oído me dice: ella era de una aldea, llegó aquí hace como seis meses, era muy pobrecita, el muchacho como que jugó con ella y luego se las peló cuando vio que la patoja estaba embarazada.

-        Ah. ¿pero de qué murió?

Ya un poco molesto, el hombre me susurra: pues de tratar de sacarse al niño, ¡de qué más! Se desangró y pues nadie se dio cuenta porque ella alquilaba un cuarto como muy metido y las vecinas dieron con ella hasta que ya era muy tarde.

Sin querer mi cuerpo se puso en alerta, me eche hacia atrás, abrí los ojos más de la cuenta, no me lo esperaba, todo menos eso. Hay cosas que ya no se me ocurren, como el hecho de que el aborto sea una cuestión ilegal y que las mujeres tengamos que recurrir a métodos absurdos e inhumanos.

-        ¿Y usted qué piensa de lo que ella hizo?

El hombre se ruborizó, apretó los dientes y otra vez en un susurro casi imperceptible me dijo que esos no eran temas para hablarlos en la casa de Dios y que todavía no entendía cómo podían estarla velando. Se levantó y se fue ofuscado. Yo pensé, qué habría hecho él en lugar de la chica de 17 años si se hubiese visto en esa situación: solo, embarazado, sumergido en la pobreza, en una sociedad que lo excluye solo por haber nacido con el sexo bajo el que nació.

Según la organización Medicusmundi bizkaia, cada año cerca de 65 mil mujeres entre 15 y 49 años, deciden interrumpir sus embarazos en Guatemala. Está claro que esas mujeres lo hacen de forma ilegal y corriendo todos los riesgos que la ilegalidad conlleva. El aborto es, según esta misma organización, una de las principales causas de mortalidad materna. ¿Será posible que hoy, en pleno siglo 21, cuando los anticonceptivos están a la vuelta de la esquina, los condones se anuncian justo al lado de las armerías y a cualquiera se le vende lo que le da la gana, no somos capaces de asumir que es de urgencia nacional despenalizar la interrupción del embarazo?